jueves, 31 de julio de 2014

Smell like León

Camino por la diminuta casa como un león enjaulado. Un león apestoso, hediondo.
Recuerdo cuando el zoológico estaba en las afueras del estadio de beisbol. Recuerdo el olor a animal y las tortuguitas verde oscuro nadando en sus  pilas pintadas de color celeste, bajo la sombra de frondosos nogales. Recuerdo el rojo llamativo de los garampiñados, que se pegaban en los dedos  y que cuando te acababas el paquete te raspaba la garganta, dejándote los diente  anaranjados.
Divago vago, Doctor Shivago.
No puedo salir, porque no hay dinero. No puedo tomar, porque no hay dinero. Nah, no quiero tomar; porque soy un borracho odioso.
Cerquita estaba la casa de mis tíos; y en las noches podías escuchar el rugido de los leones, imponente. Un rugido que, sí cerrabas los ojos  e imaginabas las estepas africanas con su hierba seca y amarillenta, te daba un poquito de miedo.
-Apá, ¿Verdad que no se pueden escapar?
-Nombre, no se escapan; están encerrados.
Pero yo creo que no lo decía muy convencido.
El campo de Zorros a mediodía daba calor con solo verlo, y en el super m&m de la esquina vendían un montón de chucherías gabachas: Chicles de Popeye, botecitos  de basura con dulces en forma de esqueletos de pescado, sobrecitos con bolitas que te explotaban en la lengua y que  decían que si te las tomabas con coca-cola, se te reventaban las tripas; pero lo mejor eran las paletas de Garfield, por que traían un hule que cubría la mentada paleta con forma del gato en cuestión.
Arruinado, arruina-a-a-do-o, un tipo sin valor mercantil, una prostituta  con tremenda infección vaginal. Como dirían las nuevas generaciones, U_U.
Mis primos y yo Jugábamos al punch-out y veíamos pato aventuras y cuando el sol bajaba, corríamos junto con Beto y Gordo a andar en bici en las canchas de  básquet del club Zorros. Regresábamos a la casa sudados,  a cenar tacos de alambres o carne asada.
Ah, sí; tiempo después el zoológico  fue reubicado al oriente de la ciudad, en un terreno solitario (en ese entonces) y de difícil acceso. Los leones enflacaron más de lo que ya estaban  y ya no había nogales que los refrescaran con su sombra, puros huizaches raquíticos y el calorcito de 43 grados celcius de  este hermoso paraje, conocido como Monclohoyos. Pero bueno, son leones, ¿no?; es decir, no creo que en África este muy fresco. Sí, pero una jaula no es un hábitat, dirá algún abusadillo...
Basta de polémica; el caso es que mis pensamientos caducos surfean por mi choya sin oficio ni beneficio; me acorralan como hienas burlonas, jiu jiu jiu jiu y ¡zas! Pinche mordidota directa al ego; y pues no se vale, estoy enjaulado… ¿Y qué hago? Volteo a ver la botella de Lambrusco.
A continuación, “Cachito, un cuento Infantil Monclovense para antes de Dormir”


martes, 29 de julio de 2014

Mi primer tocada


Primero de prepa. Tuvo que ser un Sábado de Noviembre, la tarde grisácea y el viento frío. Arturo y su primo pasarían por mí. La “fiesta” comenzaría alrededor de las 9 de la noche, era el cumpleaños del primo de Memo. Memo y Arturo, eran unos tipazos; mis primeros amigos borrachos aun cuando yo todavía no tomaba.
Mamá me planchó mis pantalones negros despintados y rabones; le dije como cien veces que no, pero ella insistió.
-¡Vas a una fiesta! ¿Que eso de que vayas sin planchar? ¡Nomas eso faltaba!
Les marcó la rayita, como si fuera uniforme de secundaria. Chingado.
Me calce mis zapatos de botín, de esos de la Canadá y me puse mi camisa de franela verde, que ya me quedaba chiquita pero me valía madres; era la más chida que tenía. Mamá quería que me pusiera un sweter, pero eso si ya era el colmo y le dije que no, que solo me llevaría mi chamarra café despintada con cloro, regalo de mi primo Omar.
Me vi en el espejo. Yo quería verme grunge, pero sentía que me veía como un tonto. En realidad parecía un skinhead ochentero, pero en aquel entonces yo ni sabía que era un skinhead.
Decepcionado de mi look,  me senté  frente a la tele. El canal cinco pasaba cementerio de mascotas 2; ahí sale una canción bien perrona, donde gritaba una ruca. Me emociona ese rock crudo y pastoso. Después sabría que se trataba de “Shit list” de las L7. Eso era común por aquellos años; casi a diario descubría  canciones realmente buenas.
 Una leve llovizna comenzó a caer cuando llegaron Arturo y su primo, un tipo que estudiaba la Universidad en Monterrey.
-Ya me voy.
-¿A qué hora va a pasar tu papá por ti?
-¡Papá no va  ir por mí! Yo me regreso.
- Bueno, ¿A qué hora vas…
PLAF.
Cerré la puerta.
-Kihubo vatos, ¿Agarramos el camión? Dije mientras saludaba con el clásico choque de manos. Mamá observaba desde la ventana a mis amigos -ataviados en negro, con botas de minero y Arturo con el pelo ligeramente largo y rapado de las sienes- como si fueran asesinos seriales.
-Nel, vámonos caminando, es en la colonia La Loma. Está en corto.
-Sobres.
El humo de los altos hornos enrojecía el cielo para cuando entramos al patio de la casa donde sería el festejo.  Es un patio amplio, bastante grande, y la barda es solo una malla de metro de altura. Alguien pregunta si los vecinos no se quejan; nadie responde, solo se escucha una guitarra afinando. Alguien más baja unas bocinas de una camioneta y un güero flaco con gorrita esta afanado en armar la batería. Un ligero escozor me recorre el cuerpo; al fin me cayó el veinte; ¡Estoy en mi primer tocada!

-¿Quieres una cheve, güey?- me dice Arturo inclinándose, buscando entre el hielo.
- “No tomo, gracias” le respondo con algo de pena.
- Échate una; total, ¡si no te gusta me la das  a mí!  Y se ríe mientras saca un par de botes de Modelo de una hielera.

Muchas playeras negras, logotipos de Metallica, Deicide, Nirvana, Transmetal, Caifanes, Soundgarden, Beavis &  Butthead y grupos de Black Metal desconocidos para mí. Muchas chamarras de mezclilla, algunas chamarras de cuero.
Me siento  incómodo con mi ropa gastada; siento que todos se enteran de que soy nuevo en la movida; además, no traigo camisa negra.
Se acerca Memo, mi otro gran camarada preparatoriano, y me presenta a su primo Neto, el cumpleañero, un tipo de pelos chinos, largos y despeinados, con los dientes chuecos, que da miedo a la primera pero es agradable después de conocerlo. De él es la casa; sus papas están ahí, pero él dice: “¡No hay pedo! Mi jefe fue rockero y es bien alivianado”.
Neto nos dice que tocarán Los Cambers; no conozco a la banda. El equipo está casi instalado,  más gente se concentra en el patio de la casa; algunas muchachas (había pocas rockeras) gritan y aplauden mientras se escuchan los primeros tamborazos. La luz de un foco de 60 watts es suficiente para que el ambiente se cargue de expectación.  Me doy cuenta que muchos se conocen; yo solo conozco a  Memo y a Arturo. Escucho la guitarra distorsionada dar un acorde y  la sensación de que  algo me mordisquea las tripas hace que se me ericen los pelitos de los brazos.  Le doy un trago a la cerveza y el sabor amargo me hace fruncir la cara, mientras pienso que mis papás  me van  a regañar si se enteran que tomé.
Hay Gritos, carcajadas. Volteo hacia el cielo rojo, nublado. Una leve brisa fría comienza a golpearme el rostro, humedeciendo apenas las chamarras, los tenis enlodados, pero no de ese tipo de barro pegajoso, sino más bien como arenita que se quita a la primer sacudida...
Se escucha el bajo,  y un chillido de la guitarra hace que todos griten;  el vocalista toma el micrófono. Parece molesto, mira fijamente hacía el frente, donde estamos todos. No dice nada, solo observa. Espera a que le tomemos atención; bajo y batería parecen esperar como una señal; Él se aferra a la guitarra, sostiene ese sonido chirriante, que pareciera eterno retroalimentándose en la bocina, y sin avisar lanza un grito de guerra:

-          ¡Órale cabrones!  ¡A hacer slam, antes de que venga la  policía!

Al instante, un estremecimiento me recorre;  reconozco el riff, ¿Cuantas veces lo he escuchado? Reconozco el ruido,  puedo ver a Arturo y a Memo brincar, otros agitan la cabeza y yo me quedo clavado al suelo, dejando que todo el ruido entre de lleno a mi cerebro; la batería, el bajo, la guitarra y los gritos, todo eso era “School” de Nirvana. Mi primer tocada, y la primer canción es “School”. Alguien choca conmigo y me da un empujón, lo que me saca del trance  y con una mezcla de miedo y ansiedad, veo como todos están brincando, empujándose unos a otros gritando, con las cervezas en las manos, sonriendo y agitando las cabezas.
Es MUSICA, la música que me gusta tocada con instrumentos reales frente a mí. Me quedo enganchado de la sensación que me provocaba el sentir tan cerca las canciones Nirvana, mi grupo favorito. Grupo del cual apenas si había escuchado los discos  “Nevermind” y  “Bleach”, en ese orden.
Y comencé a brincar, como tantas veces lo había hecho en mi cuarto; solo que esta vez había más  gente como yo, haciendo lo mismo. La adrenalina me recorre el cuerpo entero; empujo y soy empujado,  me revuelvo con la masa.
Se acaba “School” y todos aullamos y aplaudimos; estoy jadeando, riendo, viendo a todos los desconocidos disfrutando igual que yo. Suena “Drain you”, los empujones no se hacen esperar; pierdo el equilibrio y ruedo por el suelo; alguien me toma del brazo y me levanta.  Caería otras veces más,  y en todas sería levantado igual de rápido.  Alguien vacía su cerveza agitándola sobre nuestras cabezas; todos gritamos y carcajeamos.
Entonces me doy cuenta de que me siento parte de algo; Solo le di unos tragos a mi cerveza pero siento que pertenezco a ese grupo de adolescentes (y no tan adolescentes) que brincan al ritmo de Nirvana. La sensación de miedo, adrenalina, excitación y camaradería es como una droga. Expectación.
Suena “come as you are” y  me quedo asombrado de lo bien que suena  en vivo con todos los instrumentos;  me entran unas ganas de querer tocar en ese mismo momento.  Nunca he tocado una guitarra eléctrica.
El repertorio era nirvanero casi en su totalidad, aunque hubo canciones que de plano no reconocí.
Justo cuando orinaba en una pared lateral de la casa, vi el reflejo rojo y azul en la calle. Torretas. Antimotines. La música se paró de golpe, como mi chorrito de orina y la raza se empezó a acercar a la parte de enfrente, entre bullas  y gritos de “culeros, culeros”. Me subí el cierre y volteé a la casa de al lado y pude ver a un matrimonio de viejitos saliendo  a su porche. No sé qué horas eran, pero deberían andar rondando las 12 de la noche. De dos camionetas se bajan  un montón de policías y uno, el jefe, pide hablar con el dueño de la casa.
El Neto ya iba  encaminado para el frente, pero Memo  lo detiene; en eso sale de la casa su papá, medio modorro y con unas ojeras negras negras, que casi parecían pintadas. Nos hace señas de que todos nos vayamos al patio. Neto  y los asistentes más adultos (y más sobrios) nos arrean a la chiquillada como becerros alcoholizados.
-Buenas noches señor, mire, aquí  un vecino nos dio el reporte de que…
No alcance a escuchar que le respondió el papá de Neto, solo vi  que le dio una palmadita amable en el hombro al oficial y lo saludó efusivamente de mano.
-Solo una hora más.  Y vamos a regresar a hacer rondín- dijo un medio molesto oficial y trepó sus huestes  a las trocas.
Gritadera. Rechiflas. Algunos  les pintaban el dedo a los viejitos  vecinos y a los polis.
-¡Ehhh raza! ¡Tenemos una hora más de ruido!  ¡Pero no hay pedo, después ponemos el estéreo!, grito un Neto borracho a todas luces.
Aullidos y la banda comienza a tocar de nuevo. Es un ritmo machacante, con partes tranquilas intercaladas con explosivas distorsiones. Hacemos slam, parezco un títere manejado  por un niño inexperto; brinco y grito. Memo me dice que la rola se llama “Reip mi” que es del nuevo disco de Nirvana. Chíngale. No lo he escuchado. La rola esta con madres.
Después  de como otras cuatro canciones, el Chabelo, (en ese rato yo no sabía, pero se llama Xavier López) vocalista de Los Cambers, suelta la guitarra y  con paso marino se mete a la cocina de la casa.
Un aventado se cuelga la lira y comienzan a tocar “Zombie” de los Cranberries, medio dispareja.
Y así, los instrumentos comenzaron a rolarse entre la raza asistente, y yo que me pelaba por  acercarme y de perdido ver que se siente colgarme una lira eléctrica, me quede con las ganas, ya que algún sensato  desconecto la extensión de las bocinas y le grito a Neto que  se trajera el estéreo.
En ese punto los recuerdos se tornan pantanosos. A lo mucho debí de haberme tomado 4 cervezas, pero me sentía eufórico y al mismo tiempo adormilado. Quería más música, quería tumbar el bote de basura, quería volver a gritar “smell like teen spirit”, quería patalear,  quería…hacer pipí. Y dejar de sentirme mareado. Quería echarme agua en la cabeza. ¡argggh! ¿Qué es esto? ¿Por qué hablo así? ¡Se me duerme la lengua! ¡Me voy a tragar mi lengua! Ebriedad se llamaba, pero yo no lo sabía y me asuste.
Neto puso cara de asustado cuando me le acerque a pedirle permiso de usar su sanitario.
-Pásale Güey, ahí está el baño. Y yo escuchaba las carcajadas de Arturo  y veía que Memo le daba un zape.
-Nomas tas borracho güey, ¡No te culeés, no pasa nada! Me decía un Arturo tambaleante.
Vi mi rostro pálido en el espejo. Me tranquilice. Me moje con agua fría la cara. El sabor amargo no se me quitaba, pero el susto pasó rápido. Que pendejo, ahora todos se burlarían de mí.
Salí del baño y pase por la sala. La única luz, amarillenta como de vela, provenía de una pequeña lamparita. No había notado que sentado en un sillón estaba el Chabelo. Sostenía un vaso de vidrio con alcohol frente a su rostro y tenía la  vista perdida. Parecía no ver a ningún lado o de plano observaba fijamente a una persona inexistente frente a él.
-Tocan con madres, la neta- Le dije  quedito, como no queriéndolo molestar.
Volteo entrecerrando los ojos, como intentando reconocerme, pero no dijo nada y volvió a mirar hacia el frente. Con el pelo chino alborotado, y su chamarra de cuero, bajó la cabeza y le dio un sorbo a su trago.
Por alguna razón, esa imagen se quedó grabada en mi memoria. Aún la sigo evocando como una postal perfecta del rockero. No sé qué pasaría en ese momento por la cabeza del Chabelo, o tal vez  solo estaba ebrio,  pero la imagen era para portada de La Mosca en la pared.
Salgo por la cocina y veo que la raza ya está más calmada, platicando en grupitos mientras en el estéreo suena Pearl Jam o algo así.
-¿Ya te sientes mejor? Me pregunta Neto.
-Simón. Algo mareado, pero ya estoy bien. ¿Memo y Arturo?
-Ahí están, vato- dijo señalando una esquina del patio.
Me acerco y veo que Memo y el Primo de Arturo (nunca pude recordar su nombre) sostienen a Arturo de a cuervito, mientras este canta y canta palabras inteligibles.
-Se me hace que ya nos vamos, ¿no?
-El pedo es que este  cabrón no puede ni caminar- dice el primo de Arturo, mientras lo sienta en la orilla de la barda.
-Quédense a dormir aquí- dice Memo -Que al cabo no hay pedo con Neto. Ahí nos desparramamos donde caiga; total ya son como las 2 y media.
En la madre. No hubo mejor remedio para bajar mi incipiente borrachera, que pensar en mis papás y su inminente regañiza.
-¡Nooo, no mames! Yo no me puedo quedar aquí; tenemos que irnos, que al cabo esta en corto….
-Si la caminamos con este güey todo borracho, nos arriesgamos a que nos levante la chota-Volvió a argumentar el primo de Arturo.
Cabe mencionar, que en ese entonces en Monclova no existían aún los mentados radio-taxis; solo había carros de sitio que te sacaban un ojo de la cara y te mochaban un huevo por llevarte a algún lugar.
Mierda. ¿Qué hago? No llegar a la casa es impensable. ¿Qué hago? ¿Dejar que ellos se queden y caminar solo y medio ebrio hasta mi casa? Tampoco era opción.
Arturo suelta una risilla con los ojos cerrados y Memo voltea a verme serio.
-¿Hay teléfono en esta casa?- pregunté soltando un resoplido de resignación.
-Simón. Dile a Neto que te lo preste. ¿A quién le vas a hablar?

Contesto Papá y eso ya fue ventaja. Trate de hacer la voz lo más normal que pude y le explique que  la fiesta se había alargado, que por  eso le estaba llamando. Le di la dirección y algunas señas y colgué.
Cerca de 20 minutos después yo iba sentado en el asiento del copiloto del viejo Citation celeste, mientras atrás, el primo de Arturo le daba codazos a esté, para que dejara de cantar  “un pacto entre los dos” de Thalía (con todo y los pujiditos, gruñidos y coreografía de que se corta las venas), que sonaba en el radio.
No pude evitar soltar una risita, que se me desdibujo cuando mi papá volteo a verme de reojo.
Después de dejar a Arturo y su primo en la Obrera Sur, me baje del carro intentando no tambalearme para abrir el portón de la casa.
-¿Tomaste? Pregunto Papá con voz ronca, molesto.
-No… - Quise responder contundentemente, pero mi voz sonó deshilachada, como de globo desinflándose.
-¿Por qué traes todo el pantalón enterregado?
-Es que hice slam.
Seguro se quedó pensando que chingados era eso del “slam”; pero ya no dijo nada, solo movió la cabeza negativamente.
-Tu Mamá si te va a regañar- acotó a modo de advertencia.
En efecto, al abrir la puerta Mamá estaba en pie y soltó la metralla  intercalando los nombres de Jesús y la Virgen María con palabrotas, amenazas de que jamás saldría de la casa de nuevo y gritando más palabrotas y amenazas para que dejara de tener  a esos “rockeros perniciosos” por amistades. No me quedo de otra que agachar la cabeza y aguantar la retahíla de reclamos y amonestaciones.
Mis papás me trajeron de encargo un buen rato; entre cortar el zacate, tirar la basura y la restricción total de salidas, ya no hallaba la puerta. Pero valió la pena.
Cuanto daría por recobrar esa sensación al escuchar rock en vivo, como si fuera mi primer tocada.

viernes, 25 de julio de 2014

Dimas

Caminaba descalzo entre latas oxidadas, pañales sucios y demás desperdicios, bajo el sol abrasante de mediodía. El tiradero lo reconocía como un visitante frecuente y lo saludaba con sus toneladas de inmundicia y su característico viento tibio de Julio, fétido, agridulce y asqueroso.
Sus talones endurecidos de mugre, recorrían entre veredas de bolsas multicolores el enorme terreno  imperfecto que se  abría ante sus ojos. Mientras se le calentaba la cabeza bajo el pelo cenizo, picaba con una rama un animal muerto; imposible saber si esa masa negra y engusanada fue en vida gato, perro o coyote. El zumbido de las moscas  gordas lo entretenía y se imaginaba que algún día le crecerían alas de color verde tornasol como a ellas. Entonces se reía a carcajadas y algún otro pepenador volteaba y lo veía como diciéndole: “¿Y ora tú? ¿Tas loco o qué?...”
Con el sol cayendo como plomo, se cubría la cabeza con un elegante  sombrero de tapa de huevos, mientras revisaba si había algo “bueno” en el cargamento recién depositado por el camión del basurero municipal. A sus escasos ocho años y sin ir a la escuela, ya era capaz de distinguir las cosas que podían tener algún valor, de lo que no valía nada. Orgánico e inorgánico. Todo un ecologista.
A veces se sentaba sobre los tablones de lo que alguna vez fue un sillón y recordaba algún día de suerte, como cuando encontró aquella bolsa llena de  truzas deshilachadas y pantalones raídos casi de su talla. No estaban nuevos, ¡pero estaban limpios! Después también se  acordaba  de los días malos, como cuando descubrió aquella caja llena de  chocorroles y gansitos,  ¡empaquetaditos, sin abrir!; lo que primero fue una alegría total se convirtió en una calentura y un dolor de panza tan cabrones que casi  no la cuenta. Pero la práctica hace al maestro y lo que no te mata te fortalece. Esto no lo pensaba él; no con estas palabras. Si acaso lo intuía.
Y así Dimas, que ese era su nombre, pasaba las tardes en el tiradero, viendo a las ratas casi del tamaño de tlacuaches correr y esconderse entre la basura enzoquetada, jugando a ratos con Tribilín, un perro flaco con la piel rosada de tanta roña y la carne expuesta en una pata trasera. Los demás niños no se le acercaban al pobre animal que además parecía tener las orejas llenas de grajeas, como de dulce, pero que en verdad eran garrapatas panzonas que le chupaban la sangre. Todos lo rechazaban o le tiraban piedras, pero él no; de alguna forma, Dimas sabía que Tribilín pronto estaría muerto, y algo de compañía en sus últimos días era lo menos que él podía darle. Con ocho años y sin ir a la escuela, Dimas era un experto en ética y bondad.
¿La ciudad? No le gustaba. Alguna vez, cuando su abuelo aún podía caminar, lo llevo a ese lugar, con sus anuncios luminosos y los camiones y los carros haciendo todo ese ruido, como graznidos de pájaros gigantes, y toda la gente saliendo y entrando, todos con prisa. Su abuelo tocaba su violín viejo  mientras el recorría la parada de autobús con un bote de leche, esperando que cayera alguna moneda. Nadie los miraba y si alguien lo hacía, era con un gesto  de asco y desprecio. Y ese gesto perduraría en su memoria por siempre; como mancha de sangre, como cicatriz que no cierra.
La ciudad nunca sería su casa, él lo sabía.
Y alguna vez sintió como el corazón se le iba llenando de amargura, pero no sabía por qué; ¿Cómo  podría saber que era porque su madre había muerto al parirlo?; ¿Cómo podría entender que era porque su abuelo agonizaba en un catre con ambas piernas amputadas y los muñones infectados? ¿Cómo asimilar que su padre, jamás lo amo ni quiso hacerse cargo de él?
Con solo ocho años, Dimas ya enraizaba en su cuerpo de niño la desgracia, el horror y la injusticia, como un brebaje  amargo que se le impregnaba hasta el tuétano. Pero esto él no podía saberlo; si acaso lo intuía y su mente de niño lo aliviaba  un poco, viendo el opaco universo del basurero como un campo de juegos.

Dimas, que ironía de nombre para un niño al que la vida le ha robado todo.

Observó como el sol se ocultaba lentamente entre los cerros. Se rasco las ronchas de los brazos y levanto las cuatro bolsas  llenas de botellas vacías, latas y trozos de fierro. Una nube de mosquitos coronaba su cabeza. Tribilín se alejaba entre las montañas de basura y el dio media vuelta y se encaminó al jacal levantado con cartones y pedazos de lámina donde lo esperaba su abuelo.
En su mente jugaba con la idea de que a lo mejor, un buen día, él sería  un bulto de pelos y huesos, tirado en el basurero mientras las moscas revolotearían gustosas y entonces otro niño lo picaría con una ramita y se preguntaría si era perro o gato o un coyote.

Dimas sonrió.

martes, 22 de julio de 2014

Made in China

Pequeños retazos de realidad acompañan mis días. Lo demás son nubarrones negros, exageraciones de problemas, nimiedades, monstruos de cartón. Se aproxima una tormenta, pienso; y  continúo volando mi cometa, mientras puedo sentir el viento fresco y me sumerjo en el olor a tierra mojada. No pasa nada. Un día ella empacará sus cosas. O simplemente una mañana saldrá por esa puerta y no regresará. Y yo la esperaré como niño olvidado en el colegio, hasta que los días enjuten mi cuerpo, hasta que me caiga a pedazos, como si fuera yo trozos de carne de perro con roña, o un edificio de los llu-e-seis auto derribado por un gobierno reptiléptico, ilumi-andati. Eso pienso.
Y la neta ya no sé cómo hacerle para no sentirme tan basura, como si  fuera una copia barata del “Yo” que algún día fuí, una versión fayukera de mí mismo, made in China.
Y la cuenta regresiva sigue su curso, mientras la bola de hueso rellena de melcocha que llevo por cabeza, se impregna  de conspiraciones, profecías, cataclismos, vida en marte, cometas-malandrines-destruye-humanidades, mesías fintadores, anticristos buena onda, fantasmas japoneses, pirámides piradas, anunakis traga takis, marranitos que sufren para que yo pueda comerme un lonche de jamón, Cosmos sin Carl Sagan, Tosh.0, sueños en los que soy parte de  una pintura del Bosco, galletas saladas con mermelada de fresa, pasto seco, yo enjaulado como un animal extraño en cautiverio, pasta de dientes barata, vida en Io, potentes exoesqueletos para las próximas generaciones de gente con dinero,  Gatos fluorescentes y los leones que se nos extinguen, y la violencia, la omnipresente violencia que pareciera darles la razón a los conspiracionistas. Vida en exo planetas, vida en otras galaxias, vida….
Vida... tanta y para que….
Sepulto mis miedos con basura. Toneladas de porquería para no  ponerme en posición fetal y llorar como niño.
Pequeños retazos de realidad acompañan mis días y yo prefiero sepultar mis miedos con aislamiento.
Es mi reloj biológico que va para atrás, deteniéndose el segundero de vez en cuando. Tic.Toc.tic… … … …toc…tic.toc.tic.tic.toc…tic.toc….

Hay que cambiar la pila, que es china, pa´ variar. Chingao.