Con la majestuosidad de un cuervo en vuelo, el tornasol azuloso negrusco
reflejando la luz, mientras describe líneas invisibles en el derrumbe de la tarde.
Con el susurro
apenas audible del tiempo rasgándonos la espalda. El enojo rompiendo las
cuerdas, los cueros y las almas, explotando en oscura armonía.
Con la paz que
se vierte a cuentagotas, aromática pero tan breve.
Con la austeridad de un espíritu hastiado,
pero renuente a abandonar la magia difusa que crean las melodías.
Con la voz rasposa que pareciera haber robado
el fuego de los cielos, por que traspasa el cartílago y no deja nada en pie.
Con el tipo que hermana la pena y el gozo y nos las sirve,
humeante.
Con
un llanto sereno y una angustia apaciguada a punta de canciones.
Con eso
me tope al escuchar a Vic Chesnutt.
Irónico
que lo descubriera en estas fechas, 3 años después de su suicidio.
Triste
que sintiera la necesidad de irse.
Triste que aun sea tan poca la gente que valore y disfrute su música. ¿Como es posible que música
tan sublime permanezca, aun en estos tiempos, en el underground?
Contrario
a lo que pensaras Vic, nunca fuiste un cobarde.
Los verdaderos
cobardes lo sabemos.