martes, 12 de diciembre de 2017

Los Mentirosos: La lengua de navaja que grita rock.

2014. Es invierno. Estoy auto recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo sucio  y con frío entre sus paredes, como una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. De pronto, una voz que arrastra las palabras de beoda manera sale de las bocinas  y una música que aún sonando a rocanrol deja un rastro de melancolía, se  comienza a incrustar en mi cerebro.  Así conocí a Los Mentirosos, una de las bandas más chingonas con las que me he topado y  su rock sucio y desfachatado sencillamente golpeó mi cabeza como un mazo.

Mas vagos que el cuñado de Rocky, salidos de Boulongne (Buenos aires, Argentina) y liderados por un veterano del punk argentino llamado Juan De Madrugada (ex  integrante de la banda Mal Momento), Los Mentirosos logran  crear un rock manchado de ese punk primigenio y ramonesco pero sin caer en los tópicos obvios como lo hacen muchas otras bandas; no temen tomar  elementos del  folclor y sonidos tradicionales para mezclarlos con un rock potente  y el resultado es una música que suena madura e irreverente a la vez, agridulce y de una honestidad e incorrección política que engancha a la primera escucha.


Tienen cinco discos editados hasta el momento: Los Mentirosos (2009), El Poder De Los Incrédulos (2013), 3er Vencimiento (2014), Hablemos En El Cuarto (2016) y el más reciente Rarezas (2017); en todos permean una actitud descarada y un aire de derrota con tufo a nihilismo y botellas de cerveza quebradas.
No hay duda de que Los Mentirosos son artesanos de canciones con torso de banqueta; cantan historias de amores tóxicos y autodestructivos, pintan postales de barrio pobre y tatuajes mal hechos con tinta china; retratan noches sudorosas de braguetas mal cerradas. Y es que hay una poesía atroz, sórdida, en las letras de Juan de Madrugada. Una poesía que mete el dedo en la llaga y  lo remolinea sádica, removiendo las costras de la herida.


Al escuchar esa voz alcohólica y trasnochada, da la sensación de que nos hace participes de una confesión que se le hace a un amigo en medio del ruido del bar. Y son las frases fulminantes y certeras de Juan de Madrugada las que  se clavan como cadillos en pie descalzo. Lamentos descarnados, aseveraciones socarronas, aullidos de perro viejo que ya ha sobrevivido a las pedradas y a las mordidas de pelea.

“Lo aplaudieron, lo felicitaron; a ese cara de pelotudo lo ascendieron. En cambio a mí; a mí me echaron…porque tengo la cabeza en otro lado” Se lamenta Juan de Madrugada en Lo Dejo todo y pareciera que,  poniendo  su mano en mi hombro, me hablara de tú a tú; como si conociera mi pena, mis yerros y mi atrofiado estado anímico. ¿Qué se puede hacer cuando una canción hace eso? Nada; solo darse un buen trago y disfrutar el sabor amargo. Paladear el fracaso y dejarse marear por el alcohol, agarrado de las palabras directas de Los Mentirosos que bien podrían ser bálsamo o escozor.
 Y es que en esta música habita el eterno amor-odio inamovible; son  canciones que dibujan relaciones tortuosas que no  sabemos cómo terminar y cuando lo hacemos, acaban mal. Terremotos emocionales que nos cimbran la cordura; codependencia, arañazos en la espalda y la ternura melodramática y eriza del yonki enamorado; todo eso asoma en este ROCK  (si, con mayúsculas) que pareciera tener lengua de navaja.
 La tierra que se hace lodo con la orina, no se simula. O la tienes o no. La mugre en las uñas, las ojeras y el desvelo, son marcas de guerra y Los Mentirosos, -alcohólicos, apostólicos, románticos- las portan como medallas de honor.
Es difícil encontrar actitud en estos tiempos. Actitud y buen rock,  aún más. Y aquí esta este grupo, con una clara  vocación de paria y  una trova sucia y deshilachada que como cascabel de serpiente alertan de peligro: El riesgo de vivir en las orillas, en el margen. Las orillas de lo que sea; un barrio, un amor, la existencia misma.
“¡Hey, pendejo!  No te quedes ahí; ¡Tomemos! Bailemos  aunque el invierno llegue; ¡Cantemos en la desgracia!” pareciera  que gritara con ebrio desparpajo.


Mientras tanto el Rocanrol, ese Mentiroso que hace como que se muere y no se muere, una vez más viste  de cuero  negro gastado con olor a alcohol y  una playera salitrosa. Le da una calada a un cigarrillo a punto de acabarse y observa la calle triste y sucia que conduce al bar. A lo lejos, de un radio viejo se escapa  una melodía distorsionada.

Esta noche ando solo; estoy  decepcionado. No es  una buena noche para andar solo, yo  me voy con  Los Mentirosos. No sé; a mí me alegran la vida, parece que a otros se las  arruina; bailamos en el cementerio y esas tribunas están vacías…Si nos maldicen por nuestro bien, libérenos de todo este mal.


2017. Es invierno. Estoy auto recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo sucio  y con frío entre sus paredes, como una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. Solo que ahora, una carcajada cínica me brota en el alma; es una risotada despreocupada; es el valemadrismo  que le escupe la cara a la melancolía, le agarra las tetas, le da un beso de lengua y se aprieta contra su culo; solo para que esta le dé una bofetada y le muerda el labio. 
Le doy un traguito al tinto y subo el volumen. ¿Adivinen que suena? 


miércoles, 29 de noviembre de 2017

Jackpot: Una banda injustamente desconocida

En ocasiones, la vida suele  ser una perra y hay quienes salimos de un fracaso solo para entrar a otro, chocando irremediablemente contra la misma pared una y otra vez. Por necedad, por ceguera o incompetencia, al final uno termina con la frustración incrustada  y el sentimiento de derrota invadiendo el corazón. Y cuando son las circunstancias de la vida las que nos meten las constantes zancadillas, los zapes soplamocos y las ingratas puñaladas, entonces la rabia contenida y el desconcierto se cuajan como manteca en un plato de menudo que lleva días en el refrigerador y comienzan a mutar en una melancolía que invade poco a poco el alma.
La música de Jackpot me transmite esa mencionada desazón, pero de una manera deliciosa; como un buen vaso de whisky que se disfruta en soledad. Y tal vez el que dicha música logre capturar tan perfectamente ese despecho y desencanto, tiene algo que ver con el hecho de  que la banda ha tenido que enfrentarse al desinterés o desconocimiento de un público masivo, aun cuando su música  me parece simplemente excepcional.
Con canciones que van del Alt Country y la Americana al Folk y al Rock Alternativo con tintes de pop, Jackpot logra crear un sonido de acordes armoniosos que poco a poco se van salpicando de nostalgia pero que también pueden  moverse a terrenos más rítmicos.
El artífice detrás de esta agrupación californiana alejada de los reflectores es Rusty Miller; un tipo alto y de barba descuidada que lleva el rol de vocalista, guitarrista y compositor. Fue a finales de los 90´s cuando, después de  pertenecer por un breve tiempo a las filas de Cake (Si, los mismos que hicieron  una divertida versión de “I´ll survive” de Gloria Gaynor), Miller decide formar Jackpot con el apoyo del bajista Sheldon Conney, Mike Currey en la batería y el tecladista  Lee Bob Watson. Así graban su primer disco Boneville (1999), un álbum que a pesar de grabarse de manera casera y contener yerros experimentales como “Cabin Fever” y canciones insustanciales como “Dacing All Night”,  ya  da muestras de la gran  sensibilidad de Miller al momento de crear canciones tristes. Temas como “Space Out”, la mohína y bellamente catártica “Staring At The Ceiling”, “Quicksand” o “Gum In The Asthray” son odas al desencanto, música para solitarios.
En el 2000 presentan su segunda grabación titulada Weightless, que muestra  un  gran progreso  tanto en calidad de sonido, como en la instrumentación y en la composición de las canciones. Desde  la abridora “La La Land”, pasando por el ambiente rural de “Cartwheels” la relajada y ensoñadora “She´s so cool”, el beat entusiasta  de  “In A Trance”, hasta cerrar con la sombría “Queen Bewildered”; este álbum se deja escuchar de principio a fin y deja con ganas de descubrir  que más tiene Jackpot bajo el brazo. Mención aparte merecen los temas “Piano” y “Weightless”, ambos verdaderas joyas; la primera, un corte perfecto de Country Alternativo  y la segunda una hermosa balada suave cuyo final me remite a  “The  Wind Cries Mary” de Hendrix.
Y aun así, Jackpot no recibió el reconocimiento que se hubiera esperado. Es verdad que en ese entonces el “Happy Punk” y el “Nu Metal” se encontraban en plena efervescencia, pero incluso hoy, y  aun en los terrenos del Country Rock Alternativo, esta belleza de disco sigue siendo ignorado. Cosas de la vida.
Dos años después presentan su tercer material: Shinny Things, un disco que  trata de poner distancia con el Alt Country y se acerca más al rock pop,  un poco en la línea de los ya mencionados Cake. Si bien los doce temas son bastante decentes, se echa un poco de menos la angustia y melancolía que permeaba en el disco anterior. Aun así, un aire derrotista brota en el tema “When You Leave” que instantaneamente me remite a Townes Van Zandt. Por otro lado  “Sideways”, “Far Far Far”,“Psycho Ballerina” y la hermosísima “Pennies” (la canción con la que los descubrí) bien pudieron haber tenido  éxito  en las estaciones de radio de USA, pero al final y de nueva cuenta, Jackpot no consiguió un reconocimiento masivo.
El cuarto disco de Jackpot titulado F+ vería la luz en 2004.Con una producción impecable  y ya afianzados en un  Country rock  pop alternativo -que en ocasiones podría recordarnos el sonido de Marcy Playground-, las composiciones de Miller muestran una mayor  madurez; también existe una  fluidez entre los temas que hacen de la escucha de este disco una experiencia bastante agradable. De principio a fin cada canción es una pieza sin fisuras ni titubeos, perfectamente ejecutada; el bluegrass amalgamado de excelente manera con rock en  “Headlights”,  la Rolling Stoniana “Euphoria”, el toque de jazz en “When We Get Togheter” son ejemplos del crecimiento de Jackpot como banda, y de nueva cuenta Miller vuelve a abordar los pasajes  lánguidos y sombríos  en temas como “Dizzy”, la acústica  “Airplanes and Secrets”, la tranquila y pausada  “Long Gone”, y  la eléctricamente angustiosa “If We Could Go Backwards”. Y al igual que en Weightless hay dos temas en F+ que captaron mi atención de manera inmediata: se trata de “Windshield Whipers” una bellísima y emotiva canción que simplemente roza la perfección pop; y la exquisitamente depresiva “Charlie Watts Is God” repitiendo  al final de la canción precisamente el título de la canción, desesperadamente, casi como un mantra, para terminar diciendo “Amén”. 
Y de nueva cuenta, Jackpot no fue percibido de manera masiva.
En el 2007, la banda  lanza un último disco titulado Moonbreath. Con un enfoque en las guitarras y las melodías calmas, y bajo una clara influencia del sonido de  Grandaddy, un desencanto evidente se asoma en la voz pausada -en ocasiones sombría- de Miller a través de los 22 cortes que conforman el álbum. Una densa quietud permea en todas las canciones y es claro que  Jackpot ha identificado sus puntos fuertes y los potencializa en un estilo que ya resulta inconfundible. Muestra de esto son “Magnified”,  la nostálgica y melancólica “Afternoon”, “Mojito Blues”, la bonita balada oldie “Write me back”, la atmosférica “Seedless Grapes”, el country rock ejecutado con alma y maestría en “Fine Mood” e “Invisible Train” y el blues rocanrolero de “I´m Alone”. Y aunque también se permiten lanzar guiños al punk  en “Juggling Boulders”, un tema que abreva tanto de Ramones como de The Stooges, e incluso acercarse al garaje rock  en  “Natural Fact”, el disco en conjunto deja entrever que el estado anímico de la banda no era el mejor; lo cual  no perjudica en lo absoluto su  sonido (¿Tal vez lo define aún más?), pero si debió haber influido en el hecho de que, hasta la fecha, no han vuelto a grabar  nada más.

Si hubiera justicia en esta vida, el material de Jackpot seria valorado y atesorado al menos por  la audiencia familiarizada con este tipo de música; en cambio, permanece confinado en un olvido gris; sus canciones en Youtube tienen una cantidad de vistas mínima y muy raramente son mencionados por críticos o seguidores.
 Quien guste de grupos como  My Blody Valentine, Mazzy Star,Calexico, Cake, Wilco,  Uncle Tupelo o Granddady (con cuyo líder, Jason Lyte, Rusty Miller incluso colaboró en el 2012), debería darse la oportunidad de conocer el trabajo de Miller y Cía.
Actualmente Jackpot se encuentra en una pausa indefinida, lo cual es una lástima. La suerte y el destino le han dado la espalda a esta banda. Como lo dije, la vida en ocasiones es una perra.
Solo espero que Rusty Miller no se deje vencer y regrese  con un puñado de canciones para gente solitaria y entonces me sentaré a escucharlo, vaso de whisky en mano. 


















lunes, 23 de octubre de 2017

Un demencial tipo acelerado

Soy un desempleado. “Un Parao”, dirían ellos. Pero ni las deudas ni las discusiones maritales,  merman  mi ánimo por ver al único sobreviviente de la banda más honrada del mundo; la que reventó mis adolescentes oídos con un punk sucio y nihilista, música fea para desadaptados.  Así es: Pako Eskorbuto vendría a Monterrey y no quería perdérmelo. No podía.
Las Violetas Violentas
Una morralla escaza en el bolsillo, un cambio de ropa y dos cámaras fotográficas en la mochila. Ese era mi equipaje para lanzarme a ver al último sobreviviente eskorbutero.
Ni Trusko ni Pablo se animaron a ir, pero Ponchín sí; entonces aprovechamos que La Peluca y Pablo tenían vuelta de trabajo a la capital del cabrito  y, después de esperar al pinche Alfonso por más de media hora, salimos hechos madre de Monclova en una troca sin estéreo, pero no importa; en mi cabeza resuena la batería electrónica del  Esquizofrenia y los gritos desgañitados de los dos demenciales chicos acelerados que ya no están en este mundo de mierda y que, como en los ochentas, sigue estando igual o peor de podrido.

Tomamos el metro en Cuauhtémoc y nos bajamos en Fundadores. Caminamos –un chingo- hasta la Librería Gandhi para buscar un libro que me pidió Juan, pero no lo tienen. De igual forma termino dándole en la madre a los últimos 300 pesos de la  tarjeta de nómina de mi ex trabajo. Los culpables fueron José Revueltas, Juan José Arreola y José Emilio Pacheco. Pinches Joseses. Ya que chingados. Las nubes sobre el Cerro de la Silla y el sol de la tarde me parecen algo tristes, pero se bien  que ni la tarde ni el mentado cerro tienen algo que ver con mi pataleado estado de ánimo.


Plan  9

Ponchín sale feliz de un cajero porque le depositaron su lana y caminamos a Plaza Morelos para comernos unos taquitos de a 25 pesos la orden. El cabrón se da el lujo de empujarse los tacos con una cerveza Indio, en pleno centro comercial. Me da risa y veo mi reflejo en las ventanas del lugar. Afuera oscurece y me doy cuenta de que soy un adulto con escaso pelo despeinado y haciendo las mismas tonterías de un chamaco; pero curiosamente no me siento mal.

Ya con la panza llena llegamos a Barrio antiguo. El bar donde será el evento se llama Music Antro y está prácticamente vacío, pero apenas son las siete y media. Ponchín compra su boleto; el mío lo trae Fabián, así  que nos vamos al Café Iguana y nos trepamos a la terraza a esperar a que Fabián salga de la chamba. A las 9 y media y ya con Fabián,nos lanzamos al Music Antro, que está a una calle del Café iguana. Punkis de la vieja guardia y morros de la actual movida están en los alrededores. Adentro ya está tocando el legendario combo saltillense, Violetas Violentas. Punk rasposo y acelerado sale de las bocinas  aunque la audiencia  aún no se anima a armar desmadre. Les tomo unas fotos y me doy cuenta que estoy bastante oxidado en el manejo de mi vieja cámara. Se suben los Plan 9, otra banda que también tiene tiempo en la movida punkeada de Monterrey.  Le doy mi cámara vieja a Ponchín para que saque unas fotitos y calo la otra cámara. Mierda, tampoco le atino; ni al enfoque ni a nada. ¿Será porque estoy demasiado sobrio? Mientras los Plan 9 nos recetan un punk de tintes misfiteros, enjundioso y ponedor, comienza a entrar más raza.
La siguiente banda son los Hellmaistroz y tocan un punk hardcore en la onda D-Beat de alto octanaje, hecho madre  y retador. Su vocal le dedica una canción a los  punkis  que están afuera y que al parecer no entran por que no quieren pagar el boleto. Por un instante me imagino que estamos en la Arena López Mateos de Tlanepantla Edo. De México, en un lejano 1991, con punkis cabrones  a punto de dar portazo. Es solo una pequeña puñetita mental.
Terminan su set los Hellmaistroz y se suben al escenario los mismísimos Disolución social. Pioneros de la escena punk regiomontana, su punk áspero y austero, así como sus letras críticas y de alto contenido social, nutrieron –y siguen nutriendo- a varias generaciones de  punketos y escuchas afines, creando una base sólida de seguidores y  un montón de canciones que se han convertido ya en himnos. No por nada es con ellos con quien  se inicia el slam.  Sus canciones son coreadas por todos; “Soy punk”, “La policía te reprime” y “El loco” hacen que la banda brinque y se empuje; y entre canción y canción, Raúl González (vocalista y guitarrista) suelta frases que nos recuerda la situación tan empinada en la que esta nuestro país. Gran verdad, pero esta noche  simplemente me vale madre mi paupérrima situación y la del país completo.
HellMaiztros
“Vamos  a hacer una investigación por que al parecer unos vagos le volaron una guitarra a un tal Evaristo… ¡Ya regrésenla, no sean cabrones!” dice Raúl Disolución en medio de la rola de “La policía…” y  Fabián y yo soltamos la carcajada. Y en ese instante volteo hacia el segundo piso del lugar y ahí está, el compañero de correrías de aquel par de desquiciados, listo para aporrear y hacer retumbar los cueros.
Como si se tratara de un Rocky  subiendo al ring, una valla de seguridad se forma para que Pako Galán y Cía. Lleguen hasta el escenario. El público –ahora si de un número considerable- lo aplaude. Se Puede ver el rostro de felicidad del baterista y una sonrisa sincera se le dibuja en los labios. Sabe que esta con su camarilla.
En la esquina izquierda del escenario, me quedo congelado. Estoy viendo al traco de Eskorbuto. El mismo tipo de lentes oscuros y gesto adusto que tantas veces me hizo mover los brazos como si estuviera tocando la batería.
Disolucion Social
No puedo recordar con que canción comenzaron; estoy pasmado. A ver, un momento; si: ¡YA NO QUEDAN MAS COJONES, ESKORBUTO A LAS ELECCIONES! Grito como todos los demás. La batería  suena chingonsísima; pareciera que  Pako quiere reventarla desde el principio. Sigo en mi intento de tomar fotos pero nomás no doy una; salen todas movidas. Llueve cheve, o al menos quiero pensar que es cerveza. Me empujan. Punkis de todas las edades levantan los puños y corean “Historia Triste” y una melancolía se me clava en el pecho. Faltan dos. Ojalá estuvieran aquí. Prefiero morir como un cobarde, que vivir cobardemente… Aún me sigue sorprendiendo la facilidad de Iosu y Juanma para escupir enormes verdades en sentencias tan sencillas. Yo aún sigo viviendo cobardemente. Mucha policía Poca diversión, un error, un error… A mi lado hay un punki de la vieja guardia, canoso y chaparrito que se desgañita pidiendo  “Tamara” y “Mata la música”; instantes después está en medio del slam, brincando y agitando los brazos. Todos lo levantan  y surfea sobre los cabezas.
Ponchin y Fabián están en medio de una marea de crestas, torsos desnudos y chamarras con estoperoles. El piso está lleno de cerveza y algunos se resbalan.  La raza los  pone en pie al instante. Mirarás al cielo y verás una gran nube sucia...Altos Hornos de nuestra ciudad…Somos ratas en Vizcaya…Pero yo grito que somos ratas en Monclova. ¿Cómo es posible que  una canción punk para una ciudad del viejo continente  retrate a la perfección a mi pueblo con pretenciones de ciudad? Es como si este trio de desmadrosos hubiera pisado este lugar tan lleno de baches  y políticos corruptos.  
Antes de la guerra podían regresar…volver a sus casas, volver a empezar…Pako suda copiosamente, pero el rostro serio y concentrado mientras aporrea los tambores, se le llena  de satisfacción al término de cada canción y aparece esa sonrisa discreta al comprobar que todos nos la estamos pasando de poca madre.
“Adiós Reina mía”, “Mierda, mierda, mierda”, “Es un crimen”. Todas suenan  bien cabrón. Esta no es una canción de amor, la esquizofrenia es mi pasión…Los testículos me cortaría por la calavera del rey…Es una  marcha oscura, un recordatorio de que hace décadas existió un grupo capaz de arrancarle a jirones genialidad a lo simple y austero; de escupirle  y pintarle un chingazo a la muerte tal vez sabiendo que su tiempo era corto, pero ese mismo tiempo dejaría resonando sus carcajadas sinvergüenzas en la  memoria del puñado que aún estamos y en la de los que vendrán.
¿Dónde está el porvenir, que crearon nuestros viejos? ¿O ES ACASO ESTA PUTA MIERDA EN LA CUAL VIVIMOS? La pregunta sigue sonando tan tristemente actual. Grito con el puño levantado.
 
Pako Eskorbuto
El tokin se acaba. Pako saluda amablemente a la gente que se acerca a la orilla del escenario. Se toma fotos. Sonríe. Se le ve satisfecho. Después sube por las escaleras de nueva cuenta flanqueado por los guardias de seguridad. Gracias a un amigo de Fabián, logramos que nos dejen subir al segundo piso del bar a tomarnos la foto del recuerdo.  Esperamos un rato  a que otras personas se fotografíen y saluden a pako. Preparo la cámara, pero cuando nos acomodamos al lado del baterista tomo una foto movida y sin flash. Sencillamente debí de haber hecho el viaje sin cámaras. Nervioso, le digo -textual- al Pako: “Es un honor y un pinche gusto verte tocar; la música que hicieron los tres influyo enormemente en mi vida.” Si, tan patético como una quinceañera chorreándose al ver a su ídolo de reguetón frente a ella. Aun así Pako estrecha mi mano con fuerza, y sonriente  me dice que el gusto es que hayamos asistido y que espera que nos veamos en la próxima. A huevo.
Salimos del MusicAntro y después de recetarse unos jotchos, Fabián se despide de nosotros, pero a Ponchín y a mi aún nos queda energía pa´ bailar ska en el Nandas. Estoy tan pinche contento que  me tomo una bironga. Amaneciendo –y amanecidos-,  y después de esperar  como dos horas en la central  ya venimos de retache en el camión a Monclova.
Después de más de 24 horas sin dormir y con los pies molidos, el cansancio me comienza a pasar factura. Me quedo dormido con el Eskorbuto aun resonando en las orejas y pienso que a Pako Galán le asiste toda la jodida razón: ESKORBUTO va a estar hasta que la muerte se acuerde de él, como lo hicieron Iosu y  Juanma; y como tercio de la banda, si él quiere tocar y girar, manteniendo el legado de la banda y haciéndolo llegar a más gente, lo celebro y lo aplaudo. Al final, son las canciones las que quedan. Y desde una cinta, un cd o en ceros y unos que flotan en el internet, seguirán reventando oídos como lo hicieron conmigo en mis ya lejanos años de preparatoria. Así es Pako, aún quedan demasiados enemigos.
En lo que a mí respecta,  me cago del gusto de haber visto pasar  al demencial -y ya no tan- chico acelarado por Monterrey.




martes, 29 de agosto de 2017

jueves, 10 de agosto de 2017

Lázaro Cristóbal Comala

La tierra que levanta la vieja camioneta avanzando por la brecha me hipnotiza, junto con el ruido que hacen las llantas al aplanar las piedras sueltas. En la caja vamos mi primo Gerardo y yo, sentados sobre un montón de elotes recién cortados, sintiendo la brisa tibia. El sol comienza a ocultarse entre los huizaches y aun puedo ver el canal de riego, quedándose atrás entre la polvareda. Al volante, mi abuelo  cala un cigarro Raleigh  mientras escucha un viejo corrido que pasan en el radio. No lo podía distinguir en ese instante pero, una sensación de paz, de estar en sintonía con ese entorno placido y quieto, me envolvía dulcemente. Esa sensación,  aunque disminuida, casi como un eco, vuelve en este instante que escucho a Lázaro Cristóbal Comala.
Es oriundo de Durango y lo descubrí hace más de un año gracias al excelente programa  Cero Decibeles y no miento al decir que  desde instante quede prendado de su música. Su nombre real es Daniel Azdar Sil y es  un espécimen raro en este país tan lleno de reguetón  y pop malo disfrazado de rock. Curiosamente, Daniel es uno de esos tipos que aún tienen amor y un franco respeto por la hechura de canciones que calen hondo. Y eso se agradece enormemente.
Enraizado en el country folk de Johnny Cash (para dar la referencia más evidente), el sonido de Lázaro Cristóbal Comala deambula cual fantasma por pasillos oscuros; arrastrando cadenas  de melancolía y desazón, pero aún así irradia y atrapa. Música austera, de una sobriedad  extraña, que es capaz de transportar (al menos en mi caso) hacia un México rural; aquel de tardes  largas y banquetas regadas; un México de Kioscos y domingos de plaza, de  nieve de sabores y  de pláticas entre vecinas y luciérnagas destellantes entre la hierba.
Y cuando ya con la música mi corazón estaba complacido ante Lázaro, escucho esa voz pausada y directa, con un aire de aflicción, enunciando palabras que evocan fotografías mentales. Palabras con peso y significado que sin estridencias ni victimismo -casi como una confesión que se le hace al amigo más cercano-, hablan de derrota y pesadumbre. Y el corazón terminó  por rendirse.  
No hay drama en Lázaro Cristóbal Comala; se trata  simplemente de la agridulce certeza  de pertenecer al bando de los perdedores, de la mansa resignación del hombre  al cual, a punta de chingazos, la vida lo ha convertido en alguien sin sueños, o de sueños  opacos  en el mejor de los casos. En Lázaro Cristóbal Cómala se  percibe un aire de impotencia ante los estragos  y las cicatrices que van quedando de las batallas diarias por ganar el pan,  perder el amor o conservar la cordura; y aun así la música redime y eleva, pega la  piezas rotas y nos mantiene respirando, en una constante búsqueda de los pedacitos faltantes.

Lázaro Cristóbal Comala mete el dedo en la herida infectada. Jala la muela floja pendiendo del último nervio. Susurra en el oído del que mira fijamente el pavimento desde la azotea de un quinto piso. Y aun así la melodía nos mantiene en pie, nos da una palmada en el hombro como lo hiciera tu padre mientras bebe una cerveza contigo. Y aparece de nuevo ese paisaje de nogales y huizaches, y más atrás los cerros azules bajo el celeste del cielo y el ruido de las chicharras. Entonces la amargura se disipa o al menos se enreda con una especie de esperanza  de tiempos mejores por venir.
Con cuatro discos grabados –Lázaro Cristóbal Comala (2014), Los Claros (2015), América grande (2016) y Zaguán: Cinco canciones cardenche (2016)- Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos (la banda que lo acompaña) es un trago de agua fresca en estos tiempos donde la estridencia y la inmediatez –y estupidez- mediática llena nuestras vidas. Sin oropeles ni florituras, sin poses,  su música es una invitación  a asomarse entre los pliegues del alma, a sentarse  a observar el ocaso por el simple gusto de hacerlo; a disfrutar del spleen  mencionado por Baudelaire.
Hermanado con  la vena melancólica de Nacho Vegas, tomando  inspiración del folk, el country y la americana, con claros guiños al sonido de Uncle Tupelo, Calexico -e incluso Townes Van Zandt- y agregando elementos del folclor mexicano, es una grata sorpresa que  Lázaro Cristóbal Comala haya germinado en estas áridas tierras tan llenas de música de  banda y más aún que  este ganando el afecto de un público que se va multiplicando.
El sol casi se oculta y la camioneta ha salido de la brecha para tomar la carretera a Anáhuac Nuevo León. Veo a mi abuelo y su sombrero gris a través del vidrio. El monte se va quedando lejos y mi flequillo se mueve por el viento, mientras al frente, mas allá de la carretera, puedo ver que las luces del pueblo comienzan a encenderse. Aún falta  camino por recorrer. Sonrío aunque no sé muy bien por qué.




Aquí pueden ver la presentación completa de Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos en Cero Decibeles.

Y Aquí pueden leer una entrevista bastante interesante sobre Lázaro Cristóbal Comala.


Su Facebook es facebook.com/lazarocristobalcomala y toda su discografía esta en Youtube.

domingo, 21 de junio de 2015

¡Extra, Extra! ¡Los hipsters fueron creados por los reptilianos!

La duda nos estaba carcomiendo desde hace años: ¿De dónde broto tanto pinche hipster como si de  una plaga bíblica se tratara? ¿Fue tal vez  un severo caso de generación espontánea? ¿Nos mintieron  nuestros confiables libros de Ciencias Naturales de la SEP?
El hecho es que estos entes que ahora pululan hasta en las rancherías más recónditas de nuestro país, tuvieron su inicio –Según nuestra fuente  anti anunaki y viajera del tiempo- en un experimento llevado a cabo por la elite reptiliana de esta bananera nación. El maléfico programa conocido en las esferas secretas como HIPACHES (una mezcla de los vocablos  “hipster” y “huaraches”) buscaba la creación, por medio de tecnología alienígena ancestral (¡off course!), de rockers  pretenciosos y sobrevalorados que le dieran más en la madre al de por sí ya maltratado rockcito nacional. Y lo lograron.
Por el momento no podemos revelar más, pero he aquí los borradores de la creación de los cuatro primeros prototipos,  fruto de este maquiavélico plan  que con éxito rotundo logró que  miles y miles de chamacos imitaran a estos engendros del mal. ¡Ay nanita!

LEON LARREGUI (Leonis Larriegocuandomecoloco)
Resultado de todos los excesos del frontman de La Polla Records, mezclado con el mal genio de  Gargamel y la freses insoportable de Diego Luna, León  intenta  ocupar el gran hueco (¿neta?) que dejo San Saulito Hernández una vez metamorfeado a Jaguar. La táctica es simple: Lírica barata basada en anémonas de luz y vías lácteas.



CHETES (Norteñus Bitlescus)
Conformado con retazos de la greña de Kurt cobain, apenas una pizca de la mirada melancólica de John Belushi y  los cachetes de marrana  flaca (El Chavo dixit) de Don Carlos Villagran, este prototipo va por la vida queriendo ser John Lennon o Paul McCartney o ya de perdido Ringo. La afición por los bitols le nació después de escuchar un disco de éxitos del fab four en versión mariachi.


LO BLONDO (En serio, así hace llamar)

Que no os engañe su carita  compungida, como de “me duele la panza” a lo Betty la fea; sus gorgoritos  y su  pedante imagen de catedrática son mortales. Si bien los “ingenieros” intentaron rebajar su pesadez con unas gotitas de Bombón, la tierna chica superpoderosa, al final prevaleció el gen de Soraya, la malvada villana  interpretada por Itatí Cantoral en aquel culebrón llamado María la del Barrio. De la música mejor no hablamos.


JUAN CIREROL (Junkie Ca$$$$h)

El más nuevo espécimen calza  botas, chupa guamas, trae perico y ¡tururú!  Se rumora que, como el chupacabras, fue un experimento fallido pues dicho personaje se rehusó a entrarle al cotorreo de las baladitas blandengues y pop sin chiste y decantó por el country y las norteñas.
 Pelangochón  y hacedor de rimas tan fáciles como  prostitutas de tugurio de mala muerte, sus doce cuerdas cautivan a condechis y arrabaleros por igual. Sin una vestimenta hipsterosa, con una tendencia al punk y con un lenguaje pachecamente florido,  por mucho, es el menos peor  de los  cuatro. ¡Ajúa!
 

Reportó, para la inmensa soledad de este blog, un güey sin quehacer.








martes, 2 de junio de 2015

LBAsi

Poco sé del personaje en cuestión; en su “feis” dice que nació en Durango; en otros lados se cuenta que creció  en Piedras Negras, Coahuila; en el soundcloud sale que vive en Fosterlandia Texas. Total que el vato se llama Ezequiel León Moreno –aunque en una entrevista dice que se llama Oscar Ortiz, so… ¿WTF?- pero eso sí: Su nombre artístico es El Basi. O LBasi. Hasta aquí mi intento de lograr una introducción formal, porque, ¿Cómo hablar formalmente de un tipo  que hace de la incorrección política el pan de cada día? El Basi se echa la botana, tira carrilla y habla anorteñao, medio pocho y lo hace de forma inteligente; se ríe de y con los tópicos del mexicano fronterizo, el que vive los calorones de 43 grados y ve de cerquitas el contraste cabrón entre la suciedad y la pobreza de este lado del puente, y el pasto verde y recién podado y los “mols”  con sus escaleras eléctricas  y aire acondicionado bien frío, que están del lado gringo.
El Basi no es nuevo en la movida; fue co-fundador-junto con el ex bajista de El Gran Silencio y productor de Celso Piña, Julián Villarreal “El Moco”-de la banda  La Grope Mystic Proyect Band. Además, fundó con DJ Agustín el proyecto “CHICOTE”, aunque actualmente es solista.
Brincando del funk al folk, del rock  al pop y de la cumbia al rap, El Basi no discrimina géneros y el mismo se cataloga como un “Trovador electrónico”; No miento cuando digo que su lírica -¿onírica?- se disfruta como un buche de cheve  helada. Echando verbo coloquial, covereando lo mismo a Radiohead que a Caló, Pixies o The Cure,  malabarea con las palabras y  siempre tiene el buen tino de  acomodarlas formando oraciones ingeniosas y divertidas.
Si la justicia  soltara su balanza mal calibrada y se quitara el pañuelo para voltear sus oclayos lagañosos hacia el norte lleno de huizaches y biznagas de este maloliente país, Lbasi  estaría sonando en las estaciones de radio, siendo mamado por hípsters, rupestres,  punketos y metaleros malotes, compartiendo escenario en esos festi-valines -que ahora pululan como oxos en estas chayoteras tierras- con Zoeces, callejeros decimo terceros y Cirerolitos. Pero no; pareciera que  a este camarada le  tocó bailar con la morra más fea de la movida “indi”, la de a de veras; ese “indi” donde al músico le quieren pagar con chelas o de plano no le quieren pagar; el “indi” donde  con un putamadral esfuerzo, dinero propio y muchas penurias se logra grabar un disco realmente independiente y a los tres minutos  un cabrón ya lo está compartiendo, sin permiso, con el mediafire. Ese “indi” donde  vergonzosamente solo se le paga –cuando se le paga- al músico que toca las canciones de Maná  o Caifanes, y al que  se anima a componer canciones de su autoría, se le desdeña.
Y aun así, Lbasi se las arregla para mantenerse en pie de guerra, armando letras agridulces  cargadas de amor, desamor e ironía, y arropándolas con melodías de rock pop y coros pegajosos. Y entre todo su chabacano desmadre lleno de cucuys, vatos bien mameys y viejos de la güira, también se da el tiempo para crear melodías melancólicas de esas que son perfectas para escucharse en la tarde de un domingo tristón. Canciones como “Inevitable” o “No hay un lugar” son la muestra de que además de su característico lado chacotero, LBasi tiene las tablas suficientes para desarrollar canciones en un formato formal cargadas de sentimiento neto.
Y es precisamente esta dualidad, ese transitar del rebane  a la sobriedad, lo que me parece  muy llamativo de este compa: De su chompa salen frases destinadas a  provocar la carcajada y también es capaz de armar enunciados reflexivos e inteligentes.
LBAsi tiene como cuatro discos –El ultimo se llama “Urbanigrama Ocasional”-, todos independientes y de los cuales  no he escuchado ni uno completo; puras rolas sueltas. Pero lo que he oído me ha parecido tan a toda madre que hasta ando pensando en comprárselos al chingado I-tunes, y me cae que  me gustaría comprar el cd físico.
Alejado de los faroles de la fama, tocando en bares y empecinado en componer –y descomponer- canciones que hagan chacualear  a una que otra neurona atascada de mota o alcohol, ahí va Lbasi  tirando su verbo loco y sembrando música chida en un pinche desierto parco, donde no existe una verdadera movida rockeril con identidad propia.


Si no lo has escuchado, escúchalo; LBasi aún no ha creado la canción más verga del mundo, pero ya anda en eso.

¡Y no me agüites la pore, morra!