lunes, 23 de marzo de 2015

15 años

21 de Marzo del 2000.
Caminamos bajo el sol de mediodía. Somos cuatro greñudos escuálidos, con los tenis rotos y los pantalones deslavados. Necesitamos una batería ya que  esa noche será nuestra primer tocada. Estorbo nos llamamos. Pudimos haber sido “Los óvulos en almíbar” si hubiéramos sabido que  había como cuatro Estorbos más regados por el mundo. Localizamos a  un amigo de pablo; nos va a prestar la batería a cambio de tocar al menos  dos rolitas de Caifanes con nosotros. Yo no se me rolas de los Caifanes, pero Lalo y Pablo sí. Aceptamos.
En la Calle Juárez, Juan nos ayuda a llevar en su carro el “equipo”: Tres mini amplificadores viejos y madreados, una enorme grabadora ochentera (de esas que traían foquitos de colores) que servía como cabezal para el bajo, dos bocinas que le quite al tocadiscos de papá y unos platillos quebrados.
Son las seis de la tarde y practico en mi cuarto con mi guitarra de palo. Estoy ansioso. Llega Ruko.  Una hora después llega Juan, para ir por Pablo. Lalo se va ir con Polo. El Porro, que era algo así como nuestro manager-publicista-secretario, caería  directo al Icarus, una disco (si, dije disco y no antro) que en sus buenos tiempos era el centro de reunión de la muchachada fresona, pero esa noche sencillamente se le “chispoteó” dejando tocar al Estorbo.
Hay un pequeño escenario. Acomodamos  y conectamos las cosas. Es muy temprano, pero comienza a llegar gente. El amigo de pablo arma su batería-que esta nueva-; la prueba. No la toca  bien.
Veo a lo lejos a Eric. Ahí anda la Huicha, a quien todavía no conocía. Ruko y yo  decidimos irnos a la casa de Eric para armar unas caguamas  y quitar el estrés. Regresamos al evento como 1 hora y media después, ya entonados. Pablo y Lalo como que se quieren enojar, pero les digo que no hay tos, que estamos listos.
Se acerca una chava de las que organiza; quiere que ya toquemos. Nos acomodamos, me cuelgo mi guitarra. Me doy cuenta que me tiemblan las piernas. Afinamos; si mal no recuerdo Lalo afina mi guitarra.  Un DJ desde cabina nos anuncia.
Y empezamos. Con un cover de Nirvana. Con mi inglés mal pronunciado. El sudor me pica en los ojos  y las luces destellantes me encandilan. Me quiero bajar. Veo como a seis  tipos brincando enfrente de nosotros. Volteo a ver a Ruko y se rié; volteo con pablo y está agitando sus pelos lisos como si estuviera tocando black metal y Lalo con los ojos cerrados, concentrado.
 De repente un calor me sube desde la panza. Ya no estoy nervioso. Es como si una energía desconocida me atravesara y al mismo tiempo atravesara a los demás estorbos. Siento que todo encaja, como si algo, a través de la música, me hubiera hermanado de alguna forma con esos tres tipos que estaban a mi lado.
Tocamos nuestras rolitas. Tocamos Crí-Crí y me sorprendió  ver como varias personas la coreaban.
Terminamos sudorosos y complacidos. Y no es que hayamos tocado muy bien; era otra cosa. Algo que hasta hoy en día no puedo explicar…
Creo que quedo alguna foto  de esa noche.

21 de Marzo del 2015.
No es mi mejor momento. Con sobrepeso,  a un paso de la diabetes, desempleado y con problemas familiares. Son las cuatro de la tarde y la Mona pasa por mí; agarramos rumbo al Ocho de Enero. Anda haciendo unos bisnes. Le doy  un trago a la cerveza y cierro los ojos. El viento fresco  me golpea la cara y el sol sobre la hierba verde de los terrenos me parece un sueño triste. Con la Mona todo parece sencillo, como si el futuro fuera un chiste sin importancia; pero es porque siempre que lo veo estamos borrachos. Vamos por la segunda ronda de birongas. “Pistéale, Mi Rey…”.
Ahora nos dirigimos a Castaños, a visitar a Ruko. Llegamos a su casa  y sale un Ruko robusto y trajeado. Es un Señor. Saludo a mi ahijado, pero sé que no se acuerda de mí. Casi no nos vemos. Ruko y mi comadre tienen un evento de la iglesia. No queremos atrasarlos; la Mona compra dos caguamas más y nos vamos a la casa de Pablo.  Recién bañado y perfumado,  Pablo me recuerda algún sábado en la noche en la plaza de Anáhuac, cuando iba con mis primos a comprar un trol.
Vamos a un restaurant bar  a comprar algo de cenar para mi mujer y aprovechamos para tomarnos otras cervezas. De regreso pasamos por Rojo. Ahora si, a La Descarada. Es un concurso de bandas y pablo anotó al Estorbo. Lalo no vendrá, pero Pakio le va a dar al bajo. Llega Trusko. Mas cervezas; ahora son Victorias. El bar está  lleno y nuestro turno se aproxima.
Me doy cuenta que me tiemblan las piernas. Nos acomodamos, me cuelgo mi guitarra. Afinamos. Veo que Rojo tiene solo un platillo en  la batería. Voltea y se ríe conmigo como diciendo: “No hay pedo, chinguesumadre…”.
Y empezamos con “Barrio obreras”. La gente  canta y brinca.  Me equivoco en unos tonos. Dejo la guitarra de lado. Grito. Lanzo arengas. La gente mueve las mesas y  brincan frente al pequeño escenario. Agito mi cerveza. Bailo con la raza. Me falta el aire. Dejo de oír el bajo a media rola y volteo con pakio, que se empina una coronita. “¡Tocale vato!”. Pablo baila. 
Por unas botellas. Caminar. San Juditas. La raza pide rolas. Estoy borracho. A tu matriz. Mírale. Piden  El alma en un motel y… Tengo de nuevo esa  sensación ya conocida. Esa energía atravesando  ahora ya no solo a los Estorbos, sino a la raza que baila enfrente de nosotros también. Y de nuevo siento que todo encaja y que al menos en ese momento estoy a salvo, protegido. Hermanado de nuevo con mi carnales.
Tocamos Crí-Crí y alguien me dice que esa canción lo hacía llorar. Me dieron ganas de chillar a mí.

Faltaron Lalo y Ruko, pero terminamos sudorosos y complacidos. Y no es que hayamos tocado muy bien; es otra cosa. Algo que hasta hoy en día no puedo explicar…