sábado, 6 de febrero de 2010

Bunburynesco


No paraba de hablar de Bunbury y yo odiaba a Bunbury. En las tardes terregosas, cuando el sol  es fastidioso y abrasador, caminábamos sin rumbo, sudorosos y con la cara brillosa. La mayor parte del tiempo, yo era un escucha que divagaba mientras ella  se explayaba en datos y anécdotas del cantante. Entonces sus ojos  adquirían un brillo extraño, y su cara era un caudal de excitación y tomaba mis manos entre las suyas  y las acercaba a su pecho apretándolas con fuerza, como deseando ocultamente que Bunbury estuviera frente a ella. Pero no; solo estaba yo sudando  y entrecerrando los ojos para que la luz de las 4:32 de la tarde no me quemara la retina,  escuchándola recitar retazos  de canciones.

Extrañas y dislocadas eran nuestras pláticas y todas terminaban por resbalar en la espiral Bunburynesca: Que si “Radical Sonora” era mejor que Flamingos”, que si la poesía  de sus canciones le volaba la cabeza, que si el “pequeño cabaret ambulante” o que si era el más grande canta-autor que ha pisado el planeta. Y yo lo odiaba; odiaba su torso desnudo y sus pantalones ajustados; odiaba sus pelos chinos y su pose mamona de último bohemio; odiaba sus faramayadas de rocker de los ochentas, pero sobre todo odiaba su voz. Tanto ego en una voz engolosinada de si misma, queriendo mostrarle al mundo de que lado masca la iguana (¿o el rey lagarto?), simplemente me parecía de extremo mal gusto. Pero a ella le fascinaba.

Entonces terminaba  con la boca cerrada, escuchándola decir mi nombre por el auricular,  una vez tras otra, como susurrándolo, y yo entonces respondía: “¿Qué?”, pero la respuesta siempre era  mi nombre y así hasta el hartazgo.

No voy a decir que no era bonita, pero yo era demasiado aburrido cuando estaba sobrio. Además para ella hacer locuras era parte de lo cotidiano, y yo más bien era el tipo que se sentaba a beber su cerveza mientras sonaba la música y algún amigo de ella brincaba por encima de los carros del vecindario en medio de las carcajadas y el ruido de las alarmas. Eso y mi aberración por Bunbury, hizo que dejáramos de vernos.  Eso y el hecho de que un día llegara a su casa y ella estuviera prendida de los labios de un guitarrista de una banda de punk. ¿Debería acaso acotar que dicho guitarrista tocaba en  la misma banda de punk donde yo tocaba? No, no lo creo necesario.

De cualquier forma estoy seguro que fue lo más sano.

 

Como lo dije, soy un aburrido sin remedio cuando estoy sobrio, y en este instante lo estoy.

 

Bunbury continúo sacando algún disco y yo sigo alejado de su horrible voz  hasta la fecha.

 

Así que creo que es una historia con final feliz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ja, ja, ja, creo que si fue lo mejor para ti, y lo bueno es que estas decidido a darle un no rotundo a bunbury, aunque eso implique que sepas mas detalles de su vida que un fan normal.