martes, 29 de agosto de 2017
jueves, 10 de agosto de 2017
Lázaro Cristóbal Comala
La tierra que levanta la vieja
camioneta avanzando por la brecha me hipnotiza, junto con el ruido que hacen
las llantas al aplanar las piedras sueltas. En la caja vamos mi primo Gerardo y
yo, sentados sobre un montón de elotes recién cortados, sintiendo la brisa
tibia. El sol comienza a ocultarse entre los huizaches y aun puedo ver el canal
de riego, quedándose atrás entre la polvareda. Al volante, mi abuelo cala un cigarro Raleigh mientras escucha un viejo corrido que pasan
en el radio. No lo podía distinguir en ese instante pero, una sensación de paz,
de estar en sintonía con ese entorno placido y quieto, me envolvía dulcemente.
Esa sensación, aunque disminuida, casi
como un eco, vuelve en este instante que escucho a Lázaro Cristóbal Comala.
Es oriundo de Durango y lo descubrí
hace más de un año gracias al excelente programa Cero
Decibeles y no miento al decir que desde instante quede prendado de su música. Su
nombre real es Daniel Azdar Sil y es un espécimen
raro en este país tan lleno de reguetón y pop malo disfrazado de rock. Curiosamente,
Daniel es uno de esos tipos que aún tienen amor y un franco respeto por la hechura de canciones
que calen hondo. Y eso se agradece enormemente.
Enraizado en el country folk de
Johnny Cash (para dar la referencia más evidente), el sonido de Lázaro Cristóbal
Comala deambula cual fantasma por pasillos oscuros; arrastrando cadenas de melancolía y desazón, pero aún así irradia y
atrapa. Música austera, de una sobriedad
extraña, que es capaz de transportar (al menos en mi caso) hacia un México
rural; aquel de tardes largas y
banquetas regadas; un México de Kioscos y domingos de plaza, de nieve de sabores y de pláticas entre vecinas y luciérnagas destellantes
entre la hierba.
Y cuando ya con la música mi corazón
estaba complacido ante Lázaro, escucho esa voz pausada y directa, con un aire de aflicción, enunciando
palabras que evocan fotografías mentales. Palabras con peso
y significado que sin estridencias ni victimismo -casi como una confesión que
se le hace al amigo más cercano-, hablan de derrota y pesadumbre. Y el corazón terminó
por rendirse.
No hay drama en Lázaro Cristóbal
Comala; se trata simplemente de la
agridulce certeza de pertenecer al bando
de los perdedores, de la mansa resignación del hombre al cual, a punta de chingazos, la vida lo ha
convertido en alguien sin sueños, o de sueños
opacos en el mejor de los casos.
En Lázaro Cristóbal Cómala se percibe un
aire de impotencia ante los estragos y
las cicatrices que van quedando de las batallas diarias por ganar el pan, perder el amor o conservar la cordura; y aun así
la música redime y eleva, pega la piezas
rotas y nos mantiene respirando, en una constante búsqueda de los pedacitos
faltantes.
Lázaro Cristóbal Comala mete
el dedo en la herida infectada. Jala la muela floja pendiendo del último
nervio. Susurra en el oído del que mira fijamente el pavimento desde la azotea
de un quinto piso. Y aun así la melodía nos mantiene en pie, nos da una palmada
en el hombro como lo hiciera tu padre mientras bebe una cerveza contigo. Y
aparece de nuevo ese paisaje de nogales y huizaches, y más atrás los cerros
azules bajo el celeste del cielo y el ruido de las chicharras. Entonces la
amargura se disipa o al menos se enreda con una especie de esperanza de tiempos mejores por venir.
Con cuatro discos grabados –Lázaro
Cristóbal Comala (2014), Los Claros (2015), América grande (2016) y Zaguán: Cinco
canciones cardenche (2016)- Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos (la banda
que lo acompaña) es un trago de agua fresca en estos tiempos donde la
estridencia y la inmediatez –y estupidez- mediática llena nuestras vidas. Sin
oropeles ni florituras, sin poses, su música
es una invitación a asomarse entre los pliegues
del alma, a sentarse a observar el ocaso
por el simple gusto de hacerlo; a disfrutar del spleen mencionado por Baudelaire.
Hermanado con la vena melancólica de Nacho Vegas,
tomando inspiración del folk, el country
y la americana, con claros guiños al sonido de Uncle Tupelo, Calexico -e incluso
Townes Van Zandt- y agregando elementos del folclor mexicano, es una grata sorpresa que Lázaro Cristóbal Comala haya germinado en
estas áridas tierras tan llenas de música de
banda y más aún que este ganando
el afecto de un público que se va multiplicando.
El sol casi se oculta y la
camioneta ha salido de la brecha para tomar la carretera a Anáhuac Nuevo León. Veo
a mi abuelo y su sombrero gris a través del vidrio. El monte se va quedando lejos
y mi flequillo se mueve por el viento, mientras al frente, mas allá de la carretera,
puedo ver que las luces del pueblo comienzan a encenderse. Aún falta camino por recorrer. Sonrío aunque no sé muy bien por qué.
Aquí pueden ver la presentación
completa de Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos en Cero Decibeles.
Y Aquí pueden
leer una entrevista bastante interesante sobre Lázaro Cristóbal Comala.
Su Facebook es facebook.com/lazarocristobalcomala y toda su discografía esta en Youtube.
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