martes, 12 de diciembre de 2017

Los Mentirosos: La lengua de navaja que grita rock.

2014. Es invierno. Estoy auto recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo sucio  y con frío entre sus paredes, como una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. De pronto, una voz que arrastra las palabras de beoda manera sale de las bocinas  y una música que aún sonando a rocanrol deja un rastro de melancolía, se  comienza a incrustar en mi cerebro.  Así conocí a Los Mentirosos, una de las bandas más chingonas con las que me he topado y  su rock sucio y desfachatado sencillamente golpeó mi cabeza como un mazo.

Mas vagos que el cuñado de Rocky, salidos de Boulongne (Buenos aires, Argentina) y liderados por un veterano del punk argentino llamado Juan De Madrugada (ex  integrante de la banda Mal Momento), Los Mentirosos logran  crear un rock manchado de ese punk primigenio y ramonesco pero sin caer en los tópicos obvios como lo hacen muchas otras bandas; no temen tomar  elementos del  folclor y sonidos tradicionales para mezclarlos con un rock potente  y el resultado es una música que suena madura e irreverente a la vez, agridulce y de una honestidad e incorrección política que engancha a la primera escucha.


Tienen cinco discos editados hasta el momento: Los Mentirosos (2009), El Poder De Los Incrédulos (2013), 3er Vencimiento (2014), Hablemos En El Cuarto (2016) y el más reciente Rarezas (2017); en todos permean una actitud descarada y un aire de derrota con tufo a nihilismo y botellas de cerveza quebradas.
No hay duda de que Los Mentirosos son artesanos de canciones con torso de banqueta; cantan historias de amores tóxicos y autodestructivos, pintan postales de barrio pobre y tatuajes mal hechos con tinta china; retratan noches sudorosas de braguetas mal cerradas. Y es que hay una poesía atroz, sórdida, en las letras de Juan de Madrugada. Una poesía que mete el dedo en la llaga y  lo remolinea sádica, removiendo las costras de la herida.


Al escuchar esa voz alcohólica y trasnochada, da la sensación de que nos hace participes de una confesión que se le hace a un amigo en medio del ruido del bar. Y son las frases fulminantes y certeras de Juan de Madrugada las que  se clavan como cadillos en pie descalzo. Lamentos descarnados, aseveraciones socarronas, aullidos de perro viejo que ya ha sobrevivido a las pedradas y a las mordidas de pelea.

“Lo aplaudieron, lo felicitaron; a ese cara de pelotudo lo ascendieron. En cambio a mí; a mí me echaron…porque tengo la cabeza en otro lado” Se lamenta Juan de Madrugada en Lo Dejo todo y pareciera que,  poniendo  su mano en mi hombro, me hablara de tú a tú; como si conociera mi pena, mis yerros y mi atrofiado estado anímico. ¿Qué se puede hacer cuando una canción hace eso? Nada; solo darse un buen trago y disfrutar el sabor amargo. Paladear el fracaso y dejarse marear por el alcohol, agarrado de las palabras directas de Los Mentirosos que bien podrían ser bálsamo o escozor.
 Y es que en esta música habita el eterno amor-odio inamovible; son  canciones que dibujan relaciones tortuosas que no  sabemos cómo terminar y cuando lo hacemos, acaban mal. Terremotos emocionales que nos cimbran la cordura; codependencia, arañazos en la espalda y la ternura melodramática y eriza del yonki enamorado; todo eso asoma en este ROCK  (si, con mayúsculas) que pareciera tener lengua de navaja.
 La tierra que se hace lodo con la orina, no se simula. O la tienes o no. La mugre en las uñas, las ojeras y el desvelo, son marcas de guerra y Los Mentirosos, -alcohólicos, apostólicos, románticos- las portan como medallas de honor.
Es difícil encontrar actitud en estos tiempos. Actitud y buen rock,  aún más. Y aquí esta este grupo, con una clara  vocación de paria y  una trova sucia y deshilachada que como cascabel de serpiente alertan de peligro: El riesgo de vivir en las orillas, en el margen. Las orillas de lo que sea; un barrio, un amor, la existencia misma.
“¡Hey, pendejo!  No te quedes ahí; ¡Tomemos! Bailemos  aunque el invierno llegue; ¡Cantemos en la desgracia!” pareciera  que gritara con ebrio desparpajo.


Mientras tanto el Rocanrol, ese Mentiroso que hace como que se muere y no se muere, una vez más viste  de cuero  negro gastado con olor a alcohol y  una playera salitrosa. Le da una calada a un cigarrillo a punto de acabarse y observa la calle triste y sucia que conduce al bar. A lo lejos, de un radio viejo se escapa  una melodía distorsionada.

Esta noche ando solo; estoy  decepcionado. No es  una buena noche para andar solo, yo  me voy con  Los Mentirosos. No sé; a mí me alegran la vida, parece que a otros se las  arruina; bailamos en el cementerio y esas tribunas están vacías…Si nos maldicen por nuestro bien, libérenos de todo este mal.


2017. Es invierno. Estoy auto recluido en una casa de interés social cuyos pagos me atormentan día y noche. Deambulo sucio  y con frío entre sus paredes, como una sombra que ve el día pasar con parsimonia elefantesca. Hastío, apatía y derrota son mi desayuno, almuerzo y cena. Solo que ahora, una carcajada cínica me brota en el alma; es una risotada despreocupada; es el valemadrismo  que le escupe la cara a la melancolía, le agarra las tetas, le da un beso de lengua y se aprieta contra su culo; solo para que esta le dé una bofetada y le muerda el labio. 
Le doy un traguito al tinto y subo el volumen. ¿Adivinen que suena? 


1 comentario:

Franco Demadrugada dijo...

muy bueno , tal cual tu texto. A mi me alegran la vida ... larga vida a los mentirosos!
Salu´!