miércoles, 5 de noviembre de 2014

Sombras alargadas

La tarde se disipa entre sombras alargadas y el ulular de una sirena de ambulancia.
El ruido de los autos rebota en las paredes viejas del centro y cada vez más gente le rehuye; Lo bloquea con audífonos conectados  a sus teléfonos. Aislados del barullo cotidiano, inmersos cada quien en su realidad sonora, se mueven por los vericuetos laberínticos de la pútrida ciudad.
Lo que antes era un recurso del melómano empedernido, la imagen poética del solitario apestado, el rebelde meditabundo, se vulgarizó hasta rozar los  límites del mal gusto.
Algunos le pintan cara de cumbia vallenata. A un vato se le escurre un reguetón por la pierna derecha. Here Comes The Cracken al final de un camión de la Progreso. Escapar del –tercer- mundo, montados en ondas sonoras; escapar del tiroteo entre  GATES y sicarios, escapar del jefe abusón, de gobernadores corruptos. Escapar.
Pequeñas pantallas fulgurantes controlan los pulgares, las neuronas. Cada uno se sumerge en imágenes y sonidos y hasta habrá quien le da un “me gusta” a la foto de un atardecer de sombras alargadas.
Pareciera que ya no es suficiente la realidad de nuestro entorno.

Nadie se ve al rostro, como si les asustara ver al demonio en el prójimo. El mundo ha mutado en uno de cabezas gachas, con personas tan comunicadas e inconexas a la vez, que ya solo sus sombras alargadas en el asfalto son las que se tocan.

lunes, 13 de octubre de 2014

Ciudá...

Ciudad de muerte. De rostros callados con el odio hirviendo.

Ciudad de sombras, esbirros del infierno por las calles, entre la gente pasmada por el miedo.

Ciudad oscura, con sus muros sucios de tizne y pintas sin sentido.

Ciudad que intenta gritar y la callan a punta de cuchillo y de pistola; Ciudad de ahorcados y cuerpos tirados en las brechas.

Ciudad de fe gastada, de miradas huecas y de hastió.

Ciudad enferma de violencia y  de apatía, con su calle principal llena de tráfico, cual arteria taponeada, como si nada pasara.

¡Pobrecita ciudad que ni es ciudad y que confunde progreso con tiendas de mercachifes gringos!

Pueblo de caciques de apellidos rimbombantes, dueños de aquí y allá, de esto y aquello, y también, ¿por qué no?, de alcaldías, oficinas públicas y diputaciones.

Ciudad podrida, de cabeza gacha; desquerida y arrumbada en el desierto; ¿Cuál fue tu falta para que el dedo de Dios te convirtiera en un nido de ratas y alimañas?

Ciudad que me arde, que me quema las entrañas  al verla agonizante y yo con ella…
¿Era la fuerza y el orgullo de los viejos, nuestros Padres y Madres, Abuelas y Abuelos,  el sostén de tu otrora grandeza y entereza y somos nosotros, los de ahora, los endebles?


Triste ciudad anquilosada, con tu Iglesia añeja y tu río seco, seremos nosotros y el tiempo quienes cavemos tu tumba o te devolvamos el aliento.

martes, 23 de septiembre de 2014

El Cantante

El humo sale de su boca y se eleva suavemente. Imagina que es su alma la que se escapa por la sala mal iluminada. Así de triste. Baja su mirada y esta tropieza con sus nudillos saltones sobre la barra. En su mano izquierda un cigarrillo y una botella de cerveza tibia. En la derecha solo mugre bajo sus uñas. Observa el pequeño escenario y las mesas vacías. En realidad no le importa. En las bocinas, suena “el microbito” de Fobia, pero en su cabeza, aislada del sonido local, suena “Si tuviera un corazón” de Meza. Un trago más, la última calada. Dirige sus pasos torpes al baño.  Mientras orina, ve en un sucio espejo su reflejo, sus ojeras, su mala pinta, todo bajo una luz azulada. Regresa a la barra. Pide otra cerveza y el cantinero lo observa un instante con un dejo de reproche, pero no dice nada y le da otra Victoria helada. Son Casi las once. Voltea de nuevo hacia el escenario improvisado. Ahí está su guitarra madreada. Lo espera pacientemente. Se le dibuja una sonrisa un poco amarga; solo ella sabe su blues. Solo ella aguanta su maltrato, su pobreza, sus vicios. Un bendito trozo de madera que lo mantiene a flote en el vasto mar de las desgracias. Se da cuenta que elucubra y vuelve en sí. Otro traguito y se encamina hacia su instrumento. Pulsa algunos acordes para checar su afinación. Golpea con el dedo el micrófono y dice “si, dos dos…”. El cantinero detiene la canción de Caifanes. Justo en ese instante entra al bar un grupo de muchachas, carcajeando, con su ropa de viernes. Sentado en su banquillo, afinando la primera cuerda, las observa. Ellas piden unos tragos. El Comienza a tocar un tema suave, apenas un susurro, pero con la suficiente fuerza para arañar  su maltratado espíritu. Termina y un aplauso tímido se oye a lo lejos, entre risas. Agradece. Alguna de ellas grita: “¡Una de Zoé!..”. Se le pone serio el rostro. Hace como que no escucha y toca  un par de temas más;  cierra los ojos y hace malabares con las palabras, su voz ronca escupe sus visiones y sus miedos, teje con acordes historias y metáforas, abre su pecho para que se asomen al mundo sus demonios, bailando con las notas que las musas le susurraron.
Abre los ojos. El grupo de muchachas abandona el lugar.

El cantinero mueve negativamente la cabeza; él le da un trago a su cerveza y continúa cantando para nadie, como si fuera la última noche de su vida.

viernes, 5 de septiembre de 2014

R.I.P. Cerati

Nunca me termino de gustar Soda Estéreo. Me paso igual que con los primeros discos de  Caifanes. Me parecían aburridos, pretenciosos. Algo había en mi escueto sentido musical de niño de quinto de primaria que rechazaba el sonido pomposo, ochentero  y esa voz atascada de eco. No sonaban como los potentes y ponedores Credence, ni tenían la voz rasposa  y el boggie del Three Souls, ni sus letras parecían peligrosas como las del Tri, no hablaban de morir con las botas puestas como los Angeles del infierno y hasta el desmadrito de los hombres G  se me hacía más chido  que el cotorreo de los Soda Estéreo en aquellos ayeres.
Obviamente, conforme fue pasando el tiempo fui descubriendo cosas buenas de la agrupación argentina; brincaba como loco  y le daba rewind  al casete una y otra vez para escuchar todo el día “Música Ligera” -¿Quién no? Ese riff fue  un aviso del nuevo sonido noventero por venir- y en verdad me gusto “Ella uso mi cabeza como un revolver” o “Zoom”, pero fuera de eso, seguí sin interesarme mucho en el sonido de Cerati y compañía. E incluso aun cuando el Tako (bajista de Estorbo) insistía en la grandeza de Cerati y no paraba de alabar el “Bocanada” continúe sin darle una chanza a la música del pelos chinos. Cuestión de gustos, supongo.
Ayer, después de cuatro años de permanecer en estado de coma, falleció Gustavo Cerati.  Y en internet no tardaron en aparecer las loas y “las gracias totales” de una multitud que enaltece y llora la memoria del  ex líder de Soda Estéreo; vamos,  hasta Paty Chapoy twiteó  un “Descanse Paz Ricardo Cerarti”.
Sobra decir que la muerte  de un buen músico y compositor siempre es motivo de tristeza, pero sería un hipócrita si dijera que la música de este argentino me influenció o marco mi vida. No fue así.
Cosa curiosa: Apenas ayer, en la tarde nublada y disfrutando de una caguama con el Pakio, pude escuchar completa “La ciudad de la furia”  y me pareció cadenciosamente  excelsa. Es más justo ahora acabó de escuchar por primera vez “té para tres” y “Fue”  y me parecen muy buenos temas. Quien sabe, a lo mejor mi escueto sentido musical al fin está abierto y receptivo para la música de la Soda.


Descanse en Paz, Cerati. Así, sin nombre, para no regarla.


jueves, 28 de agosto de 2014

The Impossibles.

Los escuche allá por el 2001 -¡Mierda, como pasa el tiempo!-  con una canción sencillamente pegajosa, “Face first”. Escuche un par de temas más, pero no había mucho de ellos en internet por aquellos tiempos.
Hoy, 13 años después, ya que durante mucho tiempo no podía recordar el nombre del grupo (aunque si la tonadita de Face First; detallitos de mi dañado cerebro), me topó con que hay un montón de videos  de estos Impossibles en llutuv y que tienen  facebook.
Así me enteré que se formaron por el ya muy lejano 1995, que son de Austin Texas y que estuvieron inactivos casi el mismo tiempo que mantuve olvidado su nombre.
Escuchando más de sus canciones, no puedo más que engancharme con su power pop con tintes de ska lleno de energía.
Cualquiera que  disfrute lo que hace Weezer o los Toadies y que le guste Reel Big Fish o los temas ska de NOFX, va a llevarse una buena sorpresa con The Impossibles.
Si bien su sonido fue tendiendo más hacia el emo de finales de los 90´s (guitarras llenas de fuzz y voces algo desgarradas a lo Fugazi), su línea de power pop con clara tendencia punk jamás desapareció, lo que los arropa con un estilo muy particular.
Es triste  enterarse que la banda no lo ha tenido nada  fácil y más triste  aun  darse cuenta que jamás han recibido  el mérito que se merecen por forjar un estilo que   tiempo después  fue imitado por muchas otras bandas que obtuvieron más reconocimiento. La buena noticia es que al parecer están en activo de nuevo. ¡Espero tener la oportunidad de verlos en vivo!

¡No quiero que se termine… créanme, yo tampoco quiero que se termine! Este es mi único  momento brillante; después de aquí viene el infierno; después de  esto tengo que volver a trabajar en la maldita gasolinera…”  
Rory Phillips, Vocalista y líder de The Impossibles, dirigiéndose al público  al finalizar el concierto (Never) Say Goodbay en el EMO´S Bar, Austin Tx.


Diste en el clavo Rory, eso es lo que sentimos los rockeros de pueblo después de cada tocada.



Esta es Face first, la canción que me hizo  tenerlos en mente durante tanto tiempo.



Y este es un video de su concierto (Never) Say Goodbay grabado en el 2001 en el ya épico EMO´S bar de Austin TX. El concierto dura 54 minutos y créanme, vale la pena verlo de principio a fin.

Temazo el de “Disintegration (The Best álbum ever)” en el minuto 8 y especial atención al bajista Craig Tweedy  en el minuto 12:58. Esa es Actitud  y no chingaderas.


lunes, 25 de agosto de 2014

Rock para morritas

El mundo y todas sus cosas se esfuman.  Se esfuman como  si un viento  borrascoso los borrara sin dejar más que polvito de colores.  Cierra los ojos y aparece al instante su imagen: Cabello un poco largo y negro, con un fleco hermosamente desarreglado cubriendo  un lado de su cara. Instantáneamente sonríe, y se deja caer de espaldas en su cama, apretando contra su pecho la carátula de un disco.
Repasa cada detalle de su  rostro; sus ojos  penetrantes, su figura espigada y los jeans ajustados que lo hacen lucir tan guapo. Sin embargo, son sus labios los que la hacen  desatar su imaginación; sueña el día en que pueda estar cerquita de él, no gritando y pataleando histérica como las demás, sino recargada en su hombro, paseando por algún parque, tomando un helado, sintiendo su aroma (que tantas veces ha imaginado) mientras su brazo rodea su cintura. Ha imaginado ese beso en tantas situaciones y tan de diferentes maneras, que casi  puede jurar que siente los labios humedecidos de su saliva.

Maldita la hora,
En que te vi a los ojos
Te veo y yo creo
Que todo es un sueño,
Uoooh   uooooh no

Suspira y su mente viaja mucho tiempo atrás, cuando tenia 13 años y en lugar de escuchar “rock”, se emocionaba con Justin Beaver. No era rockera, y los One Direction eran su grupo favorito. Hoy, después de tanto tiempo de vivir engañada, abrió los ojos; a sus 15 años se dio cuenta que le gustaba el rock. Todo empezó con Paramount: Su forma de vestir, sus cabellos teñidos de colores, “¡son tan atrevidos!”, pensó. Además sus canciones, son tan sinceras que parece que describieran su vida. Después  su recién adquirido instinto rockero, la llevo  a descubrir en un canal de videos, al grupo que le cambiaría la vida. Y ahí estaba él, en la pantalla con su guitarra eléctrica que lo hacia ver como un valiente y guapo guerrero del rock. Fue amor a primera vista; aun y cuando la música no le gustó a la primera oída –demasiado ruido y el ritmo muy rápido, una música muy pesada- a partir de ahí compro su único disco, memorizó todas sus canciones, soñó con él, recortó todas sus fotografías que aparecían en las revistas “rockeras” que comenzó a comprar y... juro conocerlo en persona.

Me encantan tus ojos 
Que son como el cielo
 
Los veo y no creo que pueda tenerlos
 
Si estoy en el cielo
 
Y me voy al infierno
 
Todo por tu cuerpo maldito deseo
 
Uh ohh uohhh noooo

Abre los ojos. Su mamá esta tocando la puerta de su cuarto diciéndole que Miriam, su amiga, ya esta esperándola  afuera,  en el auto. Su corazón empieza a latir con mas fuerza;  “¿le pareceré bonita?”. Se calza sus tenis converse rosas. Revisa su figura bajita en el espejo; todo bien: cinturón de estoperoles, guante negro en mano derecha, su mechón rojizo sobre su ojo izquierdo, ojos delineados en negro y  playera negra con el nombre del grupo. Toma el disco y un plumón negro, los guarda en su morralito de color morado y sale corriendo.
La fila es muy larga; Ella y Miriam no pueden ocultar el nerviosismo y la emoción, al igual que alrededor de 600 niñas más. La mamá de Miriam  se fue a recorrer las demás tiendas del Mall, mientras ellas esperan su turno. Todo el griterío, la música y el ruido se desvanecen cuando  entre la multitud logra distinguirlo: ¡Es Él! ¡Es Él!. Esta sentado, firmando discos y playeras, mientras un enjambre de niñas lo jalonean y tratan de abrazarlo. Los guardias de seguridad comienzan a poner orden, y después de varios empujones, la fila se restablece.
Cuando por fin esta frente a la mesa donde el grupo da sus autógrafos, no puede evitarlo y se une al escandaloso coro de niñas gritando, saltando, desbordando toda su euforia.
El gusto le dura poco. La decepción le llena el rostro cuando un guardia la hace ponerse frente al bajista, un muchacho que pareciera recién salido de secundaria, con un rojiza y ensortijada cabellera, que casi sin levantar la vista, apurado, le pide su nombre mientras garabatea algo en un papel y después se lo entrega sonriente, pero ella ni lo ve; está siguiendo cada  movimiento de su amado, quien con unos lentes oscuros y el gesto adusto luce aún más encantador… ¡y está a menos de un metro de ella!
“Compórtate. Eres una señorita…”, le repetía una voz  dentro de su cabeza que sonaba muy parecida a la de su madre. Unas muchachitas comenzaron a gritar para que se moviera y un guardia, desesperado por tanta gritería, le repetía: “aváncele, aváncele...”
Su corazón late tan fuerte y la angustia  casi le impide respirar… y entonces  hace lo único que podía hacer en esa situación: Da un giro sorpresivo de 180 grados, brinca sobre la mesa y como un depredador sobre su presa, en menos de un segundo estaba abalanzándose  sobre un sorprendido rockstarcillo que del impulso fue a caer de espaldas al suelo con todo y silla.
Totalmente fuera de sí y prendida al cuerpo del adolescente como sanguijuela, besaba su rostro y envuelta en completo paroxismo, no dejaba de gritar “¡TE AMO, TE AMOOOO!”
Entre dos guardias la levantaron  y su cuerpo quedo lacio, sujetada por los antebrazos, mientras que con los ojos desorbitados  y una mueca de éxtasis  que a ratos mutaba a  una sonrisa casi esquizofrénica, observaba, a lo lejos, a su amado incorporarse del suelo.
En su cabeza resonaba la lírica poética, compleja y desbordante de belleza, que  la lleva a volar por las cúspides  del amor adolescente:

dime otra vez, que me quieres y
que no te iras...
Dime otra vez, que eres mía y
de nadie más...

El rockero-emo se pone en pie; inmediatamente se desarregla cuidadosamente su flequillo para que le cubra un ojito. Ve sus lentes Ray-Ban quebrados y no puede evitar una mueca de rabia y desprecio, pero al instante  y con la mirada del manager clavada  en su sien, se recompone; sonríe y levanta las manos haciendo el símbolo de los cuernitos. La gritería no se hace esperar.
De  mala gana,  toma su lugar para seguir dando autógrafos, y el baterista –al que por cierto solo dos niñas se le habían acercado-, le  dice con tono burlón:

-¡Ándele cabrón, quien lo trae haciendo rock para morritas! ¡Jiu, jiu jiu!

martes, 19 de agosto de 2014

Calaveritas


Pirómano

 Un adicto al fuego quemaría sus manos solo por verlas arder,
Como pequeños arbustos llameantes y se tocaría la cara
Incendiando sus mejillas con un flameante color naranja
Y no le importaría el olor a carne chamuscada
Solo por sentir el placer de hipnotizar con un poco de lumbre
Su alma helada.


Tres por cuatro o cuatroportresdoce

 Me gana el sentimiento cursi y chafa
Como una liebre veloz a una tortuga amodorrada
Me empino yo solito y de bajada
En esta carrerita perdida aun antes de empezada
Me sueno las narices -que son dos como los pantalones-
Y me clavo en los talones la vieja espina de la hierba desterrada
Y ahí está mi memoria  borracha y encuerada
A merced de los diablos que se caen en desbandada.
Decía yo que me gana el sentimiento, mas no es cierto;
Ya gane desde que sé que siempre pierdo.


Excusas para no decir nada

 Una bofetada bien plantada
La perfecta caminata hacia tu casa
Las luces parpadeantes de los autos en una noche helada
El olor a tierra mojada de esta tarde
Y la cena preparada por mi madre
Los tenis desgastados, como testigos mudos de batallas
Un tema de Ólafur Arnalds y la geografía de tu mano delicada
Un jardín de niños, una mañana de calma
La calle vacía de una antigua madrugada
La negrura intimidante de  la tormenta venidera
Ella me vio llorar y solo dijo:
-Ya hablaron tus ojos. No digas nada.


Plática de borrachos

 Janis se murió creyendo que era fea.
Morrison se aferró a su poesía como a una botella de Bourbon.
Jimi... Jimi no; ese güey siempre estuvo convencido de ser un dios de Pene grande.
Lennon era un vato tan lleno de contradicciones que a veces ni el mismo se creía sus mamadas.
¿Y que pedo con el Rotten que hasta anuncia mantequilla?
Ozzy se debió de haber muerto, cuando muy tarde, a finales de los ochentas.
De Dee Dee nada se puede decir; su linaje habla por sí solo.
Y pobre del Cobain; su baterista es quien disfruta de tocar con todos sus grandes héroes.
Si, ya sé que solo es rock, pero me gusta.


viernes, 1 de agosto de 2014

Cachito, un cuento infantil Monclovense para antes de Dormir.

Había una vez, en un lejano y semidesértico lugar conocido como Monclohoyos, un niño llamado Pablo; que a su vez tenía un perro al que cariñosamente bautizó como Cachito.
De patas largas y flaco, Cachito bien pudo ser  hijo de un galgo, y aun cuando su mestizaje era evidente, era un perro amoroso y fiel a su amo.
Medio callejero –como el dueño-, un día Cachito salió mal librado de una justa perruna y el resultado  fue una tremenda mordida en la nalga derecha ( si es que los perros tienen nalgas) que con el paso de los días se le infectó. Con dificultad, Cachito  arrastraba la patita para desplazarse  de un lugar a otro.
Por ese entonces existía en el reino de Monclohoyos un temible escuadrón: Los DOG-BUSTHERS, unos esbirros que eran algo así como aprendices de antimotines, dedicados a capturar y desaparecer a todos los perros callejeros del reino.
Una mañana soleada, mientras hacían su patrullaje en su camioneta-perrera, un dog-busther alertó a su compañero:
-¡Güacha compi, ya picó el primero!
-¡Ajúa!- respondió emocionado el compinche.
Raudos y veloces, con sus palos  pesca-perros,  sujetaron a su víctima por el cuello que, herido de su pata trasera, solo atino a ladrar un “Warff” lastimero, como diciendo: “Oh, ¿qué será de mí?”.
Así es; efectiva y lamentablemente se trataba de Cachito.
Entre carcajadas siniestras, los dog-busthers aventaron a Cachito a la caja de la camioneta-que era en verdad  una jaula- y arrancaron su  malévola troca, para seguir perpetrando más levantones…ejem, perdón, más detenciones de perros.
Afanada en sus quehaceres, la mamá de Pablito no presenció el atroz secuestro de Cachito, pero Doña Chita, la vecina de la esquina,  lo vio todo desde la fila de las tortillas y, horas después,  desgraciadamente ya muy tarde, cuando el sol caía, le informó sobre tan lamentable hecho.
Esa tarde, Pablo había salido de la escuela y después de vagabundear un  rato  por el centro de la ciudad,  aceptó ir con sus amigos a jugar una cascarita de fut en el terreno baldío, cerca de la casa su amigo Lalo.
El ocaso se colaba entre las ramas de los árboles, cuando Pablo, sudado y quemado por tanto sol, llegó corriendo  a su casa, gritando con alegría:
-¡Mamá, mamá, mira lo que compré en el centro: Un  collar para Cachito! Así ya no se perderá. ¿Dónde está? ¿En el patio? ¡Cachito, Cachito!, ¡Toma, toma!
La madre, con un nudo en la garganta y tratando de contener el llanto, abrazó a su hijo. Dudo un momento y con un hilito de voz finalmente le dijo:
-¡Ay mijito!, Cachito ya no está; se ha ido para siempre al cielo de los perros…
Pablito frunció el ceño y  viendo a los ojos de su madre, pregunto abatido:
-Pero madre, ¿Es que acaso lo ha atropellado un auto?
La buena mujer no pudo más y rompió en llanto; ¿Cómo explicarle a su pequeño hijo el destino cruel que a Cachito le esperaba?
Seco sus lágrimas con su delantal, se arrodilló y  tomando al niño por los hombros, sentenció muy seria:
-Pablo, hay momentos duros en la vida y este es uno de ellos; Solo imagina que  en este momento Cachito ya esta sentadito en una nube, llena de huesitos y croquetas, y que desde ahí te ladra para cuidarte, ¿sí?
En su inocencia de niño, Pablo apenas comprendió lo que su madre le decía; el solo sabía que ya no podría jugar con su amigo una vez más. Entristecido y con la cabeza gacha, asintió con un “Si mamá” mientras una lágrima escurría por su mejilla.
-Anda, dame ese collar y lávate las manos, que la cena está casi lista.
Y Pablo obedeció.

Sofocado  por el calor y rebotando en el suelo sucio, junto con dos compañeros de celda más, Cachito observaba como la ciudad se iba quedando atrás, entre la polvareda. A su lado, un pequeño french poddle  que de tan mugroso parecía un trapeador usado, no paraba de temblar. En la otra esquina, un perro de raza indefinible,  negro, viejo y mal encarado, observaba con  hastío al par que tenía enfrente.
-¿Cómo te llamas?- le pregunto Cachito al  pequeño poddle en un intento por tranquilizarlo un poco.
- Bra-bra…bran…bran…Brandon.
-Ah, nombre gringo; como Brandon Lee, ¿verdad? Mucho gusto, yo soy Cachito.
-Aaa…a  don…de….vaa..a..mos?
-No tengas miedo; lo más probable es que nos vayan a soltar aquí, en el monte, pero después podremos regresar a nuestras casas- le respondió Cachito con un optimismo  del cual ni él estaba muy  seguro.
-¿Por qué lo engañas?-gruño el perro negro- ¡Tú sabes muy bien  a donde nos llevan!
- Pues la verdad no lo sé… yo solo intentaba…-respondió afligido Cachito y ya no pudo terminar su respuesta porque en ese momento la camioneta se detuvo.
El polvo levantado  apenas dejaba ver el sitio en el que estaban. Los dog-busthers, sudados y fastidiados, bajaron de la camioneta.
-No hay nadie, ¿verdad?- pregunto uno de ellos.
-Pues no se ve movimiento…
-Bueno, ¡A lo que te truje chencha!, que ya traigo hambre y luego se me pasa la novela….
La nube de polvo se desvanecía y con incredulidad, Cachito observo el letrero: “Zoológico Municipal”. Mmm. “Esto sí que es extraño; que yo sepa en los zoológicos no exhiben perros…”-pensaba Cachito en un intento por entender su situación.
Un rugido  que hizo temblar hasta a los dog-busthers, resonó en el desierto mientras el sol comenzaba a ponerse anaranjado entre los cerros.
-¡Que fue eso? ¡Un león! ¡Fue un león!  Chilló Brandon tan  asustado que dejo de tartamudear…
Cachito estaba paralizado, observando fijamente la silueta de aquel León famélico que se movía ansiosamente de  un lado para otro, dentro de la jaula.
-¡Órale vato!, ¡Agarra a ese “peludío”, que es el que hace más escandalo!
-¡Nooo! ¡No, Cachito! ¡Diles que a mí no, por favor! ¡DILES QUE A MI NOOOOO!-gritó Brandon en su idioma de perro.
Pero Cachito estaba  en shock, con el hocico abierto y la vista fija  en aquella melena despeinada y enterregada, y esos ojos  que centelleaban en la sombra.
Con la habilidad que solo la práctica otorga, con un simple movimiento, el hombre  tomo impulso y con el palo arrojó a la jaula, como si de un trapo se tratara, al pequeño animal.
La bestia, obedeciendo a sus instinto y hambre, se abalanzo sobre la presa que solo lanzo un sonido lastimero al sentir los enormes incisivos hundiéndose  en su carne blanda.
Por un momento, el silencio de aquel paraje solo  fue interrumpido  por alguna chicharra solitaria.
Cachito hundió su cabeza entre las patas sin acabar de entender lo que acababa de presenciar.
“NO PUEDE SER REAL, ESTO ES UNA BARBARIE, ESTO NO PUEDE ESTAR OCURRIENDO, ESTO NO PUEDE…”
La reja de la camioneta se abría de nuevo. Cachito observo como el perro negro fue sujetado del cuello por el mecanismo. Era el siguiente.
 Con una entereza increíble, como de antiguo gladiador a punto de pisar el Coliseo Romano, el viejo perro negro, cuyo nombre quedaría en el olvido, se dejó conducir dócilmente por su verdugo. Solo un instante antes de abandonar la camioneta, miró  fijamente a Cachito. Era una mirada áspera, dura, pero llena de fuerza y honor al mismo tiempo, que duró apenas un segundo.
-No dejes que estas bestias vean tu miedo- ladró, antes de ser arrastrado por el suelo.
Después, la masacre se repitió.
Con el corazón latiendo fuertemente, Cachito  vio al hombre acercarse. Mientras el lazo recorría su cuello, apretándolo con fuerza, en su memoria solo  persistía la imagen de aquel niño que correteaba a su lado.
Un zumbido sordo  le lleno la cabeza y de pronto todo fue negrura.

Escandalosas, unas urracas volaron en desbandada, justo cuando el ultimo cachito de sol terminaba de ocultarse entre los cerros; mientras una camioneta municipal destartalada y sucia, se alejaba por la brecha rumbo a la ciudad, con una jaula vacía, lista para  la jornada siguiente.
Y así en aquel ocaso, como todo mártir, Cachito entró gustoso al reino perruno de los cielos.
Esa fue la certeza que enraizó en el corazón y en la imaginación de Pablito, al menos mientras fue un niño.

Colorín, colorado.

jueves, 31 de julio de 2014

Smell like León

Camino por la diminuta casa como un león enjaulado. Un león apestoso, hediondo.
Recuerdo cuando el zoológico estaba en las afueras del estadio de beisbol. Recuerdo el olor a animal y las tortuguitas verde oscuro nadando en sus  pilas pintadas de color celeste, bajo la sombra de frondosos nogales. Recuerdo el rojo llamativo de los garampiñados, que se pegaban en los dedos  y que cuando te acababas el paquete te raspaba la garganta, dejándote los diente  anaranjados.
Divago vago, Doctor Shivago.
No puedo salir, porque no hay dinero. No puedo tomar, porque no hay dinero. Nah, no quiero tomar; porque soy un borracho odioso.
Cerquita estaba la casa de mis tíos; y en las noches podías escuchar el rugido de los leones, imponente. Un rugido que, sí cerrabas los ojos  e imaginabas las estepas africanas con su hierba seca y amarillenta, te daba un poquito de miedo.
-Apá, ¿Verdad que no se pueden escapar?
-Nombre, no se escapan; están encerrados.
Pero yo creo que no lo decía muy convencido.
El campo de Zorros a mediodía daba calor con solo verlo, y en el super m&m de la esquina vendían un montón de chucherías gabachas: Chicles de Popeye, botecitos  de basura con dulces en forma de esqueletos de pescado, sobrecitos con bolitas que te explotaban en la lengua y que  decían que si te las tomabas con coca-cola, se te reventaban las tripas; pero lo mejor eran las paletas de Garfield, por que traían un hule que cubría la mentada paleta con forma del gato en cuestión.
Arruinado, arruina-a-a-do-o, un tipo sin valor mercantil, una prostituta  con tremenda infección vaginal. Como dirían las nuevas generaciones, U_U.
Mis primos y yo Jugábamos al punch-out y veíamos pato aventuras y cuando el sol bajaba, corríamos junto con Beto y Gordo a andar en bici en las canchas de  básquet del club Zorros. Regresábamos a la casa sudados,  a cenar tacos de alambres o carne asada.
Ah, sí; tiempo después el zoológico  fue reubicado al oriente de la ciudad, en un terreno solitario (en ese entonces) y de difícil acceso. Los leones enflacaron más de lo que ya estaban  y ya no había nogales que los refrescaran con su sombra, puros huizaches raquíticos y el calorcito de 43 grados celcius de  este hermoso paraje, conocido como Monclohoyos. Pero bueno, son leones, ¿no?; es decir, no creo que en África este muy fresco. Sí, pero una jaula no es un hábitat, dirá algún abusadillo...
Basta de polémica; el caso es que mis pensamientos caducos surfean por mi choya sin oficio ni beneficio; me acorralan como hienas burlonas, jiu jiu jiu jiu y ¡zas! Pinche mordidota directa al ego; y pues no se vale, estoy enjaulado… ¿Y qué hago? Volteo a ver la botella de Lambrusco.
A continuación, “Cachito, un cuento Infantil Monclovense para antes de Dormir”


martes, 29 de julio de 2014

Mi primer tocada


Primero de prepa. Tuvo que ser un Sábado de Noviembre, la tarde grisácea y el viento frío. Arturo y su primo pasarían por mí. La “fiesta” comenzaría alrededor de las 9 de la noche, era el cumpleaños del primo de Memo. Memo y Arturo, eran unos tipazos; mis primeros amigos borrachos aun cuando yo todavía no tomaba.
Mamá me planchó mis pantalones negros despintados y rabones; le dije como cien veces que no, pero ella insistió.
-¡Vas a una fiesta! ¿Que eso de que vayas sin planchar? ¡Nomas eso faltaba!
Les marcó la rayita, como si fuera uniforme de secundaria. Chingado.
Me calce mis zapatos de botín, de esos de la Canadá y me puse mi camisa de franela verde, que ya me quedaba chiquita pero me valía madres; era la más chida que tenía. Mamá quería que me pusiera un sweter, pero eso si ya era el colmo y le dije que no, que solo me llevaría mi chamarra café despintada con cloro, regalo de mi primo Omar.
Me vi en el espejo. Yo quería verme grunge, pero sentía que me veía como un tonto. En realidad parecía un skinhead ochentero, pero en aquel entonces yo ni sabía que era un skinhead.
Decepcionado de mi look,  me senté  frente a la tele. El canal cinco pasaba cementerio de mascotas 2; ahí sale una canción bien perrona, donde gritaba una ruca. Me emociona ese rock crudo y pastoso. Después sabría que se trataba de “Shit list” de las L7. Eso era común por aquellos años; casi a diario descubría  canciones realmente buenas.
 Una leve llovizna comenzó a caer cuando llegaron Arturo y su primo, un tipo que estudiaba la Universidad en Monterrey.
-Ya me voy.
-¿A qué hora va a pasar tu papá por ti?
-¡Papá no va  ir por mí! Yo me regreso.
- Bueno, ¿A qué hora vas…
PLAF.
Cerré la puerta.
-Kihubo vatos, ¿Agarramos el camión? Dije mientras saludaba con el clásico choque de manos. Mamá observaba desde la ventana a mis amigos -ataviados en negro, con botas de minero y Arturo con el pelo ligeramente largo y rapado de las sienes- como si fueran asesinos seriales.
-Nel, vámonos caminando, es en la colonia La Loma. Está en corto.
-Sobres.
El humo de los altos hornos enrojecía el cielo para cuando entramos al patio de la casa donde sería el festejo.  Es un patio amplio, bastante grande, y la barda es solo una malla de metro de altura. Alguien pregunta si los vecinos no se quejan; nadie responde, solo se escucha una guitarra afinando. Alguien más baja unas bocinas de una camioneta y un güero flaco con gorrita esta afanado en armar la batería. Un ligero escozor me recorre el cuerpo; al fin me cayó el veinte; ¡Estoy en mi primer tocada!

-¿Quieres una cheve, güey?- me dice Arturo inclinándose, buscando entre el hielo.
- “No tomo, gracias” le respondo con algo de pena.
- Échate una; total, ¡si no te gusta me la das  a mí!  Y se ríe mientras saca un par de botes de Modelo de una hielera.

Muchas playeras negras, logotipos de Metallica, Deicide, Nirvana, Transmetal, Caifanes, Soundgarden, Beavis &  Butthead y grupos de Black Metal desconocidos para mí. Muchas chamarras de mezclilla, algunas chamarras de cuero.
Me siento  incómodo con mi ropa gastada; siento que todos se enteran de que soy nuevo en la movida; además, no traigo camisa negra.
Se acerca Memo, mi otro gran camarada preparatoriano, y me presenta a su primo Neto, el cumpleañero, un tipo de pelos chinos, largos y despeinados, con los dientes chuecos, que da miedo a la primera pero es agradable después de conocerlo. De él es la casa; sus papas están ahí, pero él dice: “¡No hay pedo! Mi jefe fue rockero y es bien alivianado”.
Neto nos dice que tocarán Los Cambers; no conozco a la banda. El equipo está casi instalado,  más gente se concentra en el patio de la casa; algunas muchachas (había pocas rockeras) gritan y aplauden mientras se escuchan los primeros tamborazos. La luz de un foco de 60 watts es suficiente para que el ambiente se cargue de expectación.  Me doy cuenta que muchos se conocen; yo solo conozco a  Memo y a Arturo. Escucho la guitarra distorsionada dar un acorde y  la sensación de que  algo me mordisquea las tripas hace que se me ericen los pelitos de los brazos.  Le doy un trago a la cerveza y el sabor amargo me hace fruncir la cara, mientras pienso que mis papás  me van  a regañar si se enteran que tomé.
Hay Gritos, carcajadas. Volteo hacia el cielo rojo, nublado. Una leve brisa fría comienza a golpearme el rostro, humedeciendo apenas las chamarras, los tenis enlodados, pero no de ese tipo de barro pegajoso, sino más bien como arenita que se quita a la primer sacudida...
Se escucha el bajo,  y un chillido de la guitarra hace que todos griten;  el vocalista toma el micrófono. Parece molesto, mira fijamente hacía el frente, donde estamos todos. No dice nada, solo observa. Espera a que le tomemos atención; bajo y batería parecen esperar como una señal; Él se aferra a la guitarra, sostiene ese sonido chirriante, que pareciera eterno retroalimentándose en la bocina, y sin avisar lanza un grito de guerra:

-          ¡Órale cabrones!  ¡A hacer slam, antes de que venga la  policía!

Al instante, un estremecimiento me recorre;  reconozco el riff, ¿Cuantas veces lo he escuchado? Reconozco el ruido,  puedo ver a Arturo y a Memo brincar, otros agitan la cabeza y yo me quedo clavado al suelo, dejando que todo el ruido entre de lleno a mi cerebro; la batería, el bajo, la guitarra y los gritos, todo eso era “School” de Nirvana. Mi primer tocada, y la primer canción es “School”. Alguien choca conmigo y me da un empujón, lo que me saca del trance  y con una mezcla de miedo y ansiedad, veo como todos están brincando, empujándose unos a otros gritando, con las cervezas en las manos, sonriendo y agitando las cabezas.
Es MUSICA, la música que me gusta tocada con instrumentos reales frente a mí. Me quedo enganchado de la sensación que me provocaba el sentir tan cerca las canciones Nirvana, mi grupo favorito. Grupo del cual apenas si había escuchado los discos  “Nevermind” y  “Bleach”, en ese orden.
Y comencé a brincar, como tantas veces lo había hecho en mi cuarto; solo que esta vez había más  gente como yo, haciendo lo mismo. La adrenalina me recorre el cuerpo entero; empujo y soy empujado,  me revuelvo con la masa.
Se acaba “School” y todos aullamos y aplaudimos; estoy jadeando, riendo, viendo a todos los desconocidos disfrutando igual que yo. Suena “Drain you”, los empujones no se hacen esperar; pierdo el equilibrio y ruedo por el suelo; alguien me toma del brazo y me levanta.  Caería otras veces más,  y en todas sería levantado igual de rápido.  Alguien vacía su cerveza agitándola sobre nuestras cabezas; todos gritamos y carcajeamos.
Entonces me doy cuenta de que me siento parte de algo; Solo le di unos tragos a mi cerveza pero siento que pertenezco a ese grupo de adolescentes (y no tan adolescentes) que brincan al ritmo de Nirvana. La sensación de miedo, adrenalina, excitación y camaradería es como una droga. Expectación.
Suena “come as you are” y  me quedo asombrado de lo bien que suena  en vivo con todos los instrumentos;  me entran unas ganas de querer tocar en ese mismo momento.  Nunca he tocado una guitarra eléctrica.
El repertorio era nirvanero casi en su totalidad, aunque hubo canciones que de plano no reconocí.
Justo cuando orinaba en una pared lateral de la casa, vi el reflejo rojo y azul en la calle. Torretas. Antimotines. La música se paró de golpe, como mi chorrito de orina y la raza se empezó a acercar a la parte de enfrente, entre bullas  y gritos de “culeros, culeros”. Me subí el cierre y volteé a la casa de al lado y pude ver a un matrimonio de viejitos saliendo  a su porche. No sé qué horas eran, pero deberían andar rondando las 12 de la noche. De dos camionetas se bajan  un montón de policías y uno, el jefe, pide hablar con el dueño de la casa.
El Neto ya iba  encaminado para el frente, pero Memo  lo detiene; en eso sale de la casa su papá, medio modorro y con unas ojeras negras negras, que casi parecían pintadas. Nos hace señas de que todos nos vayamos al patio. Neto  y los asistentes más adultos (y más sobrios) nos arrean a la chiquillada como becerros alcoholizados.
-Buenas noches señor, mire, aquí  un vecino nos dio el reporte de que…
No alcance a escuchar que le respondió el papá de Neto, solo vi  que le dio una palmadita amable en el hombro al oficial y lo saludó efusivamente de mano.
-Solo una hora más.  Y vamos a regresar a hacer rondín- dijo un medio molesto oficial y trepó sus huestes  a las trocas.
Gritadera. Rechiflas. Algunos  les pintaban el dedo a los viejitos  vecinos y a los polis.
-¡Ehhh raza! ¡Tenemos una hora más de ruido!  ¡Pero no hay pedo, después ponemos el estéreo!, grito un Neto borracho a todas luces.
Aullidos y la banda comienza a tocar de nuevo. Es un ritmo machacante, con partes tranquilas intercaladas con explosivas distorsiones. Hacemos slam, parezco un títere manejado  por un niño inexperto; brinco y grito. Memo me dice que la rola se llama “Reip mi” que es del nuevo disco de Nirvana. Chíngale. No lo he escuchado. La rola esta con madres.
Después  de como otras cuatro canciones, el Chabelo, (en ese rato yo no sabía, pero se llama Xavier López) vocalista de Los Cambers, suelta la guitarra y  con paso marino se mete a la cocina de la casa.
Un aventado se cuelga la lira y comienzan a tocar “Zombie” de los Cranberries, medio dispareja.
Y así, los instrumentos comenzaron a rolarse entre la raza asistente, y yo que me pelaba por  acercarme y de perdido ver que se siente colgarme una lira eléctrica, me quede con las ganas, ya que algún sensato  desconecto la extensión de las bocinas y le grito a Neto que  se trajera el estéreo.
En ese punto los recuerdos se tornan pantanosos. A lo mucho debí de haberme tomado 4 cervezas, pero me sentía eufórico y al mismo tiempo adormilado. Quería más música, quería tumbar el bote de basura, quería volver a gritar “smell like teen spirit”, quería patalear,  quería…hacer pipí. Y dejar de sentirme mareado. Quería echarme agua en la cabeza. ¡argggh! ¿Qué es esto? ¿Por qué hablo así? ¡Se me duerme la lengua! ¡Me voy a tragar mi lengua! Ebriedad se llamaba, pero yo no lo sabía y me asuste.
Neto puso cara de asustado cuando me le acerque a pedirle permiso de usar su sanitario.
-Pásale Güey, ahí está el baño. Y yo escuchaba las carcajadas de Arturo  y veía que Memo le daba un zape.
-Nomas tas borracho güey, ¡No te culeés, no pasa nada! Me decía un Arturo tambaleante.
Vi mi rostro pálido en el espejo. Me tranquilice. Me moje con agua fría la cara. El sabor amargo no se me quitaba, pero el susto pasó rápido. Que pendejo, ahora todos se burlarían de mí.
Salí del baño y pase por la sala. La única luz, amarillenta como de vela, provenía de una pequeña lamparita. No había notado que sentado en un sillón estaba el Chabelo. Sostenía un vaso de vidrio con alcohol frente a su rostro y tenía la  vista perdida. Parecía no ver a ningún lado o de plano observaba fijamente a una persona inexistente frente a él.
-Tocan con madres, la neta- Le dije  quedito, como no queriéndolo molestar.
Volteo entrecerrando los ojos, como intentando reconocerme, pero no dijo nada y volvió a mirar hacia el frente. Con el pelo chino alborotado, y su chamarra de cuero, bajó la cabeza y le dio un sorbo a su trago.
Por alguna razón, esa imagen se quedó grabada en mi memoria. Aún la sigo evocando como una postal perfecta del rockero. No sé qué pasaría en ese momento por la cabeza del Chabelo, o tal vez  solo estaba ebrio,  pero la imagen era para portada de La Mosca en la pared.
Salgo por la cocina y veo que la raza ya está más calmada, platicando en grupitos mientras en el estéreo suena Pearl Jam o algo así.
-¿Ya te sientes mejor? Me pregunta Neto.
-Simón. Algo mareado, pero ya estoy bien. ¿Memo y Arturo?
-Ahí están, vato- dijo señalando una esquina del patio.
Me acerco y veo que Memo y el Primo de Arturo (nunca pude recordar su nombre) sostienen a Arturo de a cuervito, mientras este canta y canta palabras inteligibles.
-Se me hace que ya nos vamos, ¿no?
-El pedo es que este  cabrón no puede ni caminar- dice el primo de Arturo, mientras lo sienta en la orilla de la barda.
-Quédense a dormir aquí- dice Memo -Que al cabo no hay pedo con Neto. Ahí nos desparramamos donde caiga; total ya son como las 2 y media.
En la madre. No hubo mejor remedio para bajar mi incipiente borrachera, que pensar en mis papás y su inminente regañiza.
-¡Nooo, no mames! Yo no me puedo quedar aquí; tenemos que irnos, que al cabo esta en corto….
-Si la caminamos con este güey todo borracho, nos arriesgamos a que nos levante la chota-Volvió a argumentar el primo de Arturo.
Cabe mencionar, que en ese entonces en Monclova no existían aún los mentados radio-taxis; solo había carros de sitio que te sacaban un ojo de la cara y te mochaban un huevo por llevarte a algún lugar.
Mierda. ¿Qué hago? No llegar a la casa es impensable. ¿Qué hago? ¿Dejar que ellos se queden y caminar solo y medio ebrio hasta mi casa? Tampoco era opción.
Arturo suelta una risilla con los ojos cerrados y Memo voltea a verme serio.
-¿Hay teléfono en esta casa?- pregunté soltando un resoplido de resignación.
-Simón. Dile a Neto que te lo preste. ¿A quién le vas a hablar?

Contesto Papá y eso ya fue ventaja. Trate de hacer la voz lo más normal que pude y le explique que  la fiesta se había alargado, que por  eso le estaba llamando. Le di la dirección y algunas señas y colgué.
Cerca de 20 minutos después yo iba sentado en el asiento del copiloto del viejo Citation celeste, mientras atrás, el primo de Arturo le daba codazos a esté, para que dejara de cantar  “un pacto entre los dos” de Thalía (con todo y los pujiditos, gruñidos y coreografía de que se corta las venas), que sonaba en el radio.
No pude evitar soltar una risita, que se me desdibujo cuando mi papá volteo a verme de reojo.
Después de dejar a Arturo y su primo en la Obrera Sur, me baje del carro intentando no tambalearme para abrir el portón de la casa.
-¿Tomaste? Pregunto Papá con voz ronca, molesto.
-No… - Quise responder contundentemente, pero mi voz sonó deshilachada, como de globo desinflándose.
-¿Por qué traes todo el pantalón enterregado?
-Es que hice slam.
Seguro se quedó pensando que chingados era eso del “slam”; pero ya no dijo nada, solo movió la cabeza negativamente.
-Tu Mamá si te va a regañar- acotó a modo de advertencia.
En efecto, al abrir la puerta Mamá estaba en pie y soltó la metralla  intercalando los nombres de Jesús y la Virgen María con palabrotas, amenazas de que jamás saldría de la casa de nuevo y gritando más palabrotas y amenazas para que dejara de tener  a esos “rockeros perniciosos” por amistades. No me quedo de otra que agachar la cabeza y aguantar la retahíla de reclamos y amonestaciones.
Mis papás me trajeron de encargo un buen rato; entre cortar el zacate, tirar la basura y la restricción total de salidas, ya no hallaba la puerta. Pero valió la pena.
Cuanto daría por recobrar esa sensación al escuchar rock en vivo, como si fuera mi primer tocada.