jueves, 28 de agosto de 2014

The Impossibles.

Los escuche allá por el 2001 -¡Mierda, como pasa el tiempo!-  con una canción sencillamente pegajosa, “Face first”. Escuche un par de temas más, pero no había mucho de ellos en internet por aquellos tiempos.
Hoy, 13 años después, ya que durante mucho tiempo no podía recordar el nombre del grupo (aunque si la tonadita de Face First; detallitos de mi dañado cerebro), me topó con que hay un montón de videos  de estos Impossibles en llutuv y que tienen  facebook.
Así me enteré que se formaron por el ya muy lejano 1995, que son de Austin Texas y que estuvieron inactivos casi el mismo tiempo que mantuve olvidado su nombre.
Escuchando más de sus canciones, no puedo más que engancharme con su power pop con tintes de ska lleno de energía.
Cualquiera que  disfrute lo que hace Weezer o los Toadies y que le guste Reel Big Fish o los temas ska de NOFX, va a llevarse una buena sorpresa con The Impossibles.
Si bien su sonido fue tendiendo más hacia el emo de finales de los 90´s (guitarras llenas de fuzz y voces algo desgarradas a lo Fugazi), su línea de power pop con clara tendencia punk jamás desapareció, lo que los arropa con un estilo muy particular.
Es triste  enterarse que la banda no lo ha tenido nada  fácil y más triste  aun  darse cuenta que jamás han recibido  el mérito que se merecen por forjar un estilo que   tiempo después  fue imitado por muchas otras bandas que obtuvieron más reconocimiento. La buena noticia es que al parecer están en activo de nuevo. ¡Espero tener la oportunidad de verlos en vivo!

¡No quiero que se termine… créanme, yo tampoco quiero que se termine! Este es mi único  momento brillante; después de aquí viene el infierno; después de  esto tengo que volver a trabajar en la maldita gasolinera…”  
Rory Phillips, Vocalista y líder de The Impossibles, dirigiéndose al público  al finalizar el concierto (Never) Say Goodbay en el EMO´S Bar, Austin Tx.


Diste en el clavo Rory, eso es lo que sentimos los rockeros de pueblo después de cada tocada.



Esta es Face first, la canción que me hizo  tenerlos en mente durante tanto tiempo.



Y este es un video de su concierto (Never) Say Goodbay grabado en el 2001 en el ya épico EMO´S bar de Austin TX. El concierto dura 54 minutos y créanme, vale la pena verlo de principio a fin.

Temazo el de “Disintegration (The Best álbum ever)” en el minuto 8 y especial atención al bajista Craig Tweedy  en el minuto 12:58. Esa es Actitud  y no chingaderas.


lunes, 25 de agosto de 2014

Rock para morritas

El mundo y todas sus cosas se esfuman.  Se esfuman como  si un viento  borrascoso los borrara sin dejar más que polvito de colores.  Cierra los ojos y aparece al instante su imagen: Cabello un poco largo y negro, con un fleco hermosamente desarreglado cubriendo  un lado de su cara. Instantáneamente sonríe, y se deja caer de espaldas en su cama, apretando contra su pecho la carátula de un disco.
Repasa cada detalle de su  rostro; sus ojos  penetrantes, su figura espigada y los jeans ajustados que lo hacen lucir tan guapo. Sin embargo, son sus labios los que la hacen  desatar su imaginación; sueña el día en que pueda estar cerquita de él, no gritando y pataleando histérica como las demás, sino recargada en su hombro, paseando por algún parque, tomando un helado, sintiendo su aroma (que tantas veces ha imaginado) mientras su brazo rodea su cintura. Ha imaginado ese beso en tantas situaciones y tan de diferentes maneras, que casi  puede jurar que siente los labios humedecidos de su saliva.

Maldita la hora,
En que te vi a los ojos
Te veo y yo creo
Que todo es un sueño,
Uoooh   uooooh no

Suspira y su mente viaja mucho tiempo atrás, cuando tenia 13 años y en lugar de escuchar “rock”, se emocionaba con Justin Beaver. No era rockera, y los One Direction eran su grupo favorito. Hoy, después de tanto tiempo de vivir engañada, abrió los ojos; a sus 15 años se dio cuenta que le gustaba el rock. Todo empezó con Paramount: Su forma de vestir, sus cabellos teñidos de colores, “¡son tan atrevidos!”, pensó. Además sus canciones, son tan sinceras que parece que describieran su vida. Después  su recién adquirido instinto rockero, la llevo  a descubrir en un canal de videos, al grupo que le cambiaría la vida. Y ahí estaba él, en la pantalla con su guitarra eléctrica que lo hacia ver como un valiente y guapo guerrero del rock. Fue amor a primera vista; aun y cuando la música no le gustó a la primera oída –demasiado ruido y el ritmo muy rápido, una música muy pesada- a partir de ahí compro su único disco, memorizó todas sus canciones, soñó con él, recortó todas sus fotografías que aparecían en las revistas “rockeras” que comenzó a comprar y... juro conocerlo en persona.

Me encantan tus ojos 
Que son como el cielo
 
Los veo y no creo que pueda tenerlos
 
Si estoy en el cielo
 
Y me voy al infierno
 
Todo por tu cuerpo maldito deseo
 
Uh ohh uohhh noooo

Abre los ojos. Su mamá esta tocando la puerta de su cuarto diciéndole que Miriam, su amiga, ya esta esperándola  afuera,  en el auto. Su corazón empieza a latir con mas fuerza;  “¿le pareceré bonita?”. Se calza sus tenis converse rosas. Revisa su figura bajita en el espejo; todo bien: cinturón de estoperoles, guante negro en mano derecha, su mechón rojizo sobre su ojo izquierdo, ojos delineados en negro y  playera negra con el nombre del grupo. Toma el disco y un plumón negro, los guarda en su morralito de color morado y sale corriendo.
La fila es muy larga; Ella y Miriam no pueden ocultar el nerviosismo y la emoción, al igual que alrededor de 600 niñas más. La mamá de Miriam  se fue a recorrer las demás tiendas del Mall, mientras ellas esperan su turno. Todo el griterío, la música y el ruido se desvanecen cuando  entre la multitud logra distinguirlo: ¡Es Él! ¡Es Él!. Esta sentado, firmando discos y playeras, mientras un enjambre de niñas lo jalonean y tratan de abrazarlo. Los guardias de seguridad comienzan a poner orden, y después de varios empujones, la fila se restablece.
Cuando por fin esta frente a la mesa donde el grupo da sus autógrafos, no puede evitarlo y se une al escandaloso coro de niñas gritando, saltando, desbordando toda su euforia.
El gusto le dura poco. La decepción le llena el rostro cuando un guardia la hace ponerse frente al bajista, un muchacho que pareciera recién salido de secundaria, con un rojiza y ensortijada cabellera, que casi sin levantar la vista, apurado, le pide su nombre mientras garabatea algo en un papel y después se lo entrega sonriente, pero ella ni lo ve; está siguiendo cada  movimiento de su amado, quien con unos lentes oscuros y el gesto adusto luce aún más encantador… ¡y está a menos de un metro de ella!
“Compórtate. Eres una señorita…”, le repetía una voz  dentro de su cabeza que sonaba muy parecida a la de su madre. Unas muchachitas comenzaron a gritar para que se moviera y un guardia, desesperado por tanta gritería, le repetía: “aváncele, aváncele...”
Su corazón late tan fuerte y la angustia  casi le impide respirar… y entonces  hace lo único que podía hacer en esa situación: Da un giro sorpresivo de 180 grados, brinca sobre la mesa y como un depredador sobre su presa, en menos de un segundo estaba abalanzándose  sobre un sorprendido rockstarcillo que del impulso fue a caer de espaldas al suelo con todo y silla.
Totalmente fuera de sí y prendida al cuerpo del adolescente como sanguijuela, besaba su rostro y envuelta en completo paroxismo, no dejaba de gritar “¡TE AMO, TE AMOOOO!”
Entre dos guardias la levantaron  y su cuerpo quedo lacio, sujetada por los antebrazos, mientras que con los ojos desorbitados  y una mueca de éxtasis  que a ratos mutaba a  una sonrisa casi esquizofrénica, observaba, a lo lejos, a su amado incorporarse del suelo.
En su cabeza resonaba la lírica poética, compleja y desbordante de belleza, que  la lleva a volar por las cúspides  del amor adolescente:

dime otra vez, que me quieres y
que no te iras...
Dime otra vez, que eres mía y
de nadie más...

El rockero-emo se pone en pie; inmediatamente se desarregla cuidadosamente su flequillo para que le cubra un ojito. Ve sus lentes Ray-Ban quebrados y no puede evitar una mueca de rabia y desprecio, pero al instante  y con la mirada del manager clavada  en su sien, se recompone; sonríe y levanta las manos haciendo el símbolo de los cuernitos. La gritería no se hace esperar.
De  mala gana,  toma su lugar para seguir dando autógrafos, y el baterista –al que por cierto solo dos niñas se le habían acercado-, le  dice con tono burlón:

-¡Ándele cabrón, quien lo trae haciendo rock para morritas! ¡Jiu, jiu jiu!

martes, 19 de agosto de 2014

Calaveritas


Pirómano

 Un adicto al fuego quemaría sus manos solo por verlas arder,
Como pequeños arbustos llameantes y se tocaría la cara
Incendiando sus mejillas con un flameante color naranja
Y no le importaría el olor a carne chamuscada
Solo por sentir el placer de hipnotizar con un poco de lumbre
Su alma helada.


Tres por cuatro o cuatroportresdoce

 Me gana el sentimiento cursi y chafa
Como una liebre veloz a una tortuga amodorrada
Me empino yo solito y de bajada
En esta carrerita perdida aun antes de empezada
Me sueno las narices -que son dos como los pantalones-
Y me clavo en los talones la vieja espina de la hierba desterrada
Y ahí está mi memoria  borracha y encuerada
A merced de los diablos que se caen en desbandada.
Decía yo que me gana el sentimiento, mas no es cierto;
Ya gane desde que sé que siempre pierdo.


Excusas para no decir nada

 Una bofetada bien plantada
La perfecta caminata hacia tu casa
Las luces parpadeantes de los autos en una noche helada
El olor a tierra mojada de esta tarde
Y la cena preparada por mi madre
Los tenis desgastados, como testigos mudos de batallas
Un tema de Ólafur Arnalds y la geografía de tu mano delicada
Un jardín de niños, una mañana de calma
La calle vacía de una antigua madrugada
La negrura intimidante de  la tormenta venidera
Ella me vio llorar y solo dijo:
-Ya hablaron tus ojos. No digas nada.


Plática de borrachos

 Janis se murió creyendo que era fea.
Morrison se aferró a su poesía como a una botella de Bourbon.
Jimi... Jimi no; ese güey siempre estuvo convencido de ser un dios de Pene grande.
Lennon era un vato tan lleno de contradicciones que a veces ni el mismo se creía sus mamadas.
¿Y que pedo con el Rotten que hasta anuncia mantequilla?
Ozzy se debió de haber muerto, cuando muy tarde, a finales de los ochentas.
De Dee Dee nada se puede decir; su linaje habla por sí solo.
Y pobre del Cobain; su baterista es quien disfruta de tocar con todos sus grandes héroes.
Si, ya sé que solo es rock, pero me gusta.


viernes, 1 de agosto de 2014

Cachito, un cuento infantil Monclovense para antes de Dormir.

Había una vez, en un lejano y semidesértico lugar conocido como Monclohoyos, un niño llamado Pablo; que a su vez tenía un perro al que cariñosamente bautizó como Cachito.
De patas largas y flaco, Cachito bien pudo ser  hijo de un galgo, y aun cuando su mestizaje era evidente, era un perro amoroso y fiel a su amo.
Medio callejero –como el dueño-, un día Cachito salió mal librado de una justa perruna y el resultado  fue una tremenda mordida en la nalga derecha ( si es que los perros tienen nalgas) que con el paso de los días se le infectó. Con dificultad, Cachito  arrastraba la patita para desplazarse  de un lugar a otro.
Por ese entonces existía en el reino de Monclohoyos un temible escuadrón: Los DOG-BUSTHERS, unos esbirros que eran algo así como aprendices de antimotines, dedicados a capturar y desaparecer a todos los perros callejeros del reino.
Una mañana soleada, mientras hacían su patrullaje en su camioneta-perrera, un dog-busther alertó a su compañero:
-¡Güacha compi, ya picó el primero!
-¡Ajúa!- respondió emocionado el compinche.
Raudos y veloces, con sus palos  pesca-perros,  sujetaron a su víctima por el cuello que, herido de su pata trasera, solo atino a ladrar un “Warff” lastimero, como diciendo: “Oh, ¿qué será de mí?”.
Así es; efectiva y lamentablemente se trataba de Cachito.
Entre carcajadas siniestras, los dog-busthers aventaron a Cachito a la caja de la camioneta-que era en verdad  una jaula- y arrancaron su  malévola troca, para seguir perpetrando más levantones…ejem, perdón, más detenciones de perros.
Afanada en sus quehaceres, la mamá de Pablito no presenció el atroz secuestro de Cachito, pero Doña Chita, la vecina de la esquina,  lo vio todo desde la fila de las tortillas y, horas después,  desgraciadamente ya muy tarde, cuando el sol caía, le informó sobre tan lamentable hecho.
Esa tarde, Pablo había salido de la escuela y después de vagabundear un  rato  por el centro de la ciudad,  aceptó ir con sus amigos a jugar una cascarita de fut en el terreno baldío, cerca de la casa su amigo Lalo.
El ocaso se colaba entre las ramas de los árboles, cuando Pablo, sudado y quemado por tanto sol, llegó corriendo  a su casa, gritando con alegría:
-¡Mamá, mamá, mira lo que compré en el centro: Un  collar para Cachito! Así ya no se perderá. ¿Dónde está? ¿En el patio? ¡Cachito, Cachito!, ¡Toma, toma!
La madre, con un nudo en la garganta y tratando de contener el llanto, abrazó a su hijo. Dudo un momento y con un hilito de voz finalmente le dijo:
-¡Ay mijito!, Cachito ya no está; se ha ido para siempre al cielo de los perros…
Pablito frunció el ceño y  viendo a los ojos de su madre, pregunto abatido:
-Pero madre, ¿Es que acaso lo ha atropellado un auto?
La buena mujer no pudo más y rompió en llanto; ¿Cómo explicarle a su pequeño hijo el destino cruel que a Cachito le esperaba?
Seco sus lágrimas con su delantal, se arrodilló y  tomando al niño por los hombros, sentenció muy seria:
-Pablo, hay momentos duros en la vida y este es uno de ellos; Solo imagina que  en este momento Cachito ya esta sentadito en una nube, llena de huesitos y croquetas, y que desde ahí te ladra para cuidarte, ¿sí?
En su inocencia de niño, Pablo apenas comprendió lo que su madre le decía; el solo sabía que ya no podría jugar con su amigo una vez más. Entristecido y con la cabeza gacha, asintió con un “Si mamá” mientras una lágrima escurría por su mejilla.
-Anda, dame ese collar y lávate las manos, que la cena está casi lista.
Y Pablo obedeció.

Sofocado  por el calor y rebotando en el suelo sucio, junto con dos compañeros de celda más, Cachito observaba como la ciudad se iba quedando atrás, entre la polvareda. A su lado, un pequeño french poddle  que de tan mugroso parecía un trapeador usado, no paraba de temblar. En la otra esquina, un perro de raza indefinible,  negro, viejo y mal encarado, observaba con  hastío al par que tenía enfrente.
-¿Cómo te llamas?- le pregunto Cachito al  pequeño poddle en un intento por tranquilizarlo un poco.
- Bra-bra…bran…bran…Brandon.
-Ah, nombre gringo; como Brandon Lee, ¿verdad? Mucho gusto, yo soy Cachito.
-Aaa…a  don…de….vaa..a..mos?
-No tengas miedo; lo más probable es que nos vayan a soltar aquí, en el monte, pero después podremos regresar a nuestras casas- le respondió Cachito con un optimismo  del cual ni él estaba muy  seguro.
-¿Por qué lo engañas?-gruño el perro negro- ¡Tú sabes muy bien  a donde nos llevan!
- Pues la verdad no lo sé… yo solo intentaba…-respondió afligido Cachito y ya no pudo terminar su respuesta porque en ese momento la camioneta se detuvo.
El polvo levantado  apenas dejaba ver el sitio en el que estaban. Los dog-busthers, sudados y fastidiados, bajaron de la camioneta.
-No hay nadie, ¿verdad?- pregunto uno de ellos.
-Pues no se ve movimiento…
-Bueno, ¡A lo que te truje chencha!, que ya traigo hambre y luego se me pasa la novela….
La nube de polvo se desvanecía y con incredulidad, Cachito observo el letrero: “Zoológico Municipal”. Mmm. “Esto sí que es extraño; que yo sepa en los zoológicos no exhiben perros…”-pensaba Cachito en un intento por entender su situación.
Un rugido  que hizo temblar hasta a los dog-busthers, resonó en el desierto mientras el sol comenzaba a ponerse anaranjado entre los cerros.
-¡Que fue eso? ¡Un león! ¡Fue un león!  Chilló Brandon tan  asustado que dejo de tartamudear…
Cachito estaba paralizado, observando fijamente la silueta de aquel León famélico que se movía ansiosamente de  un lado para otro, dentro de la jaula.
-¡Órale vato!, ¡Agarra a ese “peludío”, que es el que hace más escandalo!
-¡Nooo! ¡No, Cachito! ¡Diles que a mí no, por favor! ¡DILES QUE A MI NOOOOO!-gritó Brandon en su idioma de perro.
Pero Cachito estaba  en shock, con el hocico abierto y la vista fija  en aquella melena despeinada y enterregada, y esos ojos  que centelleaban en la sombra.
Con la habilidad que solo la práctica otorga, con un simple movimiento, el hombre  tomo impulso y con el palo arrojó a la jaula, como si de un trapo se tratara, al pequeño animal.
La bestia, obedeciendo a sus instinto y hambre, se abalanzo sobre la presa que solo lanzo un sonido lastimero al sentir los enormes incisivos hundiéndose  en su carne blanda.
Por un momento, el silencio de aquel paraje solo  fue interrumpido  por alguna chicharra solitaria.
Cachito hundió su cabeza entre las patas sin acabar de entender lo que acababa de presenciar.
“NO PUEDE SER REAL, ESTO ES UNA BARBARIE, ESTO NO PUEDE ESTAR OCURRIENDO, ESTO NO PUEDE…”
La reja de la camioneta se abría de nuevo. Cachito observo como el perro negro fue sujetado del cuello por el mecanismo. Era el siguiente.
 Con una entereza increíble, como de antiguo gladiador a punto de pisar el Coliseo Romano, el viejo perro negro, cuyo nombre quedaría en el olvido, se dejó conducir dócilmente por su verdugo. Solo un instante antes de abandonar la camioneta, miró  fijamente a Cachito. Era una mirada áspera, dura, pero llena de fuerza y honor al mismo tiempo, que duró apenas un segundo.
-No dejes que estas bestias vean tu miedo- ladró, antes de ser arrastrado por el suelo.
Después, la masacre se repitió.
Con el corazón latiendo fuertemente, Cachito  vio al hombre acercarse. Mientras el lazo recorría su cuello, apretándolo con fuerza, en su memoria solo  persistía la imagen de aquel niño que correteaba a su lado.
Un zumbido sordo  le lleno la cabeza y de pronto todo fue negrura.

Escandalosas, unas urracas volaron en desbandada, justo cuando el ultimo cachito de sol terminaba de ocultarse entre los cerros; mientras una camioneta municipal destartalada y sucia, se alejaba por la brecha rumbo a la ciudad, con una jaula vacía, lista para  la jornada siguiente.
Y así en aquel ocaso, como todo mártir, Cachito entró gustoso al reino perruno de los cielos.
Esa fue la certeza que enraizó en el corazón y en la imaginación de Pablito, al menos mientras fue un niño.

Colorín, colorado.