La tarde se disipa entre
sombras alargadas y el ulular de una sirena de ambulancia.
El ruido de los autos rebota
en las paredes viejas del centro y cada vez más gente le rehuye; Lo bloquea con
audífonos conectados a sus teléfonos. Aislados
del barullo cotidiano, inmersos cada quien en su realidad sonora, se mueven por
los vericuetos laberínticos de la pútrida ciudad.
Lo que antes era un recurso
del melómano empedernido, la imagen poética del solitario apestado, el rebelde
meditabundo, se vulgarizó hasta rozar los
límites del mal gusto.
Algunos le pintan cara de
cumbia vallenata. A un vato se le escurre un reguetón por la pierna derecha.
Here Comes The Cracken al final de un camión de la Progreso. Escapar del –tercer-
mundo, montados en ondas sonoras; escapar del tiroteo entre GATES y sicarios, escapar del jefe abusón, de
gobernadores corruptos. Escapar.
Pequeñas pantallas fulgurantes
controlan los pulgares, las neuronas. Cada uno se sumerge en imágenes y sonidos
y hasta habrá quien le da un “me gusta” a la foto de un atardecer de sombras
alargadas.
Pareciera que ya no es
suficiente la realidad de nuestro entorno.
Nadie se ve al rostro, como si
les asustara ver al demonio en el prójimo. El mundo ha mutado en uno de cabezas
gachas, con personas tan comunicadas e inconexas a la vez, que ya solo sus
sombras alargadas en el asfalto son las que se tocan.