miércoles, 30 de enero de 2008

Ocio



Ahí estoy tirado de panza en el piso recién trapeado. Nunca me entere que ese ocio, del que renegaba a los 8 años, jamás volvería. Con unas gastadas bermudas y una playera, viendo desde el suelo como subía el vapor afuera, en la calle. En la vieja grabadora se oye “Sara” de El Tri y el mediodía hace que todo se vea brillante, exagerado por el umbral de la puerta. Las sabanas que tiende mi Madre en el patio se revuelven con un viento suave, que no es suficiente para disipar el calor de los 36 grados centígrados.

Son vacaciones y no hay nada que hacer. Ver la tele, leer algo, dibujar, repetir los hasta el hartazgo mis casetes grabados; en ese momento ya me había fastidiado todo.

Y ahí esta mi mama y sus interminables mandados.

Salir descalzo corriendo a la tienda de doña Lichita, con el envase de Coca Familiar y el cartoncito que funcionaba como una rustica tarjeta de crédito. Las tortillas, la cebolla, el refresco y medio de molida. “ ¡Ahhh y unos chetos Lichita!”. Correr con la bolsa y el refresco toda la cuadra de regreso a mi casa, pararme en la sombrita de la mora, esconderme los chetos en la bolsa de la bermuda y poner todo en la mesa.

Me quito el sudor de la frente con el brazo y me vuelvo a acostar en el piso de la sala, comiendo chetos y cuidando de no hacer mucho ruido al masticar; a esperar que el interminable día pase, a que baje un poco el sol, a que regrese mi padre del trabajo con una revista, a desaburrirme. Bájate del avión, FZ-10...

Y ahí estaba yo; renegando del aburrimiento sin saber que jamás regresaría esa clase de ocio.

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