
Todos los niños van en short y tenis al cumpleaños de tomasín, pero yo tengo que calzar mocasines bien boleados y vestir pantalón formal y camisa a rayas, con mi chamarra roja y mi pelo relamido. Soy un señor chiquito pegándole a la piñata. ¡Ay no!, es la parálisis previa al vomito, es el temblor incontrolable, es la saliva como agua, el periódico en el suelo, mi padre sosteniendome del antebrazo, la luz fastidiosa del foco de 100 watts y el pinche casete de obsequio por comprar unas chanclas con forma de insecto; la misma pinche canción por el lado A y B con esa voz dulzona y empalagosa -tan característica en las niñas chifladas que casi dan el brinco a la pubertad- perforando mi cabeza: “Me puse un zapatito / en una calle de cristal / entre muy despacito / en una nave espacial / salí casi volando / entre nubes de algodón / pise muy suavecito / dentro de tu corazón / arco iris de sueños / de colores pastel / de violeta, amarillos como miel / El color de la vida / esperando por mi/ y brincando un mundo nuevo descubrí / quiero andar por ahí, a donde vayas tu/ quiero ir junto a ti, en busca del amooouuooor...”
Mi hermana brinca por toda la casa al ritmo de la pista, feliz con sus huaraches nuevos con forma de alacrán. En el canal 5 pasan Dimensión desconocida, en domingo. Desperté un lunes a las 6:43 am, 21 años después.