2014. Es invierno. Estoy auto
recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo
sucio y con frío entre sus paredes, como
una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y
derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. De pronto, una voz que arrastra las
palabras de beoda manera sale de las bocinas
y una música que aún sonando a rocanrol deja un rastro de melancolía,
se comienza a incrustar en mi cerebro. Así conocí a Los Mentirosos, una de las bandas
más chingonas con las que me he topado y su rock sucio y desfachatado sencillamente golpeó
mi cabeza como un mazo.
Mas vagos que el cuñado de Rocky, salidos de Boulongne (Buenos
aires, Argentina) y liderados por un veterano del punk argentino llamado Juan
De Madrugada (ex integrante de la banda Mal
Momento), Los Mentirosos logran crear un
rock manchado de ese punk primigenio y ramonesco pero sin caer en los tópicos
obvios como lo hacen muchas otras bandas; no temen tomar elementos del folclor y sonidos tradicionales para
mezclarlos con un rock potente y el
resultado es una música que suena madura e irreverente a la vez, agridulce y de
una honestidad e incorrección política que engancha a la primera escucha.
Tienen cinco discos editados
hasta el momento: Los Mentirosos
(2009), El Poder De Los Incrédulos
(2013), 3er Vencimiento (2014), Hablemos En El Cuarto (2016) y el más
reciente Rarezas (2017); en todos permean una actitud descarada y un
aire de derrota con tufo a nihilismo y botellas de cerveza quebradas.
No hay duda de que Los
Mentirosos son artesanos de canciones con torso de banqueta; cantan historias
de amores tóxicos y autodestructivos, pintan postales de barrio pobre y tatuajes
mal hechos con tinta china; retratan noches sudorosas de braguetas mal
cerradas. Y es que hay una poesía atroz, sórdida, en las letras de Juan de Madrugada.
Una poesía que mete el dedo en la llaga y lo remolinea sádica, removiendo las costras de
la herida.
Al escuchar esa voz alcohólica
y trasnochada, da la sensación de que nos hace participes de una confesión que
se le hace a un amigo en medio del ruido del bar. Y son las frases fulminantes
y certeras de Juan de Madrugada las que
se clavan como cadillos en pie descalzo. Lamentos descarnados,
aseveraciones socarronas, aullidos de perro viejo que ya ha sobrevivido a las
pedradas y a las mordidas de pelea.
“Lo aplaudieron, lo felicitaron; a ese cara de pelotudo lo ascendieron.
En cambio a mí; a mí me echaron…porque tengo la cabeza en otro lado” Se
lamenta Juan de Madrugada en Lo Dejo todo
y pareciera que, poniendo su mano en mi hombro, me hablara de tú a tú;
como si conociera mi pena, mis yerros y mi atrofiado estado anímico. ¿Qué se
puede hacer cuando una canción hace eso? Nada; solo darse un buen trago y
disfrutar el sabor amargo. Paladear el fracaso y dejarse marear por el alcohol, agarrado
de las palabras directas de Los Mentirosos que bien podrían ser bálsamo o
escozor.
La tierra que se hace lodo con la orina,
no se simula. O la tienes o no. La mugre en las uñas, las ojeras y el desvelo,
son marcas de guerra y Los Mentirosos, -alcohólicos, apostólicos, románticos-
las portan como medallas de honor.
Es difícil encontrar actitud
en estos tiempos. Actitud y buen rock, aún
más. Y aquí esta este grupo, con una clara vocación de paria y una trova sucia y deshilachada que como
cascabel de serpiente alertan de peligro: El riesgo de vivir en las orillas, en
el margen. Las orillas de lo que sea; un barrio, un amor, la existencia misma.
“¡Hey, pendejo! No te quedes ahí; ¡Tomemos!
Bailemos aunque el invierno llegue; ¡Cantemos
en la desgracia!” pareciera que
gritara con ebrio desparpajo.
Mientras tanto el Rocanrol,
ese Mentiroso que hace como que se muere y no se muere, una vez más viste de cuero negro gastado con olor a alcohol y una playera salitrosa. Le da una calada a un cigarrillo
a punto de acabarse y observa la calle triste y sucia que conduce al
bar. A lo lejos, de un radio viejo se escapa
una melodía distorsionada.
Esta noche ando solo; estoy
decepcionado. No es una buena
noche para andar solo, yo me voy
con Los Mentirosos. No sé; a mí me
alegran la vida, parece que a otros se las
arruina; bailamos en el cementerio y esas tribunas están vacías…Si nos
maldicen por nuestro bien, libérenos de todo este mal.
2017. Es invierno. Estoy auto
recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo
sucio y con frío entre sus paredes, como
una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y
derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. Solo que ahora, una carcajada cínica
me brota en el alma; es una risotada despreocupada; es el valemadrismo que le escupe la cara a la melancolía, le
agarra las tetas, le da un beso de lengua y se aprieta contra su culo; solo para
que esta le dé una bofetada y le muerda el labio.
Le doy un traguito al tinto y
subo el volumen. ¿Adivinen que suena?