jueves, 10 de agosto de 2017

Lázaro Cristóbal Comala

La tierra que levanta la vieja camioneta avanzando por la brecha me hipnotiza, junto con el ruido que hacen las llantas al aplanar las piedras sueltas. En la caja vamos mi primo Gerardo y yo, sentados sobre un montón de elotes recién cortados, sintiendo la brisa tibia. El sol comienza a ocultarse entre los huizaches y aun puedo ver el canal de riego, quedándose atrás entre la polvareda. Al volante, mi abuelo  cala un cigarro Raleigh  mientras escucha un viejo corrido que pasan en el radio. No lo podía distinguir en ese instante pero, una sensación de paz, de estar en sintonía con ese entorno placido y quieto, me envolvía dulcemente. Esa sensación,  aunque disminuida, casi como un eco, vuelve en este instante que escucho a Lázaro Cristóbal Comala.
Es oriundo de Durango y lo descubrí hace más de un año gracias al excelente programa  Cero Decibeles y no miento al decir que  desde instante quede prendado de su música. Su nombre real es Daniel Azdar Sil y es  un espécimen raro en este país tan lleno de reguetón  y pop malo disfrazado de rock. Curiosamente, Daniel es uno de esos tipos que aún tienen amor y un franco respeto por la hechura de canciones que calen hondo. Y eso se agradece enormemente.
Enraizado en el country folk de Johnny Cash (para dar la referencia más evidente), el sonido de Lázaro Cristóbal Comala deambula cual fantasma por pasillos oscuros; arrastrando cadenas  de melancolía y desazón, pero aún así irradia y atrapa. Música austera, de una sobriedad  extraña, que es capaz de transportar (al menos en mi caso) hacia un México rural; aquel de tardes  largas y banquetas regadas; un México de Kioscos y domingos de plaza, de  nieve de sabores y  de pláticas entre vecinas y luciérnagas destellantes entre la hierba.
Y cuando ya con la música mi corazón estaba complacido ante Lázaro, escucho esa voz pausada y directa, con un aire de aflicción, enunciando palabras que evocan fotografías mentales. Palabras con peso y significado que sin estridencias ni victimismo -casi como una confesión que se le hace al amigo más cercano-, hablan de derrota y pesadumbre. Y el corazón terminó  por rendirse.  
No hay drama en Lázaro Cristóbal Comala; se trata  simplemente de la agridulce certeza  de pertenecer al bando de los perdedores, de la mansa resignación del hombre  al cual, a punta de chingazos, la vida lo ha convertido en alguien sin sueños, o de sueños  opacos  en el mejor de los casos. En Lázaro Cristóbal Cómala se  percibe un aire de impotencia ante los estragos  y las cicatrices que van quedando de las batallas diarias por ganar el pan,  perder el amor o conservar la cordura; y aun así la música redime y eleva, pega la  piezas rotas y nos mantiene respirando, en una constante búsqueda de los pedacitos faltantes.

Lázaro Cristóbal Comala mete el dedo en la herida infectada. Jala la muela floja pendiendo del último nervio. Susurra en el oído del que mira fijamente el pavimento desde la azotea de un quinto piso. Y aun así la melodía nos mantiene en pie, nos da una palmada en el hombro como lo hiciera tu padre mientras bebe una cerveza contigo. Y aparece de nuevo ese paisaje de nogales y huizaches, y más atrás los cerros azules bajo el celeste del cielo y el ruido de las chicharras. Entonces la amargura se disipa o al menos se enreda con una especie de esperanza  de tiempos mejores por venir.
Con cuatro discos grabados –Lázaro Cristóbal Comala (2014), Los Claros (2015), América grande (2016) y Zaguán: Cinco canciones cardenche (2016)- Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos (la banda que lo acompaña) es un trago de agua fresca en estos tiempos donde la estridencia y la inmediatez –y estupidez- mediática llena nuestras vidas. Sin oropeles ni florituras, sin poses,  su música es una invitación  a asomarse entre los pliegues del alma, a sentarse  a observar el ocaso por el simple gusto de hacerlo; a disfrutar del spleen  mencionado por Baudelaire.
Hermanado con  la vena melancólica de Nacho Vegas, tomando  inspiración del folk, el country y la americana, con claros guiños al sonido de Uncle Tupelo, Calexico -e incluso Townes Van Zandt- y agregando elementos del folclor mexicano, es una grata sorpresa que  Lázaro Cristóbal Comala haya germinado en estas áridas tierras tan llenas de música de  banda y más aún que  este ganando el afecto de un público que se va multiplicando.
El sol casi se oculta y la camioneta ha salido de la brecha para tomar la carretera a Anáhuac Nuevo León. Veo a mi abuelo y su sombrero gris a través del vidrio. El monte se va quedando lejos y mi flequillo se mueve por el viento, mientras al frente, mas allá de la carretera, puedo ver que las luces del pueblo comienzan a encenderse. Aún falta  camino por recorrer. Sonrío aunque no sé muy bien por qué.




Aquí pueden ver la presentación completa de Lázaro Cristóbal Comala y Los Niños Rotos en Cero Decibeles.

Y Aquí pueden leer una entrevista bastante interesante sobre Lázaro Cristóbal Comala.


Su Facebook es facebook.com/lazarocristobalcomala y toda su discografía esta en Youtube.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me acabo de encontrar con esta reseña. Muchas gracias por tus palabras, es una precisa y hermosa redacción.
Saludos desde Durango. Soy Lázaro.