jueves, 31 de julio de 2014

Smell like León

Camino por la diminuta casa como un león enjaulado. Un león apestoso, hediondo.
Recuerdo cuando el zoológico estaba en las afueras del estadio de beisbol. Recuerdo el olor a animal y las tortuguitas verde oscuro nadando en sus  pilas pintadas de color celeste, bajo la sombra de frondosos nogales. Recuerdo el rojo llamativo de los garampiñados, que se pegaban en los dedos  y que cuando te acababas el paquete te raspaba la garganta, dejándote los diente  anaranjados.
Divago vago, Doctor Shivago.
No puedo salir, porque no hay dinero. No puedo tomar, porque no hay dinero. Nah, no quiero tomar; porque soy un borracho odioso.
Cerquita estaba la casa de mis tíos; y en las noches podías escuchar el rugido de los leones, imponente. Un rugido que, sí cerrabas los ojos  e imaginabas las estepas africanas con su hierba seca y amarillenta, te daba un poquito de miedo.
-Apá, ¿Verdad que no se pueden escapar?
-Nombre, no se escapan; están encerrados.
Pero yo creo que no lo decía muy convencido.
El campo de Zorros a mediodía daba calor con solo verlo, y en el super m&m de la esquina vendían un montón de chucherías gabachas: Chicles de Popeye, botecitos  de basura con dulces en forma de esqueletos de pescado, sobrecitos con bolitas que te explotaban en la lengua y que  decían que si te las tomabas con coca-cola, se te reventaban las tripas; pero lo mejor eran las paletas de Garfield, por que traían un hule que cubría la mentada paleta con forma del gato en cuestión.
Arruinado, arruina-a-a-do-o, un tipo sin valor mercantil, una prostituta  con tremenda infección vaginal. Como dirían las nuevas generaciones, U_U.
Mis primos y yo Jugábamos al punch-out y veíamos pato aventuras y cuando el sol bajaba, corríamos junto con Beto y Gordo a andar en bici en las canchas de  básquet del club Zorros. Regresábamos a la casa sudados,  a cenar tacos de alambres o carne asada.
Ah, sí; tiempo después el zoológico  fue reubicado al oriente de la ciudad, en un terreno solitario (en ese entonces) y de difícil acceso. Los leones enflacaron más de lo que ya estaban  y ya no había nogales que los refrescaran con su sombra, puros huizaches raquíticos y el calorcito de 43 grados celcius de  este hermoso paraje, conocido como Monclohoyos. Pero bueno, son leones, ¿no?; es decir, no creo que en África este muy fresco. Sí, pero una jaula no es un hábitat, dirá algún abusadillo...
Basta de polémica; el caso es que mis pensamientos caducos surfean por mi choya sin oficio ni beneficio; me acorralan como hienas burlonas, jiu jiu jiu jiu y ¡zas! Pinche mordidota directa al ego; y pues no se vale, estoy enjaulado… ¿Y qué hago? Volteo a ver la botella de Lambrusco.
A continuación, “Cachito, un cuento Infantil Monclovense para antes de Dormir”


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