miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ella acaricia mis manos como nadie lo había hecho.

Me miró directo a los ojos y los suyos son hermosos. No tenia por que hacerlo.

Ella sonreía desde la mitad de la calle, y la luz era diferente.

Caminamos hasta diluir la tarde en noche, sin percatarnos siquiera de lo inmensamente poderoso que es nuestro abrazo.

Ella escribe con letra fea en mi corazón poemas cursis y solo ella puede hacerlo.

Es decir, no hablo de perfección; hablo de comunión.

Me irrita, me saca de mis casillas; y siempre mi cabeza queda reclinada sobre su pecho.

Jamás habla de mis vicios. Si, si lo hace. Se desespera. Y nos arrullamos tiernamente en las noches frías.

Ella ha permanecido a mi lado más de lo que yo lo hubiera hecho. Brindo por eso.

Se enojara por que no tengo palabras superfluas de amor; pero en el fondo, sabe que las palabras no son tan importantes.

Que escuche a Camila solo es otro de sus esfuerzos vanos por ser algo normal.

Ella es una extraña mezcla de lo que siempre soñé y lo que seguiré esperando invariablemente.

Ella no dudara en hacerme sufrir, por eso la amo.

Ella es la primera y única persona que conocí con la incapacidad – o el valemadrismo– de discernir las diferencias entre Nirvana y los Ángeles del Infierno. Jamás sabré si fue una broma o hablaba en serio.

Ella es primavera eterna.

Ella tuvo un gato que se perdió por mi culpa. Ahora tiene dos perros que odio.

Ella es mi mujer y no hablo de propiedad, hablo de conjunción.

No hay comentarios: