Es la cruda, tiene que serlo. No puedo estar sintiendo que volví a cometer un grave error nada mas por que si.
Unos cuantos vasos de whisky barato (y el antecedente de unas cervezas Indio) fueron suficientes para que a las 5:25 de la mañana me lanzara a la cama con la espalda cansada y sin mucha conciencia de lo que iba a suceder en cuanto el sol iluminara el maldito viernes, ultimo día de trabajo de la semana.
Salgo y tomo el teléfono. “Me siento mal, tengo diarrea, no puedo presentarme a trabajar”, me escucho decir por la bocina. “No tienes responsabilidad alguna; el lunes hablamos”. Eso dijo la vocecita del otro lado de la línea. Se escuchaba bastante molesta. Jamás aprendí a mentir.
Me tire de nuevo a la cama. Dormí. Horribles sueños vinieron a mi; hombres barbados en días de luz extraña; niños deformes con enormes sonrisas diabólicas, tiendas de pantalones atendidos por señoras frívolas que se carcajeaban en mí cara y de pronto estaba perdido en una carretera terregosa y sentía esa sensación de querer estar abrazado a mi mamá, como cuando niño. Quería llorar. Y timbro el teléfono.
A las 7:45 p.m. me duche y pase por ella. Iríamos al cine. Para mi era un sábado. Una película de comedia romántica. Cenar tacos, ver televisión. Dormir. Pero la maldita culpa no se va.
2 comentarios:
Estoicismo llaman a esa actitud. (Ja!)
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