Tosí escandalosamente en el
boquete del excusado tratando de expulsar
una flema gorda y viscosa. Mi panza abultada se movía como gelatina y el sabor
del asco me llenó la boca. Deje que la baba escurriera
por los labios chisporroteando en el agua con orina.
Chingadamadre.Las tresaeme.
Y recordé el sueño antes de la
tos. Era la vieja calle de la colonia El Pueblo, donde mi familia y yo vivimos en
casa de renta durante un gran pedazo de mi niñez. Estaba frente a la tienda de
Lichitia, de noche, y vi llegar el carro verde viejo y
destartalado.
Frenando en seco, dando una vuelta de bandido, casi se estrella contra la pared. Se abre la
portezuela del auto y veo las botas picudas, negras. Es la Mona, borracho hasta el culo. El cofre humeante
hace un ruido de serpiente de cascabel y la Mona entre carcajadas salta sobre
el capacete brincando como títere esquizofrénico. Luego noto los ruidos en la cajuela y se abre de un chingazo; me veo a mi
mismo salir, con los tenis meados y el pantalón enterregado, junto con una fulana de minifalda visiblemente borracha y
un cabrón que sin duda es el Pablo.
La mona ahora está golpeando
la puerta de la tienda de Lichita. Le digo que no mame, que no sea escandaloso.
-¿Quihubo mi rey? ¿Ya te
despertaste?
La risa de Pablo se escucha a
mis espaldas. La borracha en minifalda guacarea como perro. Sé que es la
vocalista de la banda.
De pronto el Ruco, mi entrañable compadre, flaco y con su característico
bigote me pasa el brazo por los hombros.
-Hazte pa’ca. Ya van a empezar
las pedradas.
Pero no pasa nada; solo nos
alejamos dos casas de la tienda y ya estamos frente a la vieja casa de renta
que conozco de memoria. Todo se ve oscuro, con la clásica luz anaranjada de las
farolas del municipio.
-Se me acabo el rock carnal. Mal
pedo...- Le digo como si me estuviera confesando en domingo, pa’ poder tragar
la hostia.
El Ruco se ríe, como intentando decir que no pasa nada.
Y como flash back de novela
chafa nos acordamos al mismo tiempo, como por telepatía, de todas las pinches
tocadas y las borracheras, y nos carcajeamos.
Entonces escucho el llanto de un niño y Ruco ya no está;
solo estoy yo parado frente a la casa, la calle sola y la pinche luz anaranjada
odiosa de la farola.
Yo conozco esos chillidos. Son
de mi sobrino Abel. Llora porque su papá
va a sepa la madre donde, y él quiere ir con él. No puede.
Y de repente, ya no soy Yo-Adulto
panzón, borracho y quejumbroso ante la vida de mierda que llevo; soy Yo-niño otra vez; el que a veces puedo ver asomándose en el espejo cuando me veo fijamente a los ojos lagañosos.
Y La casa ya no está toda
oscura: La pequeña lamparita roja alumbra la recamara, y siento el
respaldo de la cama en la cabeza, con
los detalles de rosas tallados en la madera y veo a mi padre recostado, con la
pierna cruzada y un libro en las manos.
Entonces el Yo-Adulto pero con
cuerpo de Yo-niño se acurruca con mi padre Joven, con sus lentes grandes y el
pelo quebrado ligeramente largo, y escucha su corazón latir, y siente lo tibio
de su sudadera gris.
Es real, pienso. Esto es real.
Pero solo atino a preguntar,
como preguntan los niños buscando aprobación:
-Yo no lloraba así, porque tú
casi nunca salías, ¿verdad?...
Papá sonríe y me pone la palma
de su mano algo rasposa sobre la cara, tal y como lo recuerdo.
Intuyo que Mamá esta también a
mi lado, pero al voltear abro los ojos solo para ver penumbras y las letras
rojas del despertador marcando las 3:00 A.M.; es Sábado 15 de Marzo del año
2014.
Desorientado, me doy cuenta de que toco el muslo de mi esposa,
como para asegurarme donde estoy, para saber si regrese.
Una sensación como de niño
perdido, como de primer día de escuela, se me junta en todo el cuerpo, poniéndome
los ojos vidriosos.
Y en este momento, con la
cabeza gacha sobre la taza del baño, me quedo pensando si me dormí y luego desperté o si fue precisamente
al revés, mientras una melancolía cabrona
casi me hace llamar a mi padre en plena madrugada.