Camino por la diminuta casa
como un león enjaulado. Un león apestoso, hediondo.
Recuerdo cuando el zoológico estaba
en las afueras del estadio de beisbol. Recuerdo el olor a animal y las
tortuguitas verde oscuro nadando en sus
pilas pintadas de color celeste, bajo la sombra de frondosos nogales.
Recuerdo el rojo llamativo de los garampiñados, que se pegaban en los
dedos y que cuando te acababas el
paquete te raspaba la garganta, dejándote los diente anaranjados.
Divago vago, Doctor Shivago.
No puedo salir, porque no hay
dinero. No puedo tomar, porque no hay dinero. Nah, no quiero tomar; porque soy
un borracho odioso.
Cerquita estaba la casa de mis
tíos; y en las noches podías escuchar el rugido de los leones, imponente. Un
rugido que, sí cerrabas los ojos e
imaginabas las estepas africanas con su hierba seca y amarillenta, te daba un
poquito de miedo.
-Apá, ¿Verdad que no se pueden
escapar?
-Nombre, no se escapan; están encerrados.
Pero yo creo que no lo decía muy
convencido.
El campo de Zorros a mediodía daba
calor con solo verlo, y en el super m&m de la esquina vendían un montón de chucherías
gabachas: Chicles de Popeye, botecitos
de basura con dulces en forma de esqueletos de pescado, sobrecitos con
bolitas que te explotaban en la lengua y que
decían que si te las tomabas con coca-cola, se te reventaban las tripas;
pero lo mejor eran las paletas de Garfield, por que traían un hule que cubría
la mentada paleta con forma del gato en cuestión.
Arruinado, arruina-a-a-do-o, un
tipo sin valor mercantil, una prostituta
con tremenda infección vaginal. Como dirían las nuevas generaciones,
U_U.
Mis primos y yo Jugábamos al
punch-out y veíamos pato aventuras y cuando el sol bajaba, corríamos junto con
Beto y Gordo a andar en bici en las canchas de
básquet del club Zorros. Regresábamos a la casa sudados, a cenar tacos de alambres o carne asada.
Ah, sí; tiempo después el zoológico
fue reubicado al oriente de la ciudad, en
un terreno solitario (en ese entonces) y de difícil acceso. Los leones
enflacaron más de lo que ya estaban y ya
no había nogales que los refrescaran con su sombra, puros huizaches raquíticos y
el calorcito de 43 grados celcius de
este hermoso paraje, conocido como Monclohoyos. Pero bueno, son leones, ¿no?;
es decir, no creo que en África este muy fresco. Sí, pero una jaula no es un hábitat,
dirá algún abusadillo...
Basta de polémica; el caso es
que mis pensamientos caducos surfean por mi choya sin oficio ni beneficio; me
acorralan como hienas burlonas, jiu jiu jiu jiu y ¡zas! Pinche mordidota
directa al ego; y pues no se vale, estoy enjaulado… ¿Y qué hago? Volteo a ver la
botella de Lambrusco.
A continuación, “Cachito, un cuento
Infantil Monclovense para antes de Dormir”
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