domingo, 14 de abril de 2013

Padre Nuestro


Domingo de misa. Mediodía. Nubes de tierra,  gritos y futbol llanero, los de azul contra los de blanco. ¡Tiraletirale tiraleeeee güey! La iglesia esta atestada. Aun falta el sermón, la eucaristía y la limosna. La parte donde nos damos la mano fraternalmente. No alcancé  silla de las que tienen ese mecanismo con cojincitos, para cuando  uno se hinca, así que me hinqué directamente sobre el liso mosaico. Punzadas de dolor me  recorrían las piernas,  clavos en las rodillas, Dios, estoy totalmente fuera de condición. Levantarme fue otro suplicio. Hasta un anciano lo hizo más rápido que yo.
Para cuando cantamos el “Padre Nuestro”, Mi incomodidad se comenzó a transformar en vergüenza; no tenia nada que ver con el hecho de levantar las manos como  imitando a alguna imagen santa, mientras al ritmo del coro de muchachos, con sus guitarras y panderetas, entonábamos las oraciones que de acuerdo con la tradición cristiana, el mismo Jesús enseño a sus discípulos para que se dirigieran al Padre.
Mi vergüenza, que salía de la boca del estomago y se movía al resto del cuerpo,  se debía a que en realidad no  estaba sintiendo el cántico, ni me detenía siquiera a revisar su significado. En lugar de eso, pensaba en otras cosas al mismo tiempo, como que no tengo trabajo, pensaba que era extraño que a pesar de ser mediodía y estar la iglesia llena de parroquianos, no se sintiera tanto calor, pensaba en lo desagradable que debe ser tener que asistir a lugares públicos con hijos pequeños, realizaba un conteo rápido de la gente mejor vestida, pensaba en lo bueno que era no ver a ningún conocido en ese preciso momento, veía de reojo a un pequeño niño (vestido mas formal que yo, con pantalón, camisa fajada y diminutos zapatitos color café) mientras bostezaba, también seguía pensando en el discurso del joven sacerdote, sobre como el católico promedio jamás da testimonio de su fe, ni toma en serio su religión, salvo en los momentos difíciles de su existencia, todo esto dicho de manera graciosa, como para estar en onda con la muchachada presente, también mire al techo solo para asegurarme que no hubiera ningún panal de avispas o abejas, aunque me reproche que eso debí de hacerlo al entrar al recinto, pensaba de igual forma en el calor  que se estaba acumulando dentro del carro con las 4 ventanas cerradas y… Más o menos era eso lo que me pasaba por la mente mientras el “Padre Nuestro”  concluía.
Me sentí hipócrita. No tenía nada que estar haciendo ahí.
Sin embargo mi mujer ya amenazó: Iremos a misa el próximo domingo.
Jesucristo sacramentado.
Se que no se rendirá hasta que me vea empleado de nuevo.

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