jueves, 18 de febrero de 2010

palabrería

Mis palabras son manchones en paredes, bocanadas de vaho en los vidrios empañados. Mis palabras son dibujos titubeantes con colores de cera, manos temblorosas en  un cuerpo inexplorado.  Son música de niños, de tonos discordantes; flautas de pan repitiendo las lecciones de la tarde. Mis palabras son coágulos ocres  emplastados en banquetas, es jadeo intermitente y el eructo inapropiado, el ruido de la orina golpeando  entre los bloques, la miseria conjugada  y un fraseo de lamentos. Mi palabra es  vana, insulsa y trastocada y no por eso se mantiene aprisionada. Mi palabra tiene piernas y se arrastra, rasgándose entre  piedras  afiladas; es guerrero derrotado, es la hierba que se corta y que se quema. Mi palabra es floja, inconsistente; es reclamo adolescente anacrónico y ya rancio; mi palabra va de largo, convencida de que el mundo será sordo a su estridencia. Mi palabra parapléjica  sobrevive a los  legrados que buscaban abortarla, Mis palabra no es de fuego, tampoco rayo de hielo;  no es siquiera hiriente sarcasmo -último refugio del que le teme al rechazo-, es más bien baba lechosa, de quien mantiene cerrada su boca en anonimato; no hay verdades ni rupturas, tampoco despejan dudas, no son lumínico-etéreas. No, mi palabra es ignominia, es parte diseccionada del colectivo ordinario; es mestizaje sin rumbo viviendo entre los chiqueros. Mi palabra es la tibieza del que agacha la cabeza; es basurero de verbos. tiradero de gerundios, panteón de los sustantivos.

Mi palabra  tiene tierra y oxido en los pulmones; mi palabra es una cuerda reventada y un vaso de nieve seca con refresco de toronja y cenizas de cigarro.

Mi palabra  ni es palabra; es palabrería hueca y su nombre es legión.

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