Es un teatro de Monterrey, medio vació o medio lleno, como se guste ver. Una amarillenta y débil luz permite ver la estancia; cortinas Rojas, y un escenario con apenas lo básico: un micrófono al frente, amplificadores para guitarra, bajo y una batería solitaria y austera. Difícil de imaginar todo el mar de emociones que instantes después despertarían al ser utilizados.
Podría pensarse que la concurrencia es algo parca, sin embargo, pocos artistas pueden jactarse de tener seguidores tan fieles como con los que cuenta Arturo Meza.
La figura desgarbada, delgada y con el pelo largo y ondulado que ocupa el centro del escenario me recuerda irremediablemente a Saúl Hernández, el caifán que metamorfeo a triste jaguar. Nada más alejado de Meza, quien es un verdadero artesano musical completo y experimental. Los Músicos que lo acompañan son Los Alacrángeles, excelente combo capaz de seguirle el paso al Meza en su viaje.
La música comenzó a llenar el recinto ( ahora sagrado) y me volvió a sorprender, como la primera vez que lo vi en vivo, el escuchar a todos los asistentes coreando hasta las mas nuevas y apócrifas canciones de Meza.
De Meza brotan himnos de esperanza y amor, para después dar paso a oscuros y desoladores pasajes cargados de melancolía y extraña desesperación. Emparentado desde sus inicios con la música progresiva, hay también espacio para temas de aire medieval (“ El Juglar se ha marchado del Reino”) que incluso al tratarlos tan solo con guitarra electroacústica, no pierden ni una pizca de su fuerza.
Rockanroles de la vieja guardia y emotivas piezas con un cierto aire urbano, sin caer jamás en ningún tipo de cliché. En ocasiones, las historias que Meza nos cuenta pueden ser de una tristeza que llega a calar en los huesos, para después recordarnos que es la esperanza lo que nos mantiene en pie.
Su espectro musical es amplio; se enorgullece de sus raíces y se regocija en la música del viejo Mexico; Blues y Rock se escapan de su guitarra, influencias Dylanianas, calmos sonidos ambient, atmósferas oscuras y bellas baladas, ecos lejanos de un Mexico de piel de bronce, de selva y rió.
La dulzura brota como manantial; Es poesía transparente y clara, como un paraje de luz en medio de un bosque sombrío; eso es“ Flor de canto de primavera” y contrasta con la visión apocalíptica y horrorosa de temas como “De Gesta Siniestra” o “El Canto Oscuro de la Sierpe”, y sin embargo los dos son Meza; dos aristas distintas de un todo con infinidad de lados, texturas y sonoridades, pero al final, compuesto de la misma esencia.
La dualidad en la música de Arturo Meza puede resultar desconcertante, pero de igual forma atrayente y mágica. No es ningún novato en eso de hacer canciones, y aun sigue manteniendo un bajo perfil dentro de este embrollo que es el rock nacional, lo cual lejos de restarle meritos lo cubre de cierta aura de misterio y clandestinidad bastante efectiva.
Cuando termina el ritual (sin duda es la palabra adecuada) y las luces se encienden, era impensable que faltaran los gritos de “otra, otra”.
Meza complace y es complacido. Lo demuestra su sonrisa. Nos observa a quienes estamos enfrente, en la penumbra y con su mirada nos hace saber que somos cómplices de su sueño, que acabamos de ser parte de un concierto irrepetible.