Es 31 de octubre y por el Barrio antiguo se pasean zombies, sensuales mujeres policías, vampiresas, colegialas y enfermeras ensangrentadas, todas mostrando escotes pronunciados y calzando enormes tacones que hacen inevitable para el hombre común (entiéndase heterosexual) voltear a observar sus regias piernas. Pero no, no me ocupare en este momento de detallar la belleza de las jóvenes regiomontanas; la razón por la que estábamos mi primo Omar y yo esa noche de Jalogüin en Monterrey, tiene cuatro letras: MEZA. Hicimos el viaje en autobús y con la incertidumbre de no saber donde pasaríamos la madrugada, llegamos a Barrio Antiguo; afortunadamente Rodrigo, antiguo amigo desde los años en que Fabián vivía en los departamentos de Constitución, continuaba viviendo ahí. Cuando nos abrió la puerta, respire aliviado, al menos no tendríamos que dormir en la central.
Inmediatamente después Omar y yo nos lanzamos a comprar un cartón de indio al Seven más cercano.
Cuando llegamos a La tumba, el bar donde Arturo Meza estaría tocando, el viento ya era frió. Nos adentramos en el local y vimos que estaba casi en penumbras y con velitas dispuestas en cada mesa; al fondo estaba el escenario iluminado apenas con una luz opaca y mortecina. Mientras el sonido intercalaba canciones de Caifanes y Héroes del Silencio (¿?), pedimos un par de cervezas. Decepción. Indio de ½ a 30 pesos, sencillamente una bofetada para mi economía.
No nos resto más que marear nuestras cervezas y confiar en que Meza nos embriagaría no con alcohol; sino con música, hermosa y excepcional música. Y no nos equivocamos.
Un abrigo rojo coronado con una maraña de cabellos grises subió al escenario, ahora completamente iluminado, entre gritos y aplausos; no sin antes saludar de mano a los ocupantes de las mesas más próximas al escenario. Con una sonrisa, afable, Arturo Meza conecto su Stratocaster negra y probo un pedal de efectos.
-¿Llego el acordeonista?- Fue su pregunta hacia un invisible organizador en el fondo. No hubo respuesta audible, pero entendimos que el músico invitado en cuestión no se presentaría.
Apenas iniciaron los primeros rasgueos y fue como si un imán nos atrajera hacia la figura delgada que dejaba fluir versos por el micrófono. Una ecualización perfecta para el sonido minimalista de Arturo y su guitarra y la cercanía al pequeño escenario, me daba la sensación de estar en un recital casi privado. De pronto una luz blanca apunto a su figura, y entonces caí en la cuenta de un detalle que no había notado: Meza se veía un poco mas avejentado que la vez anterior que lo vi en vivo. De cualquier forma su energía seguía intacta y con muy pocas pausas entre canción y canción, nos llevaba a los escuchas por caminos sonoros que saltaban de una nostalgia que calaba en los huesos a rocanroles aguerridos.
La raza pedía temas a gritos y Meza complacía. Cuando toco “Flor del canto de primavera” salio de la nada un acompañamiento de cuerdas; era su pedal.
Desde que comencé a escucharlo, siempre me ha sorprendido la fuerza y el magnetismo que emana de la música de Meza; Cada palabra tiene un peso y una contundencia que traspasa los sentidos. No hay vacuidad o relleno en sus canciones y cada historia, cada idea, tiene la capacidad de evocar en mi fotografías mentales, colores e imágenes vividas.
Sin ninguna lista u orden, las canciones iban brotando de las sugerencias del publico y de la memoria de Meza. Disfrute enormemente “Don Guiñapo”, una de las canciones mas desoladoras y tiernas del repertorio de Meza; y coreé a grito abierto “Desolación” que es un himno acelerado y que en esta ocasión Meza casi lo hizo sonar como punk.
Cuando llego el turno para “La cena del chacal”, se subió al escenario un personaje enfundado en camiseta de Tigres y evidentemente ebrio comenzó a improvisar rimas. No era un acto nuevo; en la ultima visita de Meza a tierras Monterrellenas hizo lo mismo y aunque el camarada tiene un “flow“ dicharachero y característico y a leguas se ve que es banda y tiene toda la confianza del Meza, la neta hubiera preferido escuchar la rola intacta, tal como es, por la poesía apocalíptica y mal viajada de la misma; pero supongo que es cuestión de gustos.
Hubo también canciones muy buenas que ni mi primo, fiel seguidor de Meza desde sus inicios, supo cuales eran. El mismo Meza se ocupo de aclarar que eran canciones muy viejitas; supongo que sin grabar.
Las canciones se sucedían y las excesivamente caras tinitas de cerveza fluían. Meza toco “Polito” una canción cruda que provoca en el escucha dolor, amargura y rabia, y “Madre” que es un poema musicalizado y si tuviera que describirlo con un solo adjetivo, ese seria sublime. “Si tuviera un corazón” me erizo la piel como la primera vez que la escuche y “Mesa con trece sillitas” fue interrumpida por el personaje rimador (ahora mas ebrio), esta vez de manera totalmente desafortunada; tanto fue así que Meza prefirió dejar la canción inconclusa.
Desfilaron también por la guitarra y la garganta del Meza “Huracán”, “El trato”, “tierra de Hipócritas”, “El Juglar se ha marchado del reino”, “La palabra Azul”, “Un poco de música fresca” entre muchas canciones mas y fue bastante disfrutable el cover de "stand by me" que nos receto.
Cuando nos alcanzaron las 2:30 de la madrugada, después de 4 horas y media de canto sin tegua, Meza dio por terminada la velada. Todos estábamos satisfechos y el, cansado, se recostó en un banquito que había sobre el escenario (cabe apuntar que todo el concierto canto de pie).
Cuando se levanto, con una sonrisa en los labios, observo como mucha gente estaba en el borde del escenario, esperando saludarlo.
Omar y yo esperamos pacientemente hasta que el grupo de gente se fue diluyendo y al final me acerque con un ejemplar recién comprado de el libro “El circulo de fuego negro” escrito por Arturo Meza.
De manera muy amable me lo dedicó y yo no pude evitar decirle, cual adolescente fanático y nervioso, lo mucho que su música me había influido.
A pesar de que traía mi cámara lista, al final no quise incomodarlo pidiéndole “la foto del recuerdo”. Por alguna razón, en un pequeñísimo instante se me ocurrió que Meza esta más allá de cualquier afiche o “recuerdito” y que su música es tan valiosa para mí, que no necesito más que eso: solo su música, sus ideas y sus argumentos. Aunque si no voy a faltar a la verdad, no negare que después me arrepentí un poco.
Mi primo y yo regresamos al departamento de Rodrigo con un muy buen sabor de boca. Barrio antiguo era todavía un hervidero de monstruos y brujas sexosas, y todavía nos quedo espacio para una plática pausada al calor de unas cuantas indios previamente refrigeradas.
¿Qué podría decir de Arturo Meza después de verlo 4 veces en vivo y de tratar de escuchar y asimilar la mayoría de su obra musical y comenzar a empaparme de su obra literaria? Puedo decir que no me cabe la menor duda que Arturo Meza es uno de los pocos músicos (rockeros, si se quiere ver así) congruentes con sus ideas que le quedan a México. Puedo decir que Meza escapa a cualquier clasificación o etiqueta; puedo decir que su música es rica, poderosa, que sus letras son como rayos eléctricos que recorren el cuerpo y al mismo tiempo luz limpia y clara; Puedo decir que Meza se ha ganado a pulso el titulo de Juglar moderno y lo merece; que Meza es agua fresca en un desierto de modas vacuas y poses falsas; que su hablar pausado es sincero; que sus palabras, sus visiones, sus sueños, sus miedos convertidos en canciones, se reflejan en mi, en muchos, como en un espejo, como si fueran los propios.
¿Que puedo decir? Solo una cosa: Salve, Arturo Meza.