lunes, 25 de agosto de 2014

Rock para morritas

El mundo y todas sus cosas se esfuman.  Se esfuman como  si un viento  borrascoso los borrara sin dejar más que polvito de colores.  Cierra los ojos y aparece al instante su imagen: Cabello un poco largo y negro, con un fleco hermosamente desarreglado cubriendo  un lado de su cara. Instantáneamente sonríe, y se deja caer de espaldas en su cama, apretando contra su pecho la carátula de un disco.
Repasa cada detalle de su  rostro; sus ojos  penetrantes, su figura espigada y los jeans ajustados que lo hacen lucir tan guapo. Sin embargo, son sus labios los que la hacen  desatar su imaginación; sueña el día en que pueda estar cerquita de él, no gritando y pataleando histérica como las demás, sino recargada en su hombro, paseando por algún parque, tomando un helado, sintiendo su aroma (que tantas veces ha imaginado) mientras su brazo rodea su cintura. Ha imaginado ese beso en tantas situaciones y tan de diferentes maneras, que casi  puede jurar que siente los labios humedecidos de su saliva.

Maldita la hora,
En que te vi a los ojos
Te veo y yo creo
Que todo es un sueño,
Uoooh   uooooh no

Suspira y su mente viaja mucho tiempo atrás, cuando tenia 13 años y en lugar de escuchar “rock”, se emocionaba con Justin Beaver. No era rockera, y los One Direction eran su grupo favorito. Hoy, después de tanto tiempo de vivir engañada, abrió los ojos; a sus 15 años se dio cuenta que le gustaba el rock. Todo empezó con Paramount: Su forma de vestir, sus cabellos teñidos de colores, “¡son tan atrevidos!”, pensó. Además sus canciones, son tan sinceras que parece que describieran su vida. Después  su recién adquirido instinto rockero, la llevo  a descubrir en un canal de videos, al grupo que le cambiaría la vida. Y ahí estaba él, en la pantalla con su guitarra eléctrica que lo hacia ver como un valiente y guapo guerrero del rock. Fue amor a primera vista; aun y cuando la música no le gustó a la primera oída –demasiado ruido y el ritmo muy rápido, una música muy pesada- a partir de ahí compro su único disco, memorizó todas sus canciones, soñó con él, recortó todas sus fotografías que aparecían en las revistas “rockeras” que comenzó a comprar y... juro conocerlo en persona.

Me encantan tus ojos 
Que son como el cielo
 
Los veo y no creo que pueda tenerlos
 
Si estoy en el cielo
 
Y me voy al infierno
 
Todo por tu cuerpo maldito deseo
 
Uh ohh uohhh noooo

Abre los ojos. Su mamá esta tocando la puerta de su cuarto diciéndole que Miriam, su amiga, ya esta esperándola  afuera,  en el auto. Su corazón empieza a latir con mas fuerza;  “¿le pareceré bonita?”. Se calza sus tenis converse rosas. Revisa su figura bajita en el espejo; todo bien: cinturón de estoperoles, guante negro en mano derecha, su mechón rojizo sobre su ojo izquierdo, ojos delineados en negro y  playera negra con el nombre del grupo. Toma el disco y un plumón negro, los guarda en su morralito de color morado y sale corriendo.
La fila es muy larga; Ella y Miriam no pueden ocultar el nerviosismo y la emoción, al igual que alrededor de 600 niñas más. La mamá de Miriam  se fue a recorrer las demás tiendas del Mall, mientras ellas esperan su turno. Todo el griterío, la música y el ruido se desvanecen cuando  entre la multitud logra distinguirlo: ¡Es Él! ¡Es Él!. Esta sentado, firmando discos y playeras, mientras un enjambre de niñas lo jalonean y tratan de abrazarlo. Los guardias de seguridad comienzan a poner orden, y después de varios empujones, la fila se restablece.
Cuando por fin esta frente a la mesa donde el grupo da sus autógrafos, no puede evitarlo y se une al escandaloso coro de niñas gritando, saltando, desbordando toda su euforia.
El gusto le dura poco. La decepción le llena el rostro cuando un guardia la hace ponerse frente al bajista, un muchacho que pareciera recién salido de secundaria, con un rojiza y ensortijada cabellera, que casi sin levantar la vista, apurado, le pide su nombre mientras garabatea algo en un papel y después se lo entrega sonriente, pero ella ni lo ve; está siguiendo cada  movimiento de su amado, quien con unos lentes oscuros y el gesto adusto luce aún más encantador… ¡y está a menos de un metro de ella!
“Compórtate. Eres una señorita…”, le repetía una voz  dentro de su cabeza que sonaba muy parecida a la de su madre. Unas muchachitas comenzaron a gritar para que se moviera y un guardia, desesperado por tanta gritería, le repetía: “aváncele, aváncele...”
Su corazón late tan fuerte y la angustia  casi le impide respirar… y entonces  hace lo único que podía hacer en esa situación: Da un giro sorpresivo de 180 grados, brinca sobre la mesa y como un depredador sobre su presa, en menos de un segundo estaba abalanzándose  sobre un sorprendido rockstarcillo que del impulso fue a caer de espaldas al suelo con todo y silla.
Totalmente fuera de sí y prendida al cuerpo del adolescente como sanguijuela, besaba su rostro y envuelta en completo paroxismo, no dejaba de gritar “¡TE AMO, TE AMOOOO!”
Entre dos guardias la levantaron  y su cuerpo quedo lacio, sujetada por los antebrazos, mientras que con los ojos desorbitados  y una mueca de éxtasis  que a ratos mutaba a  una sonrisa casi esquizofrénica, observaba, a lo lejos, a su amado incorporarse del suelo.
En su cabeza resonaba la lírica poética, compleja y desbordante de belleza, que  la lleva a volar por las cúspides  del amor adolescente:

dime otra vez, que me quieres y
que no te iras...
Dime otra vez, que eres mía y
de nadie más...

El rockero-emo se pone en pie; inmediatamente se desarregla cuidadosamente su flequillo para que le cubra un ojito. Ve sus lentes Ray-Ban quebrados y no puede evitar una mueca de rabia y desprecio, pero al instante  y con la mirada del manager clavada  en su sien, se recompone; sonríe y levanta las manos haciendo el símbolo de los cuernitos. La gritería no se hace esperar.
De  mala gana,  toma su lugar para seguir dando autógrafos, y el baterista –al que por cierto solo dos niñas se le habían acercado-, le  dice con tono burlón:

-¡Ándele cabrón, quien lo trae haciendo rock para morritas! ¡Jiu, jiu jiu!

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