A esa que le dicen Vida
Te escribo desde el ala
izquierda de una urraca en agonía,
Como un piojo, un gorupo…
Una larva escondida entre los
pliegues de la carne ya podrida.
Te escribo para quitarme el
ansia, la comezón insidiosa
De decirte “Puta” a ti,
la que te dicen Vida.
Te escribo como el maullido de
un anciano gato
Que no consigue aparearse por
las noches
Y acepto así, llanamente y sin reproches
El porvenir hediondo que en un
sucio plato,
Has servido para mí, a modo de
lonche.
Ni la paciencia de Job, ni
la piedad del Cristo
Debí haber aprendido eso desde
niño
Estoy resquebrajado, perdido y
loco, pero insisto,
Aun siendo un cautivo imbécil de Mefisto,
En besar tu boca amarga con cariño.
Te regalo las horas displicentes
Con las que con el tiempo armé
un remedo de existencia
Y amparada en la
insignificancia, mi inconsciencia
Regará las vísceras, sangre y
heces pestilentes
Como posdata fatua o si gustas, como un simple destello de
inocencia.
Te escribo con la letra fea y
chueca del cobarde
Y con la convicción irreflexiva
del vencido
Cansado, flojo, viejo o
aturdido
Llegué temprano y aun así se
me hizo tarde
Y esa es la ley inexorable del
caído.
Te dejo los mañanas para que
los repartas
Entre todos los ansiosos de
experiencias y atrevidos
Porque el sentido es un ladrón
escurridizo, brinca bardas
Y porque incluso no hay fulgor
de estrella que eternamente arda,
Vida, lo sabes, es mejor
aparcar en el reducto oscuro del olvido.
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