Ciudad
de muerte. De rostros callados con el odio hirviendo.
Ciudad
de sombras, esbirros del infierno por las calles, entre la gente pasmada por el
miedo.
Ciudad
oscura, con sus muros sucios de tizne y pintas sin sentido.
Ciudad
que intenta gritar y la callan a punta de cuchillo y de pistola; Ciudad de
ahorcados y cuerpos tirados en las brechas.
Ciudad
de fe gastada, de miradas huecas y de hastió.
Ciudad
enferma de violencia y de apatía, con su
calle principal llena de tráfico, cual arteria taponeada, como si nada pasara.
¡Pobrecita
ciudad que ni es ciudad y que confunde progreso con tiendas de mercachifes
gringos!
Pueblo
de caciques de apellidos rimbombantes, dueños de aquí y allá, de esto y
aquello, y también, ¿por qué no?, de alcaldías, oficinas públicas y
diputaciones.
Ciudad
podrida, de cabeza gacha; desquerida y arrumbada en el desierto; ¿Cuál fue tu
falta para que el dedo de Dios te convirtiera en un nido de ratas y alimañas?
Ciudad
que me arde, que me quema las entrañas
al verla agonizante y yo con ella…
¿Era
la fuerza y el orgullo de los viejos, nuestros Padres y Madres, Abuelas y
Abuelos, el sostén de tu otrora grandeza
y entereza y somos nosotros, los de ahora, los endebles?
Triste
ciudad anquilosada, con tu Iglesia añeja y tu río seco, seremos nosotros y el
tiempo quienes cavemos tu tumba o te devolvamos el aliento.