viernes, 23 de julio de 2010

El mismo cuento

El Bote del baño esta copeteado de papeles sucios, manchas marrón aquí y allá desparramadas sobre una blanca montañita de papel higiénico barato. Le doy un trago al güisqui tibio y siento que la porcelana comienza a calarme en las sentaderas. Dos. O dos y media. Ruvalcaba se resbala de mi mano, abro los ojos y me estremezco. Luz amarilla de foco de 60 watts. Noto que un hilillo de baba se escurre de mi boca y veo mis uñas negras de mugre. Siempre que tomo se ponen así. Se me ocurre una canción, un estribillo apenas; y en ese mismo instante se me desocurre. Pongo el vaso en el lavabo, limpio mi trasero (es un decir) y con el pantalón y mis truzas blancas enredados en los tobillos, salgo del baño dando pasitos cortos, tambaleándome entre mis propia risa. De repente se me ocurre que si me caigo y me golpeo la cabeza, y sangro y quedo inconsciente, nadie va a ayudarme; y entonces, si la descalabrada es seria, y la hemorragia es fuerte, puede que tal vez muera y cuando alguien me eche de menos, tal vez dos o tres días después, vendrán a buscarme y entonces al abrir la puerta me verán con los pantalones y mis truzas blancas enredados en mis tobillos y entonces alguien intentara hilar alguna historia sobre que fue lo que realmente me paso, y toda esa sangre ocre regada en el suelo y mi libro de Ruvalcaba en mi mano izquierda y el vaso de Güisqui en el lavabo y yo con la cabeza abierta y el trasero al viento…
Ok. Se me borra la risa, me subo los pantalones y me tumbo en el sillón. 
Para cuando sale el sol me doy cuenta de que mi saliva seca endureció algunas páginas.
Si, es el mismo cuento.