viernes, 1 de agosto de 2014

Cachito, un cuento infantil Monclovense para antes de Dormir.

Había una vez, en un lejano y semidesértico lugar conocido como Monclohoyos, un niño llamado Pablo; que a su vez tenía un perro al que cariñosamente bautizó como Cachito.
De patas largas y flaco, Cachito bien pudo ser  hijo de un galgo, y aun cuando su mestizaje era evidente, era un perro amoroso y fiel a su amo.
Medio callejero –como el dueño-, un día Cachito salió mal librado de una justa perruna y el resultado  fue una tremenda mordida en la nalga derecha ( si es que los perros tienen nalgas) que con el paso de los días se le infectó. Con dificultad, Cachito  arrastraba la patita para desplazarse  de un lugar a otro.
Por ese entonces existía en el reino de Monclohoyos un temible escuadrón: Los DOG-BUSTHERS, unos esbirros que eran algo así como aprendices de antimotines, dedicados a capturar y desaparecer a todos los perros callejeros del reino.
Una mañana soleada, mientras hacían su patrullaje en su camioneta-perrera, un dog-busther alertó a su compañero:
-¡Güacha compi, ya picó el primero!
-¡Ajúa!- respondió emocionado el compinche.
Raudos y veloces, con sus palos  pesca-perros,  sujetaron a su víctima por el cuello que, herido de su pata trasera, solo atino a ladrar un “Warff” lastimero, como diciendo: “Oh, ¿qué será de mí?”.
Así es; efectiva y lamentablemente se trataba de Cachito.
Entre carcajadas siniestras, los dog-busthers aventaron a Cachito a la caja de la camioneta-que era en verdad  una jaula- y arrancaron su  malévola troca, para seguir perpetrando más levantones…ejem, perdón, más detenciones de perros.
Afanada en sus quehaceres, la mamá de Pablito no presenció el atroz secuestro de Cachito, pero Doña Chita, la vecina de la esquina,  lo vio todo desde la fila de las tortillas y, horas después,  desgraciadamente ya muy tarde, cuando el sol caía, le informó sobre tan lamentable hecho.
Esa tarde, Pablo había salido de la escuela y después de vagabundear un  rato  por el centro de la ciudad,  aceptó ir con sus amigos a jugar una cascarita de fut en el terreno baldío, cerca de la casa su amigo Lalo.
El ocaso se colaba entre las ramas de los árboles, cuando Pablo, sudado y quemado por tanto sol, llegó corriendo  a su casa, gritando con alegría:
-¡Mamá, mamá, mira lo que compré en el centro: Un  collar para Cachito! Así ya no se perderá. ¿Dónde está? ¿En el patio? ¡Cachito, Cachito!, ¡Toma, toma!
La madre, con un nudo en la garganta y tratando de contener el llanto, abrazó a su hijo. Dudo un momento y con un hilito de voz finalmente le dijo:
-¡Ay mijito!, Cachito ya no está; se ha ido para siempre al cielo de los perros…
Pablito frunció el ceño y  viendo a los ojos de su madre, pregunto abatido:
-Pero madre, ¿Es que acaso lo ha atropellado un auto?
La buena mujer no pudo más y rompió en llanto; ¿Cómo explicarle a su pequeño hijo el destino cruel que a Cachito le esperaba?
Seco sus lágrimas con su delantal, se arrodilló y  tomando al niño por los hombros, sentenció muy seria:
-Pablo, hay momentos duros en la vida y este es uno de ellos; Solo imagina que  en este momento Cachito ya esta sentadito en una nube, llena de huesitos y croquetas, y que desde ahí te ladra para cuidarte, ¿sí?
En su inocencia de niño, Pablo apenas comprendió lo que su madre le decía; el solo sabía que ya no podría jugar con su amigo una vez más. Entristecido y con la cabeza gacha, asintió con un “Si mamá” mientras una lágrima escurría por su mejilla.
-Anda, dame ese collar y lávate las manos, que la cena está casi lista.
Y Pablo obedeció.

Sofocado  por el calor y rebotando en el suelo sucio, junto con dos compañeros de celda más, Cachito observaba como la ciudad se iba quedando atrás, entre la polvareda. A su lado, un pequeño french poddle  que de tan mugroso parecía un trapeador usado, no paraba de temblar. En la otra esquina, un perro de raza indefinible,  negro, viejo y mal encarado, observaba con  hastío al par que tenía enfrente.
-¿Cómo te llamas?- le pregunto Cachito al  pequeño poddle en un intento por tranquilizarlo un poco.
- Bra-bra…bran…bran…Brandon.
-Ah, nombre gringo; como Brandon Lee, ¿verdad? Mucho gusto, yo soy Cachito.
-Aaa…a  don…de….vaa..a..mos?
-No tengas miedo; lo más probable es que nos vayan a soltar aquí, en el monte, pero después podremos regresar a nuestras casas- le respondió Cachito con un optimismo  del cual ni él estaba muy  seguro.
-¿Por qué lo engañas?-gruño el perro negro- ¡Tú sabes muy bien  a donde nos llevan!
- Pues la verdad no lo sé… yo solo intentaba…-respondió afligido Cachito y ya no pudo terminar su respuesta porque en ese momento la camioneta se detuvo.
El polvo levantado  apenas dejaba ver el sitio en el que estaban. Los dog-busthers, sudados y fastidiados, bajaron de la camioneta.
-No hay nadie, ¿verdad?- pregunto uno de ellos.
-Pues no se ve movimiento…
-Bueno, ¡A lo que te truje chencha!, que ya traigo hambre y luego se me pasa la novela….
La nube de polvo se desvanecía y con incredulidad, Cachito observo el letrero: “Zoológico Municipal”. Mmm. “Esto sí que es extraño; que yo sepa en los zoológicos no exhiben perros…”-pensaba Cachito en un intento por entender su situación.
Un rugido  que hizo temblar hasta a los dog-busthers, resonó en el desierto mientras el sol comenzaba a ponerse anaranjado entre los cerros.
-¡Que fue eso? ¡Un león! ¡Fue un león!  Chilló Brandon tan  asustado que dejo de tartamudear…
Cachito estaba paralizado, observando fijamente la silueta de aquel León famélico que se movía ansiosamente de  un lado para otro, dentro de la jaula.
-¡Órale vato!, ¡Agarra a ese “peludío”, que es el que hace más escandalo!
-¡Nooo! ¡No, Cachito! ¡Diles que a mí no, por favor! ¡DILES QUE A MI NOOOOO!-gritó Brandon en su idioma de perro.
Pero Cachito estaba  en shock, con el hocico abierto y la vista fija  en aquella melena despeinada y enterregada, y esos ojos  que centelleaban en la sombra.
Con la habilidad que solo la práctica otorga, con un simple movimiento, el hombre  tomo impulso y con el palo arrojó a la jaula, como si de un trapo se tratara, al pequeño animal.
La bestia, obedeciendo a sus instinto y hambre, se abalanzo sobre la presa que solo lanzo un sonido lastimero al sentir los enormes incisivos hundiéndose  en su carne blanda.
Por un momento, el silencio de aquel paraje solo  fue interrumpido  por alguna chicharra solitaria.
Cachito hundió su cabeza entre las patas sin acabar de entender lo que acababa de presenciar.
“NO PUEDE SER REAL, ESTO ES UNA BARBARIE, ESTO NO PUEDE ESTAR OCURRIENDO, ESTO NO PUEDE…”
La reja de la camioneta se abría de nuevo. Cachito observo como el perro negro fue sujetado del cuello por el mecanismo. Era el siguiente.
 Con una entereza increíble, como de antiguo gladiador a punto de pisar el Coliseo Romano, el viejo perro negro, cuyo nombre quedaría en el olvido, se dejó conducir dócilmente por su verdugo. Solo un instante antes de abandonar la camioneta, miró  fijamente a Cachito. Era una mirada áspera, dura, pero llena de fuerza y honor al mismo tiempo, que duró apenas un segundo.
-No dejes que estas bestias vean tu miedo- ladró, antes de ser arrastrado por el suelo.
Después, la masacre se repitió.
Con el corazón latiendo fuertemente, Cachito  vio al hombre acercarse. Mientras el lazo recorría su cuello, apretándolo con fuerza, en su memoria solo  persistía la imagen de aquel niño que correteaba a su lado.
Un zumbido sordo  le lleno la cabeza y de pronto todo fue negrura.

Escandalosas, unas urracas volaron en desbandada, justo cuando el ultimo cachito de sol terminaba de ocultarse entre los cerros; mientras una camioneta municipal destartalada y sucia, se alejaba por la brecha rumbo a la ciudad, con una jaula vacía, lista para  la jornada siguiente.
Y así en aquel ocaso, como todo mártir, Cachito entró gustoso al reino perruno de los cielos.
Esa fue la certeza que enraizó en el corazón y en la imaginación de Pablito, al menos mientras fue un niño.

Colorín, colorado.

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