Primero de
prepa. Tuvo que ser un Sábado de Noviembre, la tarde grisácea y el viento frío.
Arturo y su primo pasarían por mí. La “fiesta” comenzaría alrededor de las 9 de
la noche, era el cumpleaños del primo de Memo. Memo y Arturo, eran unos
tipazos; mis primeros amigos borrachos aun cuando yo todavía no tomaba.
Mamá me
planchó mis pantalones negros despintados y rabones; le dije como cien veces
que no, pero ella insistió.
-¡Vas a una
fiesta! ¿Que eso de que vayas sin planchar? ¡Nomas eso faltaba!
Les marcó la
rayita, como si fuera uniforme de secundaria. Chingado.
Me calce mis
zapatos de botín, de esos de la Canadá y me puse mi camisa de franela verde,
que ya me quedaba chiquita pero me valía madres; era la más chida que tenía.
Mamá quería que me pusiera un sweter, pero eso si ya era el colmo y le dije que
no, que solo me llevaría mi chamarra café despintada con cloro, regalo de mi
primo Omar.
Me vi en el
espejo. Yo quería verme grunge, pero sentía que me veía como un tonto. En
realidad parecía un skinhead ochentero, pero en aquel entonces yo ni sabía que
era un skinhead.
Decepcionado
de mi look, me senté frente a la tele. El canal cinco pasaba
cementerio de mascotas 2; ahí sale una canción bien perrona, donde gritaba una
ruca. Me emociona ese rock crudo y pastoso. Después sabría que se trataba de
“Shit list” de las L7. Eso era común por aquellos años; casi a diario
descubría canciones realmente buenas.
Una leve llovizna comenzó a caer cuando
llegaron Arturo y su primo, un tipo que estudiaba la Universidad en Monterrey.
-Ya me voy.
-¿A qué hora
va a pasar tu papá por ti?
-¡Papá no
va ir por mí! Yo me regreso.
- Bueno, ¿A
qué hora vas…
PLAF.
Cerré la
puerta.
-Kihubo
vatos, ¿Agarramos el camión? Dije mientras saludaba con el clásico choque de
manos. Mamá observaba desde la ventana a mis amigos -ataviados en negro, con
botas de minero y Arturo con el pelo ligeramente largo y rapado de las sienes-
como si fueran asesinos seriales.
-Nel, vámonos
caminando, es en la colonia La Loma. Está en corto.
-Sobres.
El humo de los
altos hornos enrojecía el cielo para cuando entramos al patio de la casa donde
sería el festejo. Es un patio amplio,
bastante grande, y la barda es solo una malla de metro de altura. Alguien
pregunta si los vecinos no se quejan; nadie responde, solo se escucha una
guitarra afinando. Alguien más baja unas bocinas de una camioneta y un güero
flaco con gorrita esta afanado en armar la batería. Un ligero escozor me
recorre el cuerpo; al fin me cayó el veinte; ¡Estoy en mi primer tocada!
-¿Quieres una cheve,
güey?- me dice Arturo inclinándose, buscando entre el hielo.
- “No tomo, gracias” le
respondo con algo de pena.
- Échate una; total,
¡si no te gusta me la das a mí! Y se ríe mientras saca un par de botes de Modelo
de una hielera.
Muchas
playeras negras, logotipos de Metallica, Deicide, Nirvana, Transmetal,
Caifanes, Soundgarden, Beavis &
Butthead y grupos de Black Metal desconocidos para mí. Muchas chamarras
de mezclilla, algunas chamarras de cuero.
Me siento incómodo con mi ropa gastada; siento que
todos se enteran de que soy nuevo en la movida; además, no traigo camisa negra.
Se acerca
Memo, mi otro gran camarada preparatoriano, y me presenta a su primo Neto, el
cumpleañero, un tipo de pelos chinos, largos y despeinados, con los dientes
chuecos, que da miedo a la primera pero es agradable después de conocerlo. De
él es la casa; sus papas están ahí, pero él dice: “¡No hay pedo! Mi jefe fue
rockero y es bien alivianado”.
Neto nos dice que
tocarán Los Cambers; no conozco a la
banda. El equipo está casi instalado,
más gente se concentra en el patio de la casa; algunas muchachas (había
pocas rockeras) gritan y aplauden mientras se escuchan los primeros tamborazos.
La luz de un foco de 60 watts es suficiente para que el ambiente se cargue de
expectación. Me doy cuenta que muchos se
conocen; yo solo conozco a Memo y a
Arturo. Escucho la guitarra distorsionada dar un acorde y la sensación de que algo me mordisquea las tripas hace que se me
ericen los pelitos de los brazos. Le doy
un trago a la cerveza y el sabor amargo me hace fruncir la cara, mientras
pienso que mis papás me van a regañar si se enteran que tomé.
Hay Gritos, carcajadas.
Volteo hacia el cielo rojo, nublado. Una leve brisa fría comienza a golpearme el
rostro, humedeciendo apenas las chamarras, los tenis enlodados, pero no de ese
tipo de barro pegajoso, sino más bien como arenita que se quita a la primer
sacudida...
Se escucha el
bajo, y un chillido de la guitarra hace
que todos griten; el vocalista toma el
micrófono. Parece molesto, mira fijamente hacía el frente, donde estamos todos.
No dice nada, solo observa. Espera a que le tomemos atención; bajo y batería
parecen esperar como una señal; Él se aferra a la guitarra, sostiene ese sonido
chirriante, que pareciera eterno retroalimentándose en la bocina, y sin avisar
lanza un grito de guerra:
-
¡Órale cabrones! ¡A hacer slam, antes de que venga la policía!
Al instante, un
estremecimiento me recorre; reconozco el
riff, ¿Cuantas veces lo he escuchado? Reconozco el ruido, puedo ver a Arturo y a Memo brincar, otros
agitan la cabeza y yo me quedo clavado al suelo, dejando que todo el ruido
entre de lleno a mi cerebro; la batería, el bajo, la guitarra y los gritos,
todo eso era “School” de Nirvana. Mi primer tocada, y la primer canción es
“School”. Alguien choca conmigo y me da un empujón, lo que me saca del
trance y con una mezcla de miedo y
ansiedad, veo como todos están brincando, empujándose unos a otros gritando,
con las cervezas en las manos, sonriendo y agitando las cabezas.
Es MUSICA, la música
que me gusta tocada con instrumentos reales frente a mí. Me quedo enganchado de
la sensación que me provocaba el sentir tan cerca las canciones Nirvana, mi
grupo favorito. Grupo del cual apenas si había escuchado los discos “Nevermind” y
“Bleach”, en ese orden.
Y comencé a brincar,
como tantas veces lo había hecho en mi cuarto; solo que esta vez había más gente como yo, haciendo lo mismo. La
adrenalina me recorre el cuerpo entero; empujo y soy empujado, me revuelvo con la masa.
Se acaba “School” y
todos aullamos y aplaudimos; estoy jadeando, riendo, viendo a todos los
desconocidos disfrutando igual que yo. Suena “Drain you”, los empujones no se
hacen esperar; pierdo el equilibrio y ruedo por el suelo; alguien me toma del
brazo y me levanta. Caería otras veces más, y en todas sería levantado igual de
rápido. Alguien vacía su cerveza agitándola
sobre nuestras cabezas; todos gritamos y carcajeamos.
Entonces me doy cuenta
de que me siento parte de algo; Solo le di unos tragos a mi cerveza pero siento
que pertenezco a ese grupo de adolescentes (y no tan adolescentes) que brincan
al ritmo de Nirvana. La sensación de miedo, adrenalina, excitación y
camaradería es como una droga. Expectación.
Suena “come as you are”
y me quedo asombrado de lo bien que
suena en vivo con todos los
instrumentos; me entran unas ganas de
querer tocar en ese mismo momento. Nunca
he tocado una guitarra eléctrica.
El repertorio era
nirvanero casi en su totalidad, aunque hubo canciones que de plano no reconocí.
Justo cuando orinaba en
una pared lateral de la casa, vi el reflejo rojo y azul en la calle. Torretas.
Antimotines. La música se paró de golpe, como mi chorrito de orina y la raza se
empezó a acercar a la parte de enfrente, entre bullas y gritos de “culeros, culeros”. Me subí el
cierre y volteé a la casa de al lado y pude ver a un matrimonio de viejitos
saliendo a su porche. No sé qué horas
eran, pero deberían andar rondando las 12 de la noche. De dos camionetas se
bajan un montón de policías y uno, el
jefe, pide hablar con el dueño de la casa.
El Neto ya iba encaminado para el frente, pero Memo lo detiene; en eso sale de la casa su papá,
medio modorro y con unas ojeras negras negras, que casi parecían pintadas. Nos
hace señas de que todos nos vayamos al patio. Neto y los asistentes más adultos (y más sobrios)
nos arrean a la chiquillada como becerros alcoholizados.
-Buenas noches señor,
mire, aquí un vecino nos dio el reporte
de que…
No alcance a escuchar
que le respondió el papá de Neto, solo vi
que le dio una palmadita amable en el hombro al oficial y lo saludó
efusivamente de mano.
-Solo una hora
más. Y vamos a regresar a hacer rondín-
dijo un medio molesto oficial y trepó sus huestes a las trocas.
Gritadera. Rechiflas.
Algunos les pintaban el dedo a los
viejitos vecinos y a los polis.
-¡Ehhh raza! ¡Tenemos
una hora más de ruido! ¡Pero no hay
pedo, después ponemos el estéreo!, grito un Neto borracho a todas luces.
Aullidos y la banda
comienza a tocar de nuevo. Es un ritmo machacante, con partes tranquilas
intercaladas con explosivas distorsiones. Hacemos slam, parezco un títere
manejado por un niño inexperto; brinco y
grito. Memo me dice que la rola se llama “Reip mi” que es del nuevo disco de
Nirvana. Chíngale. No lo he escuchado. La rola esta con madres.
Después de como otras cuatro canciones, el Chabelo,
(en ese rato yo no sabía, pero se llama Xavier López) vocalista de Los Cambers,
suelta la guitarra y con paso marino se
mete a la cocina de la casa.
Un aventado se cuelga
la lira y comienzan a tocar “Zombie” de los Cranberries, medio dispareja.
Y así, los instrumentos
comenzaron a rolarse entre la raza asistente, y yo que me pelaba por acercarme y de perdido ver que se siente
colgarme una lira eléctrica, me quede con las ganas, ya que algún sensato desconecto la extensión de las bocinas y le
grito a Neto que se trajera el estéreo.
En ese punto los recuerdos
se tornan pantanosos. A lo mucho debí de haberme tomado 4 cervezas, pero me
sentía eufórico y al mismo tiempo adormilado. Quería más música, quería tumbar
el bote de basura, quería volver a gritar “smell like teen spirit”, quería
patalear, quería…hacer pipí. Y dejar de
sentirme mareado. Quería echarme agua en la cabeza. ¡argggh! ¿Qué es esto? ¿Por
qué hablo así? ¡Se me duerme la lengua! ¡Me voy a tragar mi lengua! Ebriedad se
llamaba, pero yo no lo sabía y me asuste.
Neto puso cara de
asustado cuando me le acerque a pedirle permiso de usar su sanitario.
-Pásale Güey, ahí está
el baño. Y yo escuchaba las carcajadas de Arturo y veía que Memo le daba un zape.
-Nomas tas borracho güey,
¡No te culeés, no pasa nada! Me decía un Arturo tambaleante.
Vi mi rostro pálido en
el espejo. Me tranquilice. Me moje con agua fría la cara. El sabor amargo no se
me quitaba, pero el susto pasó rápido. Que pendejo, ahora todos se burlarían de
mí.
Salí del baño y pase
por la sala. La única luz, amarillenta como de vela, provenía de una pequeña
lamparita. No había notado que sentado en un sillón estaba el Chabelo. Sostenía
un vaso de vidrio con alcohol frente a su rostro y tenía la vista perdida. Parecía no ver a ningún lado o
de plano observaba fijamente a una persona inexistente frente a él.
-Tocan con madres, la
neta- Le dije quedito, como no
queriéndolo molestar.
Volteo entrecerrando
los ojos, como intentando reconocerme, pero no dijo nada y volvió a mirar hacia
el frente. Con el pelo chino alborotado, y su chamarra de cuero, bajó la cabeza
y le dio un sorbo a su trago.
Por alguna razón, esa
imagen se quedó grabada en mi memoria. Aún la sigo evocando como una postal perfecta
del rockero. No sé qué pasaría en ese momento por la cabeza del Chabelo, o tal
vez solo estaba ebrio, pero la imagen era para portada de La Mosca en la pared.
Salgo por la cocina y
veo que la raza ya está más calmada, platicando en grupitos mientras en el
estéreo suena Pearl Jam o algo así.
-¿Ya te sientes mejor?
Me pregunta Neto.
-Simón. Algo mareado,
pero ya estoy bien. ¿Memo y Arturo?
-Ahí están, vato- dijo
señalando una esquina del patio.
Me acerco y veo que
Memo y el Primo de Arturo (nunca pude recordar su nombre) sostienen a Arturo de
a cuervito, mientras este canta y canta palabras inteligibles.
-Se me hace que ya nos
vamos, ¿no?
-El pedo es que
este cabrón no puede ni caminar- dice el
primo de Arturo, mientras lo sienta en la orilla de la barda.
-Quédense a dormir aquí-
dice Memo -Que al cabo no hay pedo con Neto. Ahí nos desparramamos donde caiga;
total ya son como las 2 y media.
En la madre. No hubo
mejor remedio para bajar mi incipiente borrachera, que pensar en mis papás y su
inminente regañiza.
-¡Nooo, no mames! Yo no
me puedo quedar aquí; tenemos que irnos, que al cabo esta en corto….
-Si la caminamos con
este güey todo borracho, nos arriesgamos a que nos levante la chota-Volvió a
argumentar el primo de Arturo.
Cabe mencionar, que en
ese entonces en Monclova no existían aún los mentados radio-taxis; solo había
carros de sitio que te sacaban un ojo de la cara y te mochaban un huevo por
llevarte a algún lugar.
Mierda. ¿Qué hago? No
llegar a la casa es impensable. ¿Qué hago? ¿Dejar que ellos se queden y caminar
solo y medio ebrio hasta mi casa? Tampoco era opción.
Arturo suelta una
risilla con los ojos cerrados y Memo voltea a verme serio.
-¿Hay teléfono en esta
casa?- pregunté soltando un resoplido de resignación.
-Simón. Dile a Neto que
te lo preste. ¿A quién le vas a hablar?
Contesto Papá y eso ya
fue ventaja. Trate de hacer la voz lo más normal que pude y le explique
que la fiesta se había alargado, que
por eso le estaba llamando. Le di la
dirección y algunas señas y colgué.
Cerca de 20 minutos
después yo iba sentado en el asiento del copiloto del viejo Citation celeste,
mientras atrás, el primo de Arturo le daba codazos a esté, para que dejara de
cantar “un pacto entre los dos” de Thalía
(con todo y los pujiditos, gruñidos y coreografía de que se corta las venas),
que sonaba en el radio.
No pude evitar soltar
una risita, que se me desdibujo cuando mi papá volteo a verme de reojo.
Después de dejar a
Arturo y su primo en la Obrera Sur, me baje del carro intentando no tambalearme
para abrir el portón de la casa.
-¿Tomaste? Pregunto
Papá con voz ronca, molesto.
-No… - Quise responder
contundentemente, pero mi voz sonó deshilachada, como de globo desinflándose.
-¿Por qué traes todo el
pantalón enterregado?
-Es que hice slam.
Seguro se quedó
pensando que chingados era eso del “slam”; pero ya no dijo nada, solo movió la
cabeza negativamente.
-Tu Mamá si te va a
regañar- acotó a modo de advertencia.
En efecto, al abrir la
puerta Mamá estaba en pie y soltó la metralla
intercalando los nombres de Jesús y la Virgen María con palabrotas,
amenazas de que jamás saldría de la casa de nuevo y gritando más palabrotas y
amenazas para que dejara de tener a esos
“rockeros perniciosos” por amistades. No me quedo de otra que agachar la cabeza
y aguantar la retahíla de reclamos y amonestaciones.
Mis papás me trajeron
de encargo un buen rato; entre cortar el zacate, tirar la basura y la restricción
total de salidas, ya no hallaba la puerta. Pero valió la pena.
Cuanto daría por
recobrar esa sensación al escuchar rock en vivo, como si fuera mi primer tocada.