Domingo de misa. Mediodía. Nubes de tierra, gritos y futbol llanero, los de azul contra
los de blanco. ¡Tiraletirale tiraleeeee güey! La iglesia esta atestada. Aun falta
el sermón, la eucaristía y la limosna. La parte donde nos damos la mano
fraternalmente. No alcancé silla de las
que tienen ese mecanismo con cojincitos, para cuando uno se hinca, así que me hinqué directamente sobre
el liso mosaico. Punzadas de dolor me recorrían
las piernas, clavos en las rodillas,
Dios, estoy totalmente fuera de condición. Levantarme fue otro suplicio. Hasta
un anciano lo hizo más rápido que yo.
Para cuando cantamos el “Padre Nuestro”, Mi
incomodidad se comenzó a transformar en vergüenza; no tenia nada que ver con el
hecho de levantar las manos como
imitando a alguna imagen santa, mientras al ritmo del coro de muchachos,
con sus guitarras y panderetas, entonábamos las oraciones que de acuerdo con la
tradición cristiana, el mismo Jesús enseño a sus discípulos para que se
dirigieran al Padre.
Mi vergüenza, que salía de la boca del
estomago y se movía al resto del cuerpo, se debía a que en realidad no estaba sintiendo el cántico, ni me detenía
siquiera a revisar su significado. En lugar de eso, pensaba en otras cosas al
mismo tiempo, como que no tengo trabajo, pensaba que era extraño que a pesar de
ser mediodía y estar la iglesia llena de parroquianos, no se sintiera tanto calor,
pensaba en lo desagradable que debe ser tener que asistir a lugares públicos con
hijos pequeños, realizaba un conteo rápido de la gente mejor vestida, pensaba
en lo bueno que era no ver a ningún conocido en ese preciso momento, veía de
reojo a un pequeño niño (vestido mas formal que yo, con pantalón, camisa fajada
y diminutos zapatitos color café) mientras bostezaba, también seguía pensando
en el discurso del joven sacerdote, sobre como el católico promedio jamás da
testimonio de su fe, ni toma en serio su religión, salvo en los momentos difíciles
de su existencia, todo esto dicho de manera graciosa, como para estar en onda
con la muchachada presente, también mire al techo solo para asegurarme que no
hubiera ningún panal de avispas o abejas, aunque me reproche que eso debí de
hacerlo al entrar al recinto, pensaba de igual forma en el calor que se estaba acumulando dentro del carro con
las 4 ventanas cerradas y… Más o menos era eso lo que me pasaba por la mente
mientras el “Padre Nuestro” concluía.
Me sentí hipócrita. No tenía nada que estar
haciendo ahí.
Sin embargo mi mujer ya amenazó: Iremos a
misa el próximo domingo.
Jesucristo sacramentado.
Se que no se rendirá hasta que me vea
empleado de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario